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– Estaba esperándote.

Tate se puso de inmediato a la defensiva.

– No necesito ningún guardián -lo que quería era un amante. Pero no sólo eso. Un hombre que la amara, como temía que le estaba pasando a ella.

– Las viejas costumbres tardan mucho en morir.

– ¿Qué se supone que quiere decir eso?

– Solía esperar levantado a mi hermana Melanie.

– ¿Tienes una hermana? ¿Por qué no la he conocido?

– Murió hace diez años.

– Lo siento:

Adam había bebido lo justo como para querer contarle el resto.

– Melanie se escapó de casa cuando tenía diecisiete años. Un desconocido la recogió cuando estaba haciendo dedo. La violó y luego la mató.

– ¡Qué horror! Debió ser terrible para ti! -Tate guiso abrazar a Adam, consolarlo, pero el lenguaje de su cuerpo indicaba a las claras que no quería ninguna muestra de afecto.

Se sentó en el sofá para estar más cerca de él. Se quitó las botas y se sentó sobre sus pies. Entonces se le ocurrió otro pensamiento inquietante.

– ¿Es ese el motivo por el que me recogiste en la carretera? ¿Por tu hermana?

Adam asintió.

Tate se sintió como si la hubiera golpeado físicamente. Dudó y preguntó:

– ¿Fue ése el motivo por el que me ofreciste el trabajo?

– Me pareció una buena idea en ese momento. Tate notó que se le hacía un nudo en la garganta.

– De manera que para ti sólo soy un caso de caridad.

Adam percibió el dolor en su voz y comprendió que no había manejado la situación con delicadeza. Si no hacía algo rápido, sabía que Tate se habría ido a la mañana siguiente.

– No puedes culparme por haberte ofrecido ayuda en esas circunstancias. ¡No podía correr el riesgo de ser responsable otra vez de la muerte de una joven!

Tate no estaba tan inmersa en sus propios sentimientos como para no reconocer el significado de lo que Adam acababa de decir.

– ¿Cómo puedes culparte por la muerte de tu hermana? ¡Lo que sucedió no fue culpa tuya!

– ¿No? -los ojos de Adam parecían acerados dardos de hielo-. ¿No me dijiste que te fuiste de casa porque tus hermanos te hacían la vida imposible?

– ¡Sólo se comportan así porque me quieren! -protestó Tate.

– ¿Y eso les da derecho a entrometerse en tu vida hasta el extremo de hacerte escapar en esa destartalada camioneta?

Estaba claro que Adam buscaba respuestas que lo liberaran del sentimiento de culpabilidad por la muerte de su hermana. Tate se sintió confundida por el tema que había salido a la luz. ¿Justificaba el amor la forma en que Garth y Faron habían actuado con ella? ¿Y si le hubiera pasado lo mismo que a la hermana de Adam? ¿Se habrían culpado ellos por su muerte?

Sabía que sí, al igual que Adam se había culpado por la muerte de su hermana durante todos aquellos años. No sabía qué decirle para aliviar su dolor. Sólo sabía que debía hacer algo.

Se levantó y se acercó a Adam. Se arrodilló junto a él y apoyó una mano en uno de sus muslos. Sintió que se ponía tenso bajo su contacto.

– Adam, yo…

El se levantó bruscamente y se alejó.

– No estoy de humor para jugueteos.

– ¡Sólo trataba de ofrecerte consuelo!

– ¡Mantente alejada de mí!

Tate se sintió herida por el desprecio de Adam.

– ¡Hay muchos otros que agradecerían mis atenciones!

– ¿Como Buck?

– ¡Como Buck! -mintió Tate, aunque por una buena causa. Salvar su orgullo le parecía lo más importante en esos momentos.

– Nunca se casará contigo. Aún ama a Velma.

Tate sabía que aquello era cierto, de manera que replicó:

– ¡No necesito casarme con un hombre para irme a la cama con él!

– ¿No, niñita?

Tate se enfureció al ver que Adam volvía a llamarla de aquella manera. Pero más le habría valido morderse la lengua. Se había cavado un agüero del que le iba a costar salir. Aspiró hondo, atando de recuperar el aliento.

