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– ¡Oh, Fitz! -Levantó la mirada y lo atrajo para besarlo, lenta y lánguidamente-. ¡Te quiero tanto…!

– Lo cual nos remite a un problema básico… -dijo, apartando la silla para poderla abrazar-. ¿Hay alguna posibilidad de insuflar vida a la estatua? ¿Puedo ser Pigmalión para tu Galatea?

– Debemos intentarlo -dijo Lizzie.

– Tal vez haya sido bueno que este estado de cosas haya durado tanto. Soy un hombre de cincuenta años y tengo más control sobre mis urgencias primarias que un hombre de treinta. Creo que puedo insuflarte vida… -Y la besó de nuevo, como había hecho durante los felices días de su noviazgo-. Lo que tú necesitas es algo que yo no soy muy proclive a regalar… ternura.

– Tengo depositadas muchas esperanzas en ese hombre y en ti, Fitz. Todos hemos cambiado mucho durante el último año, desde Mary a Charlie.

– Entonces, ¿podré venir a tu cama?

– Sí, por favor. -Elizabeth dejó escapar un profundo suspiro y apoyó la cabeza en su hombro-. Tengo mucha confianza en que podré ser feliz, pero temo mucho por la felicidad de Mary. Si se casa con Angus, la vida de casada será traumática para ella. -Una risilla burlona se dibujó en sus labios-. De todos modos, ella no es tan ignorante como lo era yo. ¿Sabes, Fitz, que cuando nos reunimos en Shelby Manor para el funeral de mamá, se atrevió a decirme que ojalá Charles Bingley se lo tapara con un corcho, por el bien de Jane? ¡Me quedé petrificada! ¡Siempre tan pragmática!

– Acabará agotando al pobre Angus.

– Mucho me temo que tienes razón en eso. Sí, Mary ha cambiado en muchos aspectos, pero sigue siendo la mujer terca, tozuda y pertinaz de siempre.

– Agradezcamos a Dios una cosa… Que Charlie le dijo que desafinaba. ¡Piensa en la cantidad de canciones que nos hemos ahorrado!

Capítulo 13

Fitz rechazó de plano actuar como presidente formal de la reunión que se iba a celebrar a propósito del oro. Estaban presentes Elizabeth, Jane, Kitty, Mary, Angus, Charlie, el señor Matthew Spottiswoode y el propio Fitz. Explicó muy cuidadosamente a las cuatro damas que cada una tenía un voto, que cada voto de cada una de ellas era igual al de los caballeros y que, puesto que el señor Spottiswoode no tenía voto, los suyos podrían constituir mayoría: si estaban unidas, podrían superar a los hombres por cuatro votos a tres. Esto confundió un poco a Jane y a Kitty, pero emocionó a Elizabeth y a Mary. Así pues, parecía que a pesar de haber rechazado de plano actuar como el presidente formal de la reunión, Fitz tenía toda la intención de dirigirla. Dio unos golpecitos sobre un pisapapeles que había sobre la mesa redonda, que lo era literalmente.

– Cada orfanato será conocido cómo Orfanato de los Niños de Jesús, y nosotros tendremos título de fundadores, con un capital que llamaremosF. Como tenemos un número de votos impar, siete, no será necesario que nombremos formalmente a un presidente fundador -anunció Fitz.

Se formó un revuelo y hubo susurros.

Fitz volvió a dar unos golpecitos en el pisapapeles.

Silencio de nuevo.

– Hay ciento veintitrés lingotes de oro, con un peso de diez libras cada uno… -dijo Fitz, pareciéndose mucho a un maestro que va a plantear un problema-. Para sorpresa de Matthew, y la mía propia, descubrimos que el padre Dominus eligió el peso común inglés para pesar sus lingotes, y no el peso habitual utilizado para los metales preciosos. Esto incrementa su valor en un cuarto o cuatro onzas por lingote. Un boticario tan astuto como el padre Dominus seguramente sabía lo que estaba haciendo. Mi teoría es que decidió moldear lingotes con un peso que el Gobierno jamás produciría, y además, de un peso fácilmente transportable. Incluso un niño puede acarrear diez libras de peso inglés común.

