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El enfado de Adam al encontrar lo que consideraba una trampa sensual hizo que fuera más brusco con Tate de lo que pretendía. Pero, después de todo, ella ya no era la tierna e inexperta virgen de hacía una semana.

Sin embargo, en algún momento desde que entrelazó sus dedos en su cabello y el instante en que sus labios tocaron los de ella, sus sentimientos sufrieron una violenta transformación. Poderosas emociones entraron en juego, suavizando a la bestia salvaje que había despertado en su interior. Cuando finalmente la besó, no hubo nada en la caricia más allá del fiero deseo por ella que palpitaba en su cuerpo.

Tate no estaba preparada para la aterciopelada suavidad de los labios de Adam sobre los suyos. Sintió que le mordía el labio inferior y se estremeció de placer cuando luego deslizó la lengua por él. Un instante después penetró lentamente con la lengua en su boca, retirándola hasta que ella la buscó de nuevo para descubrir su sabor oscuro e intensamente masculino.

Cada beso de Adam era respondido por el cuerpo de Tate con una descarga de deseo que llegaba rauda hasta su vientre. Sentía los senos henchidos y dolorosos, pero no era lo suficientemente experimentada como para solicitar las caricias que los habrían aliviado.

En algún momento mientras la besaba, Adam le había soltado las manos. Tate no sabía muy bien qué hacer con ellas. Finalmente las apoyó en sus hombros y luego las deslizó por su espalda, sintiendo la musculatura que lo hacía tan diferente a ella.

Dejó caer hacia atrás la cabeza mientras la boca de Adam acariciaba el hueco de su garganta. Las masculinas manos que la sujetaban por la cintura se deslizaron lentamente bajo su camiseta hasta abarcar sus senos. Tate dejó escapar un gritito ahogado mientras los pulgares de Adam acariciaron sus doloridas cimas.

– Quiero sentirte contra mí -dijo Adam mientras le sacaba la camiseta por encima de la cabeza.

Antes de que Tate pudiera sentirse avergonzada, él la rodeó con sus brazos.

Adam suspiró de satisfacción mientras la estrechaba contra sí.

– Es maravilloso abrazarte -murmuró contra su garganta.

Los senos de Tate eran intensamente sensibles a la textura del vello del pecho de Adam. Fue íntimamente consciente de su fuerza, de su propia suavidad.

Adam la tomó por los muslos y la acercó aún más contra sí. Tate se aferró a sus hombros mientras la palpitante masculinidad de Adam presionaba contra su feminidad, evocando sensaciones desconocidas pero que provocaron en ella una respuesta instintiva.

Un ronco gemido escapó de la garganta de Adam cuando Tate arqueó su cuerpo contra el de él, balanceándose. Metió las manos bajo sus nalgas, tratando de hacer que se estuviera quieta.

– Me estás matando, corazón -dijo-. No te muevas.

– Pero es muy agradable -protestó Tate.

Adam medio gruñó, medio rió.

– Demasiado agradable. Estate quieta. Quiero asegurarme de que disfrutes de esto tanto como yo.

– Oh, lo haré -le aseguró Tate.

Adam sonrió mientras deslizaba los labios por su garganta. Capturó un pezón en su boca, jugueteó con él con su lengua y luego lo mordisqueó, hasta que tuvo a Tate retorciéndose de placer entres sus brazos.

Tomó una de sus manos y la deslizó por la dureza de sus pantalones, demasiado inmerso en el placer del momento como para notar la virginal renuencia de Tate a tocarlo.

– Siente lo que me haces -dijo-. Sólo tengo que mirarte o pensar en ti para desearte -Adam apoyó la cabeza en la sien de Tate y percibió su suave aroma a lilas. De ahora en adelante siempre pensaría en ella cuando oliera aquella particular fragancia.

Tate no tardó mucho en darse cuenta de lo sensible que era Adam a la más mínima de sus caricias, y disfrutó con su recién descubierto poder femenino.

Cuando ya no pudo soportar más el placer, Adam se llevó las manos de Tate a la boca, le besó las palmas y luego las colocó sobre su pecho.

– Alza las caderas, corazón -murmuró mientras metía los pulgares en el borde de las braguitas de Tate.

