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Empezó a retirarse, pero Tate lo sujetó por los hombros.

– Por favor, Adam. Ya está hecho. Hazme el amor -dijo, alzando las caderas y haciendo que Adam dejara escapar un gruñido de placer.

Ahora que sabía que Tate no tenía ninguna experiencia, Adam trató de comportarse con gran suavidad. Pero ella le hizo perder el control, tocándolo en lugares que hicieron enloquecer su pulso, acariciándolo con su boca y sus manos hasta que el empuje de Adam se volvió casi salvaje. Finalmente, llegaron juntos a un clímax que los dejó jadeando.

Adam se deslizó a un lado de Tate y la tomó entre sus brazos. Alargó una mano para cubrir sus cuerpos con la sábana y vio la sangre que atestiguaba la inocencia de Tate.

Aquello volvió a enfadarlo.

– ¡Supongo que estarás satisfecha!

– Sí, lo estoy.

– No esperes una oferta de matrimonio, porque no vas a obtenerla -dijo Adam bruscamente.

Tate se irguió y lo miró a los ojos.

– No esperaba nada parecido.

– ¿No? ¿Y qué me dices de todos esos sueños sobre conocer al hombre de tu vida, tener un hogar y unos cuantos críos jugando a tus pies?

– No creo que ese sueño tenga nada de irracional.

– Lo es si yo ocupo en él el puesto del príncipe azul.

Tate se ruborizó y tomó el borde de la sábana para cubrir su costado desnudo.

Adam vio con lástima cómo desaparecía de su vista la tentadora carne de Tate.

– ¿Y bien, Tate?

Ella lo miró a los ojos y dijo con toda la ternura que sentía por éclass="underline"

– Te quiero, Adam.

– Esto ha sido lujuria, no amor.

Tate se contrajo ante la vehemencia con que Adam menospreciaba lo que había pasado entre ellos.

– Además -continuó él-, me gusta que mis mujeres sean un poco más experimentadas.

Adam no hizo nada por suavizar el dolor que vio en el rostro de Tate ante su rechazo. No podía darle lo que ella buscaba, y no quería arriesgarse a sufrir el dolor y la humillación de que rechazara lo poco que él podía ofrecerle.

– Si lo que quieres es sexo, estoy disponible -continuó-. Pero no estoy enamorado de ti, Tate. Y no voy a simular que lo estoy.

Tate luchó por contener las lágrimas que querían derramarse de sus ojos. No pensaba permitir que Adam viera lo dolida que se sentía por su negativa a reconocer la bella experiencia que habían compartido.

– No ha sido sólo sexo, Adam -dijo-. Sólo te engañas a ti mismo si piensas eso.

Los labios de Adam se curvaron con sarcasmo.

– Cuando adquieras un poco más de experiencia comprenderás que cualquier hombre podría hacer lo mismo por ti.

– ¿Incluso Buck? -se mofó Tate.

Un músculo se tensó en la mandíbula de Adam. Tate sabía muy bien qué botones pulsar para hacerle reaccionar.

– Si sientes que te apetece un poco de sexo, búscame a mí -dijo él, arrastrando la voz-. Me aseguraré de que quedes satisfecha.

Tate bajó de la cama llevándose la sábana y cubriéndose con ella lo mejor que pudo.

– Buenas noches, Adam. Creo que dormiré mejor en mi propia cama.

Adam vio cómo se iba sin decir una palabra. En cuanto Tate salió de la habitación, golpeó con un puño el colchón.

– ¡Maldita seas, Tate Whitelaw!

Tate le había hecho desear algo que nunca tendría. Le había ofrecido la luna y las estrellas. Todo lo que tenía que hacer era desnudar su alma ante ella. Y aceptar que ella pudiera rechazar lo poco que él estaba en disposición de ofrecerle.

Capítulo 7

Las lágrimas que Tate se había negado a derramar ante Adam fueron cayendo una a una en cuanto estuvo a solas. Pero no había sido criada para renunciar o ceder. Unos minutos después se frotó las lágrimas del rostro y empezó a planear cuál sería la mejor manera de conseguir que Adam se tragara sus palabras.

