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Adam maldijo entre dientes. Pero no se movió un milímetro.

Tate se bajó los pantalones y las braguitas hasta las caderas, revelando éstas y una mata de oscuros rizos en lo alto de sus muslos. Llevó las manos atrás y frotó sus nalgas, bajando un poco más sus vaqueros con cada movimiento circular.

Volvió a meter los pulgares en la parte delantera del vaquero y miró a Adam antes de deslizar los dedos por su pelvis. Las sienes de Adam palpitaron. Su mandíbula se tensó. Pero no se movió de donde estaba.

Tate sonrió, satisfecha. Dio un último tirón y sus vaqueros y braguitas se deslizaron hasta sus tobillos. Después salió de su ropa y sus mocasines en un solo movimiento.

Finalmente, se mostró totalmente desnuda ante Adam. Sentía su cuerpo más lánguido y atractivo que nunca. Lo supo por la mirada de adoración que le dirigió Adam, porque se notaba que la deseaba con su propio cuerpo. No hizo ningún movimiento para tratar de ocultarse de él.

Adam no se movió hasta que ella dio un paso hacia él.

Entonces avanzó como un tigre a punto de saltar. Tate sintió la energía sexual que irradiaba de él incluso antes de que sus cuerpos se encontraran. Su beso fue fiero, ardiente. Las manos de Adam parecían estar en todas partes, acariciándola, exigiendo una respuesta. Tate se arqueó contra él, sintiendo el inflamado calor y la excitación bajo sus vaqueros.

Adam no se molestó en llevarla a la cama. La apoyó de espaldas contra la pared, se desabrochó los vaqueros para liberarse, luego alzó las piernas de Tate en torno a su cintura y la penetró.

Tate se aferró al cuello de Adam con los brazos y a su cintura con las piernas. Sus bocas se encontraron y Adam penetró en la de ella con su lengua al mismo ritmo que su cuerpo. Deslizó la mano entres sus cuerpos y buscó el delicado centro en el que se originaba el placer de Tate. La acarició con el pulgar hasta que sintió oleadas de placer tensando sus músculos interiores en torno a él. Adam echó la cabeza hacia atrás cuando el intenso placer le hizo temblar en el cálido y palpitante interior de Tate.

Luego dejó caer la cabeza contra su hombro mientras trataba de recuperar el aliento. Finalmente, soltó las piernas de Tate para que pudiera mantenerse en pie, pero tuvo que sujetarla para evitar que se cayera, pues tenía las rodillas como de goma. La alzó en brazos y la llevó a la cama, donde se tumbó junto a ella.

Unos segundos después sintió que apenas podía mantener los ojos abiertos. Pero había algo que quería decirle a Tate antes de quedarse dormido.

– ¿Tate? ¿Estás despierta?

– Mmm. Supongo que sí -murmuró ella contra la garganta de Adam.

– Puedes admitir la verdad respecto a lo de haberte acostado con Buck. No va a suponer ninguna diferencia respecto a lo que siento por ti -«o respecto al bebé», añadió Adam para sí.

Tate se irguió en la cama. La sábana que la cubría cayó hasta su cintura.

– Cuando digo que no me he acostado con Buck, estoy diciendo la verdad, Adam. ¿Por qué no me crees?

Adam se irguió a medias apoyando un codo sobre el colchón.

– Porque tengo las pruebas médicas que demuestran lo contrario.

– ¡Entonces tus pruebas están equivocadas! -replicó Tate, apoyando la espalda contra la cabecera de la cama y cubriéndose con las sábanas hasta el cuello.

Tate nunca le había parecido más hermosa. Adam tuvo que tumbarse y colocar las manos tras su cabeza para evitar alargarlas hacia ella. Las tres horas de plazo que María le había prometido estaban a punto de pasar, y Adam sabía que en cuanto llegara iría a buscarlo para saber si le había dicho a Tate que la quería.

Ahora se alegraba de no haberlo hecho. Al menos se había librado de la humillante experiencia de confesarle su amor a una mujer que sólo se había casado con él para poder darle un apellido a su hijo. Permaneció tumbado, tratando de imaginar por qué insistía Tate en mentir sobre el bebé.