Ella hizo lo que le pedía y un instante después estaba desnuda. Ocultó el rostro en el hombro de Adam, sintiendo una repentina timidez.

Adam la rodeó con sus brazos.

– No tienes por qué sentirte avergonzada, cariño.

– Es fácil decir eso estando vestido.

Adam rió.

– Eso tiene fácil remedio.

Bajó las manos y se soltó el botón del vaquero. El sonido de la cremallera al bajarse invadió el silencio, roto sólo por sus agitadas respiraciones.

Tate sujetó las manos de Adam para impedirle bajar aún más la cremallera.

– Todavía no -dijo sin aliento.

No pudo evitar los nervios que la asaltaron. Adam parecía pensar que sabía lo que tenía que hacer, pero ella era muy consciente de su propia ignorancia… y de su inocencia.

El volvió a subirse la cremallera, pero dejó el botón desatado.

– No hay prisa, corazón. Tenemos toda la noche.

Adam hizo que Tate apoyara las manos en su cintura y subió las suyas hasta su rostro, tomándolo entre ellas.

– ¡Eres tan hermosa! -susurró-. Tus ojos -se los besó, haciéndole cerrarlos-. Tu nariz -le acarició la punta con los labios-. Tus mejillas -les dio un beso-. Tu barbilla -la mordisqueó-. Tu boca.

Tate había cerrado los ojos mientras Adam empezaba su reverente seducción. Esperó con el aliento contenido el beso que no llegó. De pronto, sintió que la tomaban en brazos. Abrió los ojos, asustada.

– ¡Adam! ¿Qué haces? ¿A dónde vamos?

Ya se hallaban a medio camino del pasillo cuando él dijo:

– Quiero tener el placer de hacerte el amor por primera vez en mi propia cama.

En cuanto entraron en la habitación, Adam se dirigió a la enorme cama y se inclinó para apartar la colcha.

– Ahora podemos relajarnos y disfrutar.

Dejó a Tate sobre la cama a la vez que la cubría con su cuerpo. Le hizo separar las piernas con sus rodillas y se apoyó contra ella de manera que no le quedara ninguna duda sobre el motivo por el que la había llevado allí.

– ¿De dónde sacaste esta cama? -preguntó Tate, posponiendo el momento de la verdad.

– Es una herencia familiar. Varias generaciones de mis antepasados fueron concebidos y paridos aquí.

«Pero no los míos», pensó Adam. «Nunca los míos».

Tate sintió la repentina tensión de su cuerpo.

– ¿Adam?

Los rasgos de Adam se endurecieron al recordar lo que había sucedido durante la semana pasada para hacerle estar en aquel momento con Tate. Ella había hecho su elección. Y él la suya. La deseaba y ella estaba dispuesta. Eso era todo lo que importaba en aquellos momentos.

La besó con fiereza, y aunque no hubo nada brutal en sus caricias, tampoco fueron suaves. Su pasión se desbocó mientras conducía a Tate a una meta que ella sólo podía imaginar.

Tate apenas se dio cuenta de que Adam se había quitado la ropa. Estaba perdida en un mundo de nuevas sensaciones, entre las cuales, el duro cuerpo desnudo de Adam sobre ella era una más. La sensación de sus manos… allí. La sensación de sus labios y su lengua… allí.

Tate estaba en un éxtasis que bordeaba el dolor.

– ¡Adam, por favor! -no sabía exactamente qué quería, sólo que necesitaba algo desesperadamente. Su cuerpo se arqueó hacia él con un anhelo salvaje.

Justo cuando Adam alzaba la caderas para penetrarla, Tate gritó:

– ¡Espera! -pero ya era demasiado tarde.

Adam se puso pálido al darse cuenta de lo que había hecho.

Las uñas de Tate se clavaron en sus hombros a la vez que se mordía el labio para no llorar. Lagrimas de dolor asomaron al borde de sus ojos.

Adam se quedó totalmente quieto.

– No te acostaste con Buck -dijo en voz baja.

– No -susurró Tate.

– Aún eras virgen.

– Sí.

– ¿Por qué me hiciste creer…? ¡Maldita sea, Tate! Si lo hubiera sabido habría hecho las cosas de otro modo. No habría…