Si Adam no la hubiera querido ni siquiera un poco, no se habría sentido tan afectado cuando ella mencionó a Buck y la posibilidad de acostarse con él. Estaba convencida de que los celos de Adam podían ser una arma poderosa en su batalla por convencerlo de que debían estar juntos. Sobre todo teniendo en cuenta que Adam había admitido estar dispuesto a tomar medidas extremas, incluso a hacerle el amor, para mantenerla alejada de Buck.

Tate decidió comportarse de manera que Adam se sintiera comido por los celos.

Pero a lo largo de los días siguientes descubrió con consternación que, de alguna manera, Adam le había dado la vuelta a la situación. Era él el que buscaba excusas para dejarla a solas con Buck. Y lo hacía con una sonrisa en el rostro.

¿Dónde estaban los celos? ¿Sería cierto que a Adam le daba lo mismo? Era evidente que la empujaba hacia Buck. ¿Sería alguna clase de prueba?

¿Esperaba que cayera en brazos del vaquero? ¿Quería que lo hiciera?

Si Tate no estaba segura de las intenciones de Adam, éste no estaba menos confundido que ella. Cuando despertó al día siguiente de haber hecho el amor con ella, comprendió que estaba enamorado de Tate. Y no fue agradable darse cuenta de ello, sobre todo después de haberla rechazado como lo había hecho.

Amar a Tate significaba estar dispuesto a hacer lo que fuera más conveniente para ella, incluso si eso significaba renunciar a ella. Adam tomó la absurda y noble decisión de no interponerse en su camino si después de cómo la había tratado ella prefería estar con Buck. De manera que buscó todo tipo de excusas para dejarlos a solas. Y sufrió la agonía de un condenado, preguntándose si Buck aprovecharía aquel tiempo para hacer el amor con Tate.

Uno de los dos podría haber acabado por admitir honestamente sus sentimientos, pero no tuvieron la oportunidad de hacerlo antes de que las circunstancias hicieran que la situación explotara.

Apretando los dientes, Adam había enviado a Tate con Buck al baile del sábado en el Grange Hall de Knippa, sin saber que iban a detenerse en el camino a recoger a Velma.

A Tate no le faltaron compañeros de baile, pero sabía que, de todas formas, le esperaba una tarde muy solitaria, porque la persona con la que realmente habría querido bailar no estaba allí.

Mientras descansaba un momento tras varios bailes seguidos, tuvo tiempo de pensar y se encontró admitiendo que tal vez sería mejor renunciar a su plan de provocar los celos de Adam, sobre todo porque la táctica no estaba funcionando. Si era cierto que no la quería, tendría que irse del Lazy S. Porque no podría soportar estar cerca de él sabiendo que el amor que sentía nunca sería correspondido.

Un altercado en la pista de baile llamó su atención. Un segundo después estaba de pie al darse cuenta de que uno de los hombres que estaba peleando era Buck.

Se acercó a Velma y gritó para hacerse oír por encima del jaleo:

– ¿Qué ha pasado? ¿Por qué están peleando?

– ¡Todo lo que ha hecho el pobre hombre ha sido guiñarme un ojo! -replicó Velma-. ¡No ha significado nada! No había motivo para que Buck se lanzara contra él.

Cuando Tate volvió a mirar hacia la pista la pelea había terminado. El vaquero que había guiñado un ojo a Velma estaba tumbado y Buck se soplaba los dolidos nudillos. Tenía un ojo morado y un corte en la barbilla, pero sonreía satisfecho.

– No creo que se le ocurre volver a tratar de ligar contigo, cariño -dijo.

– ¡Idiota! ¡Animal! ¡Nunca me he sentido tan humillada en toda mi vida! -exclamó Velma.

– Pero, cariño…

– ¿Cómo has podido?

– Pero, cariño…

Velma se volvió repentinamente y se encaminó a la salida, dejando solos a Tate y a Buck. Este arrojó unas monedas sobre la mesa para pagar las bebidas y salió corriendo tras ella.

Velma estaba apoyada en la parte delantera de la camioneta, con el rostro oculto en sus brazos cruzados mientras lloraba.

Cuando Buck trató de tocarla, se volvió rápidamente, impidiéndoselo.

– ¡Mantente alejado de mí!

– ¿Qué he hecho? -preguntó Buck, enfadándose.