– ¿Sabe Buck que estás embarazada? -preguntó.

– Lo adivinó -admitió Tate. Buck había sabido por su expresión que sucedía algo especial y se lo preguntó. Ella le contó la verdad.

– Supongo que se negó a casarse contigo porque sigue enamorado de Velma -dijo Adam.

Tate salió de la cama bruscamente y fue a donde su ropa estaba apilada en el suelo. Empezó a vestirse de espaldas a Adam.

– ¿A dónde vas? -preguntó él.

– A cualquier sitio donde pueda estar lejos de ti -replicó ella.

– Mientras también te mantengas alejada de Buck, no me importa.

Tate se volvió y dijo:

– Buck es mi amigo. Lo veré cuando y donde quiera.

Adam apartó las sábanas de la cama y se puso los vaqueros.

– No estoy dispuesto a permitir que rompas los votos que acabas de hacer -dijo.

– Eres tonto, Adam. No eres capaz de ver lo que tienes delante de las narices.

– Pero sé reconocer a una zorra cuando la veo.

Adam se arrepintió al instante de sus palabras. Habría dado cualquier cosa por retirarlas. Estaba celoso y dolido por la aparente devoción de Tate hacia Buck. Había dicho lo primero que se le había venido a la mente para hacerle daño.

Y lo sentía de verdad.

– Tate, yo…

– No digas nada, Adam. Sólo aléjate de mí. Tal vez algún día pueda perdonarte por esto.

Adam recogió su camisa y sus botas y salió de la habitación, cerrando cuidadosamente la puerta a sus espaldas.

Tate se sentó en la cama, tratando de contener los sollozos que se agolpaban en su pecho. Aquello era peor que cualquier cosa que hubiera imaginado. Ya había comprobado con Buck lo irracional que podía volverse un hombre debido a la suspicacia y a la desconfianza. Pero nunca había esperado ver a Adam comportándose como un bruto celoso.

¿Qué iba a hacer ahora?

Capítulo 10

Adam tuvo mucho tiempo a lo largo del día y de la noche para lamentar su reacción. Tate pasó el resto del día en el despacho y luego se retiró a su propia habitación para dormir. Adam decidió que sería mejor que volvieran a verse durante el desayuno para tratar de hacer las paces, con María como intermediaria.

Pero el malestar del embarazo volvió a llevar a Tate temprano a la cocina. En lugar de esperar a tomar el café con Adam, salió de la casa para dar un paseo, esperando que así se asentara su estómago. Buck la saludó con la mano desde lo alto del establo, donde estaba amontonando heno. Tras echar una mirada a la casa, Tate se encaminó al establo a hablar con él; convenía que le advirtiera que Adam estaba en pie de guerra.

El humor de Adam no mejoró al ver que Tate no acudía a desayunar. Contestó a María de mala manera cuando ésta le empezó a hacer preguntas sobre Tate y ahora ella tampoco le hablaba. Se puso el sombrero y se encaminó al establo para tratar de quitarse el malhumor limpiando algunas casillas.

Apenas acababan de ajustarse sus ojos a las sombras cuando vio a Tate junto a la escalera que daba al pajar. Su corazón dio un salto gigante y luego empezó a palpitar con adrenalina al darse cuenta de que Buck estaba junto a ella. Y aquel descarado vaquero tenía una mano sobres sus hombros.

Adam se acercó a Buck y ordenó:

– Aparta tus manos de mi esposa. Buck sonrió.

– ¿Estás celoso? No hay razón para…

Adam pensó que tenía muy buenas razones para estarlo. Después de todo, su mujer llevaba dentro un hijo de Buck. Su puño salió disparado con fuerza, estrellándose contra la nariz del vaquero.

Buck cayó hacia atrás como una piedra, echando sangre por la nariz. Tate se arrodilló rápidamente junto a él y sacó un pañuelo del bolsillo trasero de su pantalón para contener la hemorragia.

– ¡Idiota! -exclamó, mirando a Adam-. ¡Vete a meter la cabeza el un cubo de agua fría para calmarte!