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Tate estaba de pie junto al fregadero, pelando patatas. Llevaba un delantal puesto, y el sudor provocado por el calor que hacía en la cocina había humedecido su cabello en la nuca.

– Hola, Tate.

Sorprendida, Tate dejó caer la patata y el pelador en el fregadero y se volvió para mirar a Adam. Tras secarse las manos, las mantuvo ocultas tras el delantal para que Adam no viera lo mucho que le temblaban.

– Hola, Adam -dijo finalmente-. Estaba pelando unas patatas para el asado de esta noche.

– Pareces cansada -dijo él.

– No he dormido mucho los dos últimos días

– Tate tragó a pesar del nudo que sentía en la garganta y preguntó-: ¿Qué haces aquí, Adam?

– He venido a por ti. Sube y recoge tus cosas. Voy a llevarte a casa conmigo.

– Estoy en casa.

– Este es el lugar en que creciste, Tate. Ya no es tu hogar. Tu hogar está conmigo y con nuestro bebé.

Tate sintió que su corazón se aceleraba, esperanzado. Las palabras de Adam eran muy distintas a las que había escuchado hacía sólo cuarenta y ocho horas. Al parecer, quería ser un auténtico padre para el bebé.

Antes de que Adam pudiera decir más, la puerta de la cocina se abrió y Tate recordó que les había dicho a sus hermanos que fueran a comer temprano porque quería echar una larga siesta. Temió la confrontación que se avecinaba.

– ¿Qué diablos haces aquí? -preguntó Garth.

– He venido a por mi esposa.

– Tate no va a ningún lugar.

Adam no estaba dispuesto a aceptar órdenes. Tomó a Tate por la muñeca.

– Olvida tus cosas -dijo-. Podemos recogerlas más tarde -avanzó con ella dos pasos, pero tuvo que detenerse.

Faron y Garth se interpusieron en su camino.

– Haced el favor de apartaros -dijo Adam.

– Escucha, Adam -empezó Faron en tono razonable-. Si tú…

Pero Adam no estaba de humor para ser razonable. Echó el brazo atrás para apartar a Tate del camino y luego lanzó el puño hacia delante. Faron cayó debido al poderoso golpe, que le había pillado totalmente desprevenido.

Adam permaneció de pie, con las piernas separadas, mirando al hermano mayor de Tate.

– Aparta de mi camino -dijo entre dientes.

– Puedes irte cuando quieras -contestó Garth-. Pero Tate se queda.

– Voy a llevármela conmigo.

– Eso habrá que verlo.

Tate conocía la fuerza de su hermano. Garth medía varios centímetros más que Adam, y también pesaba varios kilos más.

– Garth, por favor, no…

– Cállate, Tate -ordenó Adam-. Puedo manejar esta situación por mi cuenta -estaba luchando por su vida, por el derecho a cuidar a su mujer y a criar a su hijo; y no tenía intención de perder.

La lucha que siguió fue intensa, pero corta. Cuando terminó, Adam seguía en pie, pero por poco. Tomó a Tate por la muñeca y la ayudó a pasar por encima del cuerpo de Garth antes de salir por la puerta.

Los dos hermanos, aún tumbados donde los había dejado Adam, tuvieron dificultad para mirarse a la cara. Dos contra uno y eran ellos los que habían mordido el polvo.

Garth se levantó y se apoyó contra el fregadero, colocando una mano contra sus costillas. Tiró de su camisa y presionó la tela contra un corte en su mejilla. Faron estiró las piernas frente a sí mientras se apoyaba de espaldas contra la nevera. Se frotó la dolorida mandíbula y se movió para comprobar si tenía algún hueso roto.

– Parece que, después de todo, nuestra hermanita está casada con un hombre que la quiere -dijo.

– Y que tiene una buena derecha -asintió Garth.

Los dos hermanos se miraron y sonrieron.

– A éste no hemos logrado asustarlo -dijo Faron.

– Siempre supe que Tate sabría reconocer al hombre adecuado cuando apareciera.

– Al parecer, eras tú el que necesitaba que lo convencieran -dijo Faron, mirando el rostro golpeado de su hermano.

