– ¿Vas a negarme que te estás acostando con ella? -preguntó Jesse.
– ¡Eso no es asunto tuyo!
Honey se apartó unos pasos con Tate, alejándola de la animosidad que irradiaba de los dos poderosos hombres.
Tate se volvió hacia su hermano, tratando de calmarlo.
– Quiero a Adam -dijo.
– Pero seguro que él no ha dicho que te quiere a ti -replicó Jesse en tono burlón.
Tate bajó la mirada y se mordió el labio.
– ¡Lo sabía! -dijo Jesse en tono triunfal.
Tate alzó la barbilla y lo miró con gesto desafiante.
– ¡No pienso dejarlo!
– Te está utilizando para vengarse de mí -dijo Jesse-. El motivo por el que sé que no puede amarte es porque yo le quité la mujer a la que quería de delante de sus narices.
– ¿Qué? -confundida, Tate deslizó la mirada de su hermano a su amante. Los ojos de Adam estaban oscurecidos por el dolor y el arrepentimiento.
Tate volvió la cabeza para mirar a Honey. Los brazos de la mujer embarazada estaban protectoramente cruzados en torno a su vientre. Sus mejillas estaban intensamente ruborizadas. Alzó lentamente las pestañas y dejó que Tate viera la culpabilidad que había en sus preciosos ojos azules.
¡No podía ser cierto! Adam no podía haber hecho algo tan miserable como seducirla sólo para vengarse de Jesse por haberle robado a la mujer a la que amaba. Pero ninguna de las tres partes implicadas lo estaba negando.
Tate volvió a mirar a Adam, esperando encontrar alguna señal en su rostro que le dijera que su hermano mentía.
– ¿Adam?
La pétrea expresión de Adam fue más reveladora que cualquier palabra.
– ¡Oh, Dios mío! -murmuró Tate-. ¡Esto no puede estar pasándome!
Jesse lanzó el puño contra el hombre que le había causado tanto dolor a su hermana. Adam se echó atrás instintivamente y el puño sólo golpeó el aire. Antes de que Jesse pudiera lanzar el otro puño, Honey se colocó frente a su marido.
– ¡No pelees, por favor! ¡Por favor, Jesse!
Jesse apretó los puños, pero se contuvo por amor a su esposa. Pasó un brazo por los hombros de Honey y luego alargó una mano hacia Tate.
– ¿Vienes?
– Me… me quedo -al menos hasta que tuviera la oportunidad de hablar con Adam en privado para escuchar su versión de aquella increíble historia. Entonces decidiría si decirle que iba a tener un hijo suyo.
Honey vio que su marido estaba a punto de volver a discutir y dijo:
– Ya no es una niña, Jesse. Tiene que tomar sus propias decisiones.
– ¡Pero va a tomar la equivocada! -exclamó Jesse.
– Pero es la mía -dijo Tate con calma.
Honey pasó un brazo por la cintura de su marido.
– Vamos a casa, Jesse.
– Me voy -dijo Jesse-. Pero volveré con Faron y Garth -abrió la puerta, dejó que su mujer pasara delante de él y luego cerró de un portazo.
Tate sintió que el estómago se le caía a los pies. Le había sorprendido ver a Adam enfrentándose a su hermano; de hecho, le había alegrado. Pero si se presentaban allí los tres Whitelaw, no podría hacer nada frente a ellos. Se la llevarían de vuelta a casa antes de que tuviera tiempo de decir nada.
– Ya puedes ir despidiéndote de mí -dijo Tate sombríamente-. Cuando Faron y Garth averigüen dónde estoy vendrán a por mí.
– Nadie, incluido tus hermanos, va sacarte del Lazy S si no quieres irte -dijo Adam con firmeza.
– ¿Significa eso que quieres que me quede?
Adam asintió secamente.
Tate no quería preguntar, pero tuvo que hacerlo.
– ¿Es cierto lo que ha dicho mi hermano? ¿Querías a Honey?
Adam volvió a asentir.
Tate sintió que el pecho se le encogía.
– Te habrías casado con ella si no hubiera aparecido Jesse?
Adam se pasó una mano por el pelo, inquieto.
– No lo sé. Quería casarme con ella. Pero no estoy seguro de que ella quisiera casarse conmigo. Se lo pregunté. Nunca dijo sí.
Eso era poco consuelo para Tate, que aún estaba aturdida tras averiguar lo cerca que había estado Adam de casarse con la actual esposa de su hermano.
– ¿Es ese el motivo por el que no puedes amarme? -preguntó-. ¿Porque sigues enamorado de ella?
La torturada expresión de Adam hizo creer a Tate que había dado en el clavo. Pero no se desesperó por ello. De hecho, sintió que sus esperanzas renacían. Adam sabía que ya nunca podría tener a Honey Whitelaw. El tiempo era el mejor sanador para las heridas del corazón. Y el tiempo estaba de su lado.
Con mucho tacto, no sacó a relucir la acusación de Jesse de que Adam le había hecho el amor para vengarse de él. Sabía en el fondo de su corazón que Adam nunca la habría utilizado para eso. Tal vez no fuera capaz de amarla, todavía, pero estaba segura de que algún día la amaría.
– Necesito un abrazo -susurró.
Adam abrió los brazos y Tate se refugió entre ellos. Se acurrucó contra él, dejando que el amor que sentía fluyera entre ellos. Pero el cuerpo de Adam permaneció rígido e impenetrable.
– Adam, estoy… -la palabra «embarazada» no lograba salir de los labios de Tate.
– ¿Qué quieres decirme?
La voz de Adam sonó áspera en los oídos de Tate. Tal vez sería mejor esperar un poco antes de decirle que llevaba dentro un hijo suyo.
– Estoy contenta de que quieras que me quede -dijo finalmente.
Adam la estrechó con más fuerza, hasta que su abrazo resultó casi doloroso. Tate sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Culpó de ello a la emoción que le había producido la noticia de su embarazo.
Pero en el fondo tuvo que admitir que empezaba a dudar que todo fuera a salir tan bien como deseaba.
Capítulo 9
Tate pasó la noche en brazos de Adam. Pero, por primera vez desde que dormían juntos, no hicieron el amor.
Cuando fueron a desayunar a la mañana siguiente, ambos sintieron una incomodidad que no había existido en el pasado.
– Debe comer más, señorita -dijo María-. No va a poder pasar la mañana con tan poco.
– No tengo hambre -dijo Tate. Lo cierto era que ya había estado antes en la cocina para comer algo y aliviar los primeros síntomas de mareo matutino. Bajo la atenta mirada se María, se obligó a acabar los cereales.
Estaba tan concentrada en sus propios pensamientos que no prestó atención a la conversación que mantuvieron a continuación María y Adam en español.
– La señorita ha estado llorando -dijo María.
Adam miró los ojos enrojecidos de Tate.
– Ayer vino a verla su hermano mayor, al que no veía desde que era una niña.
– ¿Ese hermano le hizo llorar?
– Quería que se fuese con él.
– Ah. Pero usted no le dejó irse.
– Ella eligió quedarse -corrigió Adam.
– ¿Entonces por qué ha llorado?
La mandíbula de Adam se tensó. Tras un momento, contestó:
– Porque teme que yo no la quiera.
– ¡Hombre estúpido! ¿Por qué no se lo dice para que vuelva a recuperar la sonrisa?
Adam suspiró.
– Creo que ahora no me creería si se lo dijera. María movió la cabeza.
– Voy al supermercado a hacer unas compras. Tardaré dos o tres horas en venir. Dígale que la quiere.
Los labios se Adam se curvaron irónicamente.
– De acuerdo, María. Lo intentaré.
Tate sólo había logrado comer dos o tres cucharadas de cereales cuando María le quitó el cuenco de delante.
– Tengo que dejar la mesa recogida antes de irme de compras -dijo mientras rellenaba la taza de Tate-. Quédese aquí y disfrute de otro café.
También rellenó la taza de Adam, dirigiéndole una significativa mirada.
– Usted haga compañía a la señorita.
María se quitó el delantal, tomó su bolso y unos momentos después salió por la puerta de la cocina.
El silencio se volvió opresivo en la cocina. Finalmente, Adam dijo:
– ¿Qué piensas hacer hoy?