Tate se quedó pasmada.
– ¿Crees que Buck y yo…?
– ¿Qué se supone que debo pensar si te presentas a estas horas de la madrugada con la camiseta fuera del pantalón, el pelo revuelto y los labios inflamados como si te los hubieran besado una docena de veces?
– Hay una explicación perfectamente…
– ¿No quiero oír excusas! ¿Niegas haber pasado la noche con Buck?
– No, pero ha pasado algo maravilloso que…
– ¡No quiero oír los detalles!
Adam estaba gritando, y Tate supo que si hubiera estado más cerca de ella, tal vez no habría podido controlar su furia.
– ¡Apártate de mi vista! -dijo con aspereza-. Antes de que haga algo de lo que pueda arrepentirme.
Tate alzó la barbilla. ¡Si aquel cretino le diera una oportunidad, podría explicárselo todo! Pero su orgullo la empujó a permanecer en silencio. Adam no era su padre ni su hermano. Sin embargo, parecía decidido a seguir en su papel de protector. Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. ¿Por qué no se daba cuenta de que ella sólo tenía ojos para un hombre? ¡Y ese hombre era él!
– ¡Algunos tipos no son capaces de ver más allá de la punta de su nariz! -tras aquella afirmación, Tate se volvió y salió de la habitación.
Una vez que Tate se hubo ido, Adam soltó una sarta de maldiciones. Cuando acabó, se sentía peor que antes. Había confiado en estar equivocado respecto a lo que Buck y Tate habían estado haciendo hasta tan tarde. Se quedó anonadado cuando Tate no negó haber perdido su virginidad con el vaquero. Sentía una furia incontrolable al pensar en otro hombre acariciándola como nunca la había tocado nadie. Y pensar que le había parecido «maravilloso» le producía una insoportable opresión en el pecho.
Trató de convencerse de que lo que había pasado era lo mejor. El no era un hombre completo. Tate merecía algo mejor. Pero nada de lo que se dijo logró apartar aquel amargo sabor de su boca. Ella era suya. Le pertenecía.
Y ahora que su virginidad no era un impedimento, la tendría.
Capítulo 6
De pronto, Adam se convirtió en el perseguidor y Tate en la elusiva perseguida. Cada vez que se encontraba con él le daba la espalda, y flirteaba descaradamente con Buck cada vez que éste estaba presente. Debido a que el cortejo de Buck con Velma prosperaba, el vaquero tenía el aspecto de un hombre feliz y satisfecho. Lo que dejaba a Adam hirviendo de celos.
Tate sospechaba que podría acabar fácilmente con el evidente enfado de Adam si le contara la verdad sobre lo sucedido esa noche, pero estaba decidida a que fuera él el que diera el primer paso hacia la conciliación. Lo único que había hecho durante la pasada semana era lanzarle miradas asesinas.
Sin embargo, su mirada reflejaba algo más que enfado y antagonismo. Tate empezaba a sentirse agotada por la tensión sexual que había entre ellos. Algo había cambiado desde la noche de su discusión, y Tate sentía que el vello de sus brazos se erizaba cada vez que Adam estaba cerca. Su mirada era hambrienta. Su cuerpo irradiaba poder. Sus rasgos mostraban una necesidad insatisfecha. Tate tenía la inquietante sensación de que la acechaba.
Durante el día se ocultaba todo el tiempo posible en la oficina, y por las tardes hacía de mediadora entre Buck y Velma. Se negaba a admitir que estaba ocultándose de Adam, pero era cierto.
Una semana después de que Tate acompañara a Buck a hablar con Velma, el vaquero le preguntó si le importaría quedarse esa tarde en casa en lugar de acompañarlo como carabina.
– Quiero hablar con Velma a solas de algunas cosas -dijo Buck.
– Por supuesto -replicó Tate, obligándose a sonreír-. No me importa en absoluto.
Cuando Buck se hubo ido, la sonrisa de Tate se transformó en un sombrío gesto. Estaba más que un poco preocupada por lo que pudiera hacer Adam si averiguaba que esa tarde se quedaba en casa. Decidió que lo mejor sería evitarlo permaneciendo en su habitación. Era el camino del cobarde, pero sus hermanos le habían enseñado que a veces era mejor jugar las cartas con las que uno contaba pegadas al estómago.
