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– Si invertimos nuestras seiscientas mil libras en un fondo al cuatro por ciento, nos supondrán una renta de unas veinticuatro mil libras anuales. Yo sugeriría que cuatro mil fueran reinvertidas, para sobrellevar las alzas de precios a medida que pasa el tiempo. Así pues, los ingresos para gastos corrientes serán de veinte mil libras anuales. Yo os conmino, compañeros fundadores, a que pequéis siempre por defecto. ¿Construir un segundo orfanato? Por supuesto que sí, pero no más. Así siempre tendremos dinero para que ambos sean solventes, porque una vez que se dedican fondos adicionales a otra institución, se pierde el control, y la autonomía. De acuerdo con Matthew y mis abogados, redactaré contratos societarios que impidan que futuros socios dilapiden los fondos. La tarea de Angus será encargar auditorías externas…

«¡Qué feliz soy…!», estaba pensando Elizabeth, con la mente puesta muy lejos de los negocios que tenía delante. «¿Por qué lo temía tanto…? ¡Oh, qué maravilloso es estar entre sus brazos, sin tener que contenerse…! Es tan cariñoso, tan tierno, tan considerado… Me condujo como si fuera una niña, explicándome por qué hacía esto y lo otro, comunicándome el placer que sentía haciéndolo, animándome a abandonar mis temores y sentir también el placer. Soy voluptuosa, dice, y ahora ya sé lo que quiere decir esa palabra… y no me ofende. ¡Sus manos me acarician con tanta sabiduría! ¿Cómo dijo…? Que había enviado a aquel hombre… no, no debo pensar así… Dijo que había enviado esa parte de él a dormir durante diez años. A medida que vaya pasando el tiempo será más fácil, dijo. Lo cierto es que yo estaba dormida también. Es más, nunca estuve despierta. Pero ahora que ambos estamos despiertos, todo me parece un mundo diferente…».

– ¡Lizzie!

Ruborizándose hasta el escarlata, Elizabeth volvió de su paseo y miró a todas partes excepto a Fitz, que estaba sonriendo como si supiera en lo que había estado pensando su esposa.

– ