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– Supongo que trabajar con el ordenador. ¿Y tú?

– Voy a trasladar ganado de un pasto a otro.

– Tu trabajo parece más divertido que el mío. ¿Puedo acompañarte?

– No creo que sea buena idea.

– Oh.

Adam vio la expresión de Tate y comprendió que pensaba que la estaba rechazando… una vez más. Maldijo entre dientes.

– Escucha, Tate, creo que será mejor que hablemos.

Tate se levantó bruscamente. Ahora era cuando Adam le iba a decir que lo había pensado mejor y que quería que se fuera del Lazy S. Pero no pensaba darle la oportunidad de decírselo.

– Será mejor que me vaya. Tengo…

Adam la agarró por el brazo antes de que hubiera dado dos pasos. Apoyó las manos en sus hombros, haciéndole darse la vuelta para tenerla de frente. Tate mantuvo la mirada en el suelo, negándose a mirarlo.

– Tate -dijo Adam, con una voz cargada de ternura por el amor que sentía por ella-. Mírame.

Los avellanados ojos de Tate eran más verdes que dorados. Adam no soportaba ver la tristeza que había en ellos. Pasó una mano tras la nuca de Tate y la atrajo hacia sí para besarla.

Fue un beso hambriento, cargado de anhelo y pasión, de ternura y amor.

Adam quería estar más cerca. Tiró de la camiseta de Tate y se la sacó por encima de la cabeza; luego se desabrochó la blusa y la sacó del pantalón. Suspiró satisfecho mientras rodeaba a Tate con sus brazos y presionaba sus senos desnudos contra su pecho.

– Dulzura mía. Es un placer abrazarte -susurró, abarcando con una mano el trasero de Tate y alzándola hacia sí para frotarse lentamente contra ella.

Su boca buscó un punto especialmente sensible bajo la oreja de Tate y lo succionó con la fuerza suficiente para hacerla gemir de placer.

De pronto, Adam se quedó petrificado. Alguien acababa de abrir la puerta de la cocina. Se volvió para enfrentarse a lo que fuera, sujetando protectoramente a Tate contra su pecho.

Tate sintió que el cuerpo de Adam se tensaba. Supo quién había entrado en la cocina; supo quién tenía que ser. Volvió la cabeza. En el umbral de la puerta estaban sus tres hermanos, Faron, Jesse y Garth. Garth sostenía una escopeta en las manos.

Tate sintió que se ruborizaba hasta las raíces del pelo. Estaba desnuda de cintura para arriba, y no podía haber dudas respecto a lo que había estado haciendo con Adam. Y, por sus expresiones, tampoco había duda de lo que sus hermanos pensaban al respecto. Cerró los ojos y se aferró a Adam, sabiendo que sus hermanos pensaban separarlos.

– ¡Vístete! -ordenó Garth.

Tate alargó una mano hacia la silla en que Adam había dejado su camiseta y, volviéndose de espaldas, se la puso. Cuando se dio la vuelta, Adam le pasó una mano por la cintura y la atrajo hacia su cadera.

Los tres hermanos entraron en la cocina. Pronto quedó claro que no habían ido solos. Un hombre mayor con un cuello se sacerdote y una Biblia en la mano los siguió al interior.

– Tienes dos opciones -le dijo Garth a Adam-. O te mato, o haces una mujer honrada de mi hermana.

Adam alzó una ceja.

– Eso sería asesinato.

Garth sonrió peligrosamente.

– Sería un disparo accidental, por supuesto.

– Por supuesto -dijo Adam, curvando los labios cínicamente-. ¿Y si Tate y yo no estamos preparados para casarnos?

– Un hombre está preparado para casarse cuando deja a una mujer embarazada -gruñó Jesse-. Ayer fui a ver a la doctora Kowalski y le dije que Tate era mi hermana. ¡Me felicitó porque pronto iba a ser tío!

Adam se quedó helado. Se volvió a mirar a Tate, pero ella bajó la vista.

– ¿Estás embarazada, Tate?

Ella asintió.

La mandíbula de Adam se tensó visiblemente. Tomó a Tate por la barbilla y le hizo alzar el rostro.

– ¿De quién es el niño? ¿De Buck?

– ¡Es tuyo! -exclamó Tate, moviendo la cabeza para librarse de la mano de Adam.

