Para regocijo de Elizabeth, Fitz había ordenado que, en adelante las niñas comieran con la familia y, además, incluso estaba dispuesto a pasar algún tiempo con ellas. La tendencia de Cathy a gastar bromas pesadas menguó notablemente, Susie aprendió a mantener una conversación y concluirla sin adquirir el color de la remolacha y Anne mostró un notable interés en todos los asuntos políticos y europeos. Georgie se esforzó todo lo que pudo e intentó comportarse como una dama, e incluso consintió que le pintaran las uñas con aloe amargo -sabía asqueroso- mientras realizaba un esfuerzo heroico para no ir y lavarse inmediatamente aquel horrible remedio.
– ¿Qué ocurrió entre Susie, Anne y el tutor de Charlie? -preguntó Fitz a su esposa, con un gesto sombrío ciertamente alarmante.
– Absolutamente nada, excepto que las niñas se imaginaron que estaban enamoradas de él. Creo que eso demuestra su buen gusto -dijo Elizabeth tranquilamente-. No les he dado esperanzas ni las he animado a ello, te lo aseguro.
– ¿Y Georgie?
– Parece en realidad bastante más interesada en la temporada londinense, ahora que Kitty le ha hablado de brillantes escenas con las que se ha entusiasmado. Es una niña tan bonita que hará un maravilloso papel… si abandona esas manías que tiene como su tía Mary. Pero Kitty me asegura que las abandonará. Prueba de ello es su lucha por acabar con la horrible costumbre de morderse las uñas.
– Ha sido un verano horroroso… -dijo Fitz.
– Sí. Pero ya lo hemos pasado, Fitz, y eso es lo principal. Ojalá hubiera sabido que tú y Ned erais hermanos.
– Te lo habría dicho, Elizabeth, si hubiera podido…
– Siempre me recordaba a un enorme perro negro protegiéndote desde cualquier esquina.
– Eso fue lo que hizo, desde luego. Y muchas otras cosas también. Lo quería. -Darcy miró a Elizabeth directamente, con los ojos oscuros clavados en los de su esposa-. Pero no tanto como te quiero a ti.
– No, no tanto. Sólo… de un modo diferente. Pero… ¿por qué dejaste de decirme que me querías después de que naciera Cathy? Me apartaste de tu vida. No fue culpa mía que no pudiera darte más hijos varones que Charlie, o que él no te gustara en absoluto. Y ahora… ¿sigue sin gustarte? No, ¿verdad?
– Ningún hombre podría tener un hijo mejor que Charlie. Es una fusión perfecta de ti y de mí. Y es verdad que te aparté de mi vida, pero sólo porque tú me apartaste de la tuya.
– Sí, lo hice. Pero… ¿por qué me cerraste la puerta?
– ¡Oh, estaba harto de tus interminables bromas a mi costa! Tus ocurrencias y tus observaciones ingeniosas, esos chistes pícaros contra mí… ¡no podías tolerarlos en Caroline Bingley cuando te denigraba a ti, pero tú me denigrabas a mí! Parecía que cada vez que abría la boca, ahí estabas tú para mofarte de mi pomposidad o de mi altivez… cosas que, por otro lado, son innatas, para bien o para mal. Pero eso no es nada comparado con tu verdadera falta de entusiasmo en la vida marital. ¡Me sentía como si hiciera el amor con una estatua de mármol! Nunca me devolvías los besos y las caricias… ¡Podía sentir cómo te convertías en una piedra cuando te metías en la cama! Me dabas la impresión de que odiabas que te tocara. Me habría encantado seguir intentando tener otro varón, pero después de Cathy no pude soportarlo más.
Ella fue consciente de un estremecimiento tan leve como el ronroneo de un gato, y tragó saliva dolorosamente, sin mirar a su marido, sino al exterior, por la ventana del salón, aunque ya hacía mucho que era de noche y no podía ver nada excepto los reflejos danzantes de las velas. Oh, siempre había estado completamente segura de que podría limar el carácter de Fitz, hacerle ver lo ridículo que podía llegar a ser, con su gélida conducta y su envaramiento. Después de mucho tiempo, aquel último año había dejado de burlarse por fin de la altivez de su marido, y sólo había dejado de hacerlo porque estaba enfadada y disgustada. Pero ahora por fin entendió todo lo que había que saber sobre los leopardos y su piel moteada. ¡Fitz nunca sería capaz de reírse de sí mismo! Estaba demasiado obsesionado con la dignidad de los Darcy. Charlie pudo tal vez tener suerte al romper el hielo de Fitz, pero ella jamás podría. El sentido del humor de Elizabeth era demasiado afilado y nunca podría evitar dar rienda suelta a su sentido del humor. Y respecto a la otra acusación… ¿qué podía decir para defenderse?