Pero Adam no le dio tiempo a contestar.

– Si eres lo suficientemente lista, volverás a tu bogar. Ahora, antes de que sufras.

– ¿Me estás echando?

Tate contuvo el aliento hasta que Adam dijo:

– No.

– Entonces, me quedo. Si me disculpas, estoy cansada. Quiero irme a la cama.

– ¿Hoy no me invitas a ir contigo? -preguntó Adam cuando Tate estaba a punto de salir.

Tate se volvió y caminó lentamente hacia él, tomándose su tiempo. Enganchó un dedo en la abertura del cuello de su camisa y miró sus ojos, que la contemplaban con una mezcla de diversión y cautela.

– Aprendí en las rodillas de mis hermanos a no acercarme a un toro de frente, a un caballo por detrás… y a un cretino desde ningún lado. Buenas noches, Adam.

– Seguiremos hablando de esto por la mañana -dijo Adam, contemplando la espalda de Tate mientras volvía a alejarse.

– ¡Ni hablar! -replicó ella.

Tate pasó una noche inquieta, dando vueltas mientras su mente asimilaba lo que le había contado Adam. Lo que encontraba más inquietante era la posibilidad de que se estuviera limitando a tolerarla porque se considerara responsable de su bienestar.

¡Pero no podía estar confundida respecto a su reacción física hacia ella! Lo más probable era que se sintiera atraído por ella, pero que su sentido de la responsabilidad le impidiera llevar adelante la relación. ¡Si era así, pensaba curarlo rápidamente de aquello!

Se sintió más animada por su decisión y decidió confrontar a Adam durante el desayuno. Pero cuando fue a la cocina a la mañana siguiente descubrió que Adam ya se había ido.

– ¿Ha dicho a dónde iba, María?

– No, señorita.

Tate trabajó duro todo el día en el despacho, para no tener tiempo de pensar en dónde estaría Adam. Ni siquiera había llamado a María para decirle que no iba a ir a comer. María estaba secando los platos de la comida, y, para mantenerse ocupada, Tate los estaba secando. María había tratado de iniciar una conversación, pero Tate estaba demasiado distraída para fijarse en lo que estaba diciendo. Finalmente, María renunció y dejó a Tate sola sus pensamientos.

Tate estaba preocupada. ¿Dónde podría haber ido Adam? Ya había preguntado en el barracón de los vaqueros, pero ninguno sabía nada.

Cuando oyó que alguien llamaba a la puerta de la cocina, fue corriendo a abrir, pero cuando lo hizo comprendió que Adam no habría llamado.

– ¡Buck! Tienes un aspecto terrible. ¿Qué sucede?

Buck se quitó el sombrero y se frotó el sudor de la frente con la manga.

– Um, yo… um…

Tate lo tomó por el brazo y lo animó a pasar.

– Entra y siéntate.

El se resistió.

– No, yo…

– ¿Tú qué? -preguntó Tate, exasperada.

– Necesito tu ayuda.

– Por supuesto, lo que quieras.

– Será mejor que no digas sí hasta que oigas lo que tengo que decirte -Buck miró a María, pero era demasiado educado para pedir que se fuera.

Consciente de la tensión del vaquero, María dijo:

– Os dejaré un rato a solas para que habléis -y salió de la cocina. Pero decidió no ausentarse mucho rato. La bonita señorita era buena para el señor Adam. No estaba dispuesta a permitir que Buck Magnesson se aprovechara de lo que no era suyo.

Tate volvió una silla de la cocina y se sentó en ella a horcajadas.

– Soy toda oídos.

Buck jugueteó con el ala de su sombrero un momento antes de decir:

– He pensado mucho en la conversación que tuvimos ayer. Ya sabes, si podría perdonar y olvidar lo que hizo Velma. Y, bueno… creo que puedo.

Una sonrisa distendió el rostro de Tate.

– Me alegro mucho, Buck.

– Sí, bueno… por eso necesito tu ayuda. He decidido ir a ver a Velma para decirle lo que siento, y he pensado que si tú vinieras para actuar como una especie de árbitro…

Tate se levantó de inmediato y se acercó al sorprendido Buck para darle un fuerte abrazo.