– No puede ser mío -dijo él con calma-. Soy estéril.

Sin apartar la vista de la pétrea expresión de Adam, Tate se dejó caer en una de las sillas de la cocina.

Entre tanto, sus hermanos estaban en un dilema.

– No podemos obligarlo a casarse con Tate si el hijo no es suyo -dijo Faron.

– ¡Pero tiene que ser suyo! -dijo Jesse-. ¡Mira cómo los hemos encontrado hoy!

Garth entregó la escopeta a Faron y fue a sentarse frente a Tate. Tomó la mano de su hermana entre las suyas y la acarició suavemente un momento.

– Quiero que seas sincera conmigo, Tate. ¿Has estado con otro hombre además de Adam?

– ¡No! ¡Lo crea o no, el hijo que llevo dentro es suyo!

– Adam afirma que es estéril -insistió Garth.

– No me importa lo que afirme -dijo Tate entre dientes-. Estoy diciendo la verdad.

Garth y Faron intercambiaron una significativa mirada. Garth se levantó y confrontó a Adam.

– ¿Niegas haberle hecho el amor a mi hermana?

– No, no lo niego.

– En ese caso, mi oferta inicial sigue en pie -dijo Garth.

– En ese caso, supongo que no tengo opción -concedió Adam irónicamente.

– ¿Y yo? -preguntó Tate-. ¿Acaso no tengo posibilidad de elección?

– Harás lo que te digamos -el tono de Garth era inflexible-. O de lo contrario…

– ¿O de lo contrario, qué?

– Volverás con nosotros a Hawk’s Way.

Tate se estremeció. No parecía haber escape al ultimátum que Garth le había dado. Si se casaba, al menos conservaría su libertad.

– De acuerdo. Adelante.

– Padre Wheeler, puede proceder -Garth condujo al cura a la cabecera de la mesa, situó a Tate y a Adam a un lado y él se colocó en el otro junto a Faron y Jesse-. He tenido que seguir algunos atajos, pero también he conseguido la licencia. Cuando quiera, reverendo.

Si el reverendo Wheeler no hubiera bautizado y confirmado a Tate, tal vez habría tenido algún reparo respecto a lo que iba a hacer. Nunca había tenido ante sí una pareja con aspecto más triste. Pero creía firmemente en la santidad del hogar y la familia. Y Garth le había prometido un generoso donativo para construir la nueva ala de la escuela dominical.

El reverendo abrió la Biblia que llevaba consigo y empezó a leer.

Tate oyó, pero no escuchó lo que se decía; habló cuando tuvo que hacerlo, pero no fue consciente de las respuestas que daba. Había caído en un profundo pozo de desesperación.

Nunca había pensado en tener una gran boda, pero una camiseta blanca y unos vaqueros eran un pobre sustituto para un traje de novia. Pero no le habría importado renunciar a ello si el hombre que estaba a su lado hubiera deseado ser su marido.

Y Adam no lo deseaba.

¿Qué había sucedido? Tate nunca había tenido intención de atrapar a Adam. Era evidente que éste creía que ella se había acostado con Buck, y que el bebé no era suyo. Tate sabía que un matrimonio sin confianza estaba destinado al fracaso. Si Adam creía que le había mentido sobre la paternidad de su hijo, ¿no esperaría que mintiera sobre otras cosas? ¿Reaccionaría como Buck cada vez que otro hombre se atreviera a mirarla? Aunque Buck se ponía celoso porque amaba a Velma. Pero Tate no estaba segura de los sentimientos de Adam. No le había dicho ni una vez que la amaba.

Habría dado cualquier cosa por haberle contado lo de su embarazo la noche anterior. Así habrían tenido la posibilidad de aclarar las cosas; por ejemplo, por qué un hombre que se consideraba estéril era capaz de concebir un hijo.

– ¿Tate?

– ¿Qué?

– Alarga la mano para que Adam pueda ponerte el anillo -dijo Garth.

¿«Qué anillo? «, se preguntó Tate.

– Con este anillo te desposo -dijo Adam deslizando el pequeño anillo que normalmente llevaba en el meñique en el anular de Tate.

Tate se sentía perdida. ¿Qué había pasado con el resto de la ceremonia? ¿Había dicho ya el «sí, quiero»?

El reverendo Wheeler dijo:

– Os declaro marido y mujer. Puede besar a la novia.