– ¿Sugieres que lo hizo para que los niños los transportaran? -preguntó Mary.

– Por el interior de las cuevas, seguramente. -Esperó otras observaciones, que no se produjeron, y luego continuó-. Debido a nuestras enormes colonias y rutas comerciales, nuestro país es la fuente de oro para un buen número de países de Europa deseosos de establecer una moneda basada en el valor del oro. Y nos compran el oro a los ingleses.

– ¿Y cómo puedes pagar el oro? -preguntó Charlie.

– Con materias primas y otros bienes que Inglaterra necesita pero no produce. Nosotros tenemos carbón de sobra, pero se nos está acabando el hierro, así como nuestras reservas de metales siderúrgicos y cobre. Tampoco podemos ya producir el grano suficiente para alimentar a toda la población… la lista de deficiencias es prácticamente interminable. Además, escasea el oro también, aunque algo llega de la India y de otros países de la antigua Compañía de las Indias Orientales. Pero esto significa que nosotros, los fundadores, que estamos en torno a esta mesa, nos encontramos en una excelente posición, puesto que no puede demostrarse en absoluto quenuestro oro haya sido jamás oro del Gobierno.

Todos estaban con la boca abierta, pendientes de cada palabra que decía; cuando se detuvo en esta ocasión, nadie dijo nada.

– Yo creo que podemos vender nuestro oro al Tesoro por seiscientas mil libras y nadie preguntará nada. Desde luego vale bastante más.

Se elevaron resoplidos de admiración. Charlie aulló de alegría.

– Muy bien, así pues, asumamos que disponemos de seiscientas mil libras en un fondo para los Orfanatos de los Niños de Jesús -añadió Fitz. Le lanzó a Mary una mirada amenazadora-. Y antes de que te precipites, Mary, te ruego tengas la bondad de escucharme. Gastar dinero en la construcción de un orfanato es una cosa, pero el coste de un edificio y de la tierra es tal que no asegura que podamos construir cien, ni siquiera la mitad. Antes de contemplar la posibilidad de otra institución, debemos en primer lugar establecer los costes de mantener abierto el primer orfanato original. Si vamos a acoger a cien niños, apropiadamente alimentados y vestidos, cómodamente instalados, adecuadamente vigilados y satisfactoriamente educados, necesitaremos tres maestras y una directora, diez niñeras y una supervisora, cuatro cocineras y al menos veinte criados para asuntos diversos. De otro modo, lo único que tendréis es un típico orfanato de parroquia, en los cuales los empleados son escasos, miserablemente pagados y demasiado descontentos para ser buenos o amables con los niños, donde la educación es perfectamente inexistente y donde ponen a los niños a trabajar en lugar de los criados. Por lo que yo he entendido, queréis dirigir una institución que sirva de modelo a otros orfanatos. Eso significa que deseáis preparar a los muchachos para que lleguen a los catorce años con algunos conocimientos y puedan emprender carreras productivas y lucrativas, en vez de no saber hacer nada. ¿Estoy en lo cierto?

– Sí -dijo Mary.

– En ese caso, vuestro primer orfanato os costará alrededor de dos mil libras al año sólo en sueldos del personal. Debéis reservar unas veinticinco libras por niño y año para alimento y ropa. Eso supone otras doscientas o quinientas libras. Muchos artículos, desde las sábanas para las camas a las toallas, tendrán que cambiarse al menos una vez al año. Y así sucesivamente, etcétera, etcétera… Menciono estas cifras para daros una somera idea de los gastos que conlleva una institución de este tipo. Tenedlas en cuenta y no las olvidéis.

Miró a derecha y a izquierda, evitando los ojos de Angus por temor a que se estuviera riendo.