Tate se cansó muy pronto de estar confinada en su habitación. Aún tenía trabajo pendiente en el despacho y decidió ir, tratando de que Adam no la viera. La luz de la habitación de éste estaba encendida. Adam a menudo se retiraba pronto para leer en la cama las publicaciones médicas que recibía.
Tate ya estaba vestida para dormir, con una camiseta larga de color rosa que la cubría prácticamente hasta las rodillas. Decidió que era lo suficientemente recatada incluso si Adam la encontraba trabajando más tarde en la oficina. Recorrió el patio de puntillas y entró en la otro ala de la casa por una puerta del extremo, dirigiéndose de inmediato a la oficina.
Había pasado poco más de una hora cuando sintió que se le erizaba el vello de la nuca. Hacía un rato que había terminado de trabajar con el ordenador. Estaba sentada frente al escritorio, con un tobillo apoyado en éste y el otro en la rodilla opuesta, examinando los papeles que acababa de imprimir.
Alzó la vista y se encontró frente a la mirada cargada de deseo de los azules ojos de Adam.
– ¿Trabajando tarde? -preguntó él con voz sedosa.
– He decidido terminar unas cosas.
Tate se quedó paralizada, sintiéndose incapaz de moverse a pesar de saber que la camiseta se le había subido a lo alto de los muslos. Mientras Adam la miraba, sintió que los pezones se le endurecían, haciéndose fácilmente visibles bajo la tela de algodón rosa.
Adam tenía el pecho desnudo, revelando unos oscuros rizos que descendían en forma de uve hasta perderse en sus vaqueros, que parecían colgar de sus caderas. Su estómago estaba cincelado de músculos y una ligera transpiración hacía que su piel brillara a la tenue luz de la lámpara.
Adam no parecía menos desconcertado que Tate. Había ido al despacho a recoger una revista médica y en lugar de ello se había encontrado con una seductora y sexy gatita en su escritorio. La visión de las braguitas de corte francés de Tate estaba a punto de hacerle perder el control. Su pelo negro estaba revuelto, y sus ojos color whisky estaban cargados de encanto femenino.
– No deberías andar medio desnuda por ahí -dijo.
– No esperaba verte.
Adam arqueó una ceja con gesto incrédulo.
– ¿En serio?
De pronto, apartó con una mano todo lo que había sobre la mesa mientras alargaba la otra hacia Tate. Un montón de papeles volaron al suelo junto a diversas tazas, guijarros y otros objetos varios. Aún no habían llegado los últimos papeles al suelo cuando tuvo a Tate sentada en el borde del escritorio, frente a él.
La asustada protesta de Tate murió en sus labios. Los fieros ojos de Adam no se apartaron de los de ella mientras le separaba las piernas y se colocaba en medio. La atrajo hacia sí, encajando la delgada seda de sus braguitas contra el calor y la dureza de su excitación.
– ¿Es esto lo que tenías pensado? -preguntó.
– Adam, yo…
Tate jadeó cuando él le acarició los senos por encima de la camiseta, revelando los pezones que anhelaban sus caricias.
– Adam…
– Has estado tentándome durante semanas, niña. Incluso yo tengo unos límites. Finalmente vas a obtener lo que querías.
– Adam…
– Calla, Tate.
Tomó ambas manos de Tate en una de las suyas y la sujetó con la otra por la nuca para besarla.
Tate no se atrevió a respirar mientras Adam bajaba su cabeza hacia la de ella. Su cuerpo estaba vivo de anticipación. Aunque había deseado aquello desde que vio por primera vez a Adam, aún sentía temor por lo que estaba a punto de suceder. Deseaba a aquel hombre, y ahora estaba segura de que él también la deseaba a ella. Esa noche sabría lo que significaba ser una mujer, la mujer de Adam. Finalmente, la espera había acabado.
El enfado de Adam al encontrar lo que consideraba una trampa sensual hizo que fuera más brusco con Tate de lo que pretendía. Pero, después de todo, ella ya no era la tierna e inexperta virgen de hacía una semana.