– No tengo nada que decir. Me rindo -dijo.
– ¡Elizabeth! ¡Eso no basta! ¡A menos que digas algo, nunca podremos salvar este distanciamiento entre nosotros! Una vez, hace mucho tiempo, cuando Jane estuvo tan enferma tras el parto de Robert, dijo en sus delirios que sólo te animaste a aceptarme tras ver las maravillas de Pemberley.
– Oh, eso… ¡una observación sin importancia! -exclamó, presionando con las manos las mejillas, que le ardían-. ¡Ni siquiera Jane sabe cuándo estoy bromeando…! No quise decirlo en el sentido que parece… y no tenía ni idea de que Jane se lo hubiera tomado en serio. -Se arrodilló ante él y lo miró con ojos dulces y brillantes-. Fitz, me enamoré de ti, ¡pero no fue por Pemberley! ¡Me enamoré de ti por tu generosidad, por tu amabilidad, por tu…tu paciencia!
Mirándola desde arriba, Fitz supo que había vuelto a salir derrotado ante el adorable fulgor de aquellos ojos, y de aquellos maravillosos y dulces labios.
– Ojalá pudiera creerte, Elizabeth, pero las estatuas no mienten.
– Sí mienten. -Tal vez si no tenía que mirarlo pudiera decírselo, y eso resultaba bastante más fácil estando de pie-. Intentaré explicártelo, Fitz, pero no me obligues a mirarte a los ojos hasta que haya acabado, ¡por favor!
Darcy puso una mano sobre su pelo.
– Lo prometo. Dime.
– Me daba muchísimo asco hacer el amor… ¡y todavía me da asco! Me parecía cruel, animal, cualquier cosa menos ¡hacer el amor! Todo aquello me dejaba físicamente dolorida y espiritualmente humillada. El Fitz que yo amo no es aquel hombre. ¡No puede ser aquel hombre! ¡La humillación, la degradación…! No podía soportarlo, y por esa razón me volví una estatua. En realidad… incluso llegué a rogar a Dios que no vinieras a verme, y gracias a Dios dejaste de hacerlo. Pero, de algún modo, eso no solucionó nada.
Fitz miró el fuego de la chimenea a través de los espejos de sus lágrimas. ¡La última cosa que se podría haber imaginado! Lo que para él era una prueba de la fuerza de su pasión era para ella una violación. Habían llegado al matrimonio tan virginales que la parte carnal era un absoluto misterio. «Sin embargo, viniendo de aquella familia, no consideré que pudiera ser tan inocente. Su madre debió de ser una Lydia en su juventud, y de todas sus hermanas se podría pensar cualquier cosa, pero no se puede decir que ignoraran el lado físico del amor…».
– Supongo… -dijo, al tiempo que apartaba las lágrimas con un parpadeo-, supongo que nosotros, los hombres, asumimos que nuestras esposas se recobrarán de la conmoción de la primera vez, y que aprenderán a gozar de lo que Dios pretendió que fuera realmente gozoso. Pero quizá algunas mujeres son demasiado inteligentes y demasiado sensibles como para recobrarse. Mujeres como tú. Lo siento mucho. Pero… ¿por qué nunca me lo dijiste, Elizabeth?
– No creía que los hombres pudieran entenderlo.
– Yo no soy como el resto de los hombres.
– Tú eres muchos hombres, Fitz, con muchos secretos.
– Sí, claro que tengo secretos. Algunos te los contaré, pero no todos. Pero puedes estar tranquila, porque te aseguro que aquellos que no te cuento no tienen ninguna relación contigo en ningún sentido. Esos se los contaré a Charlie, que es mi heredero y sangre de mi sangre. -Comenzó a acariciar el pelo de su esposa rítmicamente, casi como si no supiera lo que hacía-. Aquel hombre, como dijiste, ¡es parte de mí! No puedes separarlo del todo. Fui un bruto sin sentimientos, ahora lo comprendo, pero fue ignorancia, Elizabeth, no premeditación. Te quiero más que a Ned, más que a mi hijo o a mis hijas. Y ahora que me voy a quedar en los bancos de atrás del Parlamento, ya no tendrás rival en Westminster.