Garth soltó una risotada y enseguida gimió cuando su cabeza protestó.

– Por cierto, ¿quién crees que va ser el padrino del bebé?

– Yo -dijo Faron, levantándose-. Tu serás padrino del hijo de Jesse.

– Jesse es el siguiente. Debería ser él.

– Jesse y Adam no se llevan bien. Yo soy la mejor elección.

Los dos hermanos salieron en dirección al granero sin dejar de discutir. Ninguno de los dos mencionó que habían sido relegados a un nuevo papel en la vida de Tate. Su hermanita había encontrado un nuevo protector.

Entretanto, Tate era consciente de cada movimiento de Adam, de cada palabra que decía. Le hizo detenerse en la primera gasolinera por la que pasaron con la excusa de que tenía que ir al servicio. Utilizó la oportunidad para limpiarle la sangre del rostro y comprar algunas tiritas para ponérselas en los cortes de la mejilla y la barbilla.

Una vez de vuelta en el coche, dijo:

– Has estado maravilloso, Adam. Creo que hasta ahora nadie había ganado a mi hermano Garth en una pelea.

– Yo me estaba jugando más que él -murmuró Adam con su labio partido.

Tate se sintió aún más tranquilizada ante aquella evidencia de que la actitud de Adam hacia ella y el bebé había cambiado.

Fue un largo viaje hasta el Lazy S, frecuentemente interrumpido por paradas para que Tate utilizara los servicios.

– Es el bebé -explicó.

– Lo sé. Entiendo de estas cosas -replicó Adam, sonriendo comprensivamente-. Soy médico, ¿recuerdas?

Ya había oscurecido cuando llegaron al rancho. María los recibió en la puerta con un fuerte abrazo.

– ¡Me alegro tanto de tenerla de vuelta donde pertenece, señora! -volviéndose hacía Adam, María añadió en español-: Veo que ha conseguido que vuelva a sonreír. Ahora le dirá que la ama, ¿no?

– Cuando llegue el momento -dijo Adam.

María frunció el ceño.

– El momento ya ha llegado.

Adam se negó a dejarse presionar. Se excusó y condujo a Tate hasta su habitación. Antes de cruzar el umbral la tomó en brazos.

– Nuestro matrimonio empieza ahora -dijo, mirándola a los ojos-. El pasado queda atrás.

Tate apenas podía creer que aquello estuviera sucediendo.

– Te quiero, Adam.

Esperó las palabras que sabía que Adam iba a decirle. Pero no llegaron.

No había ninguna dificultad en decir aquellas dos palabras, pero Adam se sentía demasiado vulnerable en aquellos momentos como para admitir la profundidad de sus sentimientos por Tate. Lo cierto era que no le había dado la opción de volver con él o quedarse. Le parecía más adecuado demostrarle que la amaba, más que decírselo en palabras.

Le hizo el amor como si fuera el ser más maravilloso del universo. La besó con suavidad, sin preocuparse por su labio herido, saboreándola como si no lo hubiera hecho nunca. El suave gemido de placer de Tate resonó por todo su cuerpo, tensándolo de deseo.

Deslizó la mano hacia su redondeado vientre.

– Mi hijo -susurró junto al oído de Tate-. Nuestro hijo.

– Sí, sí, nuestro hijo -asintió Tate, feliz al ver que Adam estaba dispuesto a admitir que el hijo era suyo.

– Ahora sé que es mío -dijo Adam.

Tate sintió que su euforia se esfumaba bruscamente.

– ¿Qué? -se volvió para mirarlo-. ¿Qué has dicho?

Adam deslizó el pulgar sobre el vientre de Tate mientras la miraba a los ojos.

– Fui a ver al doctor de San Antonio que me hizo las pruebas de fertilidad. No soy estéril, Tate. Anne me mintió.

Tate se sintió horrorizada al comprender lo que aquello significaba. No era de extrañar que Adam no le hubiera dicho que la amaba. No había ido a Hawk’s Way a por ella. No había luchado con Garth para recuperarla. ¡Lo había hecho para recuperar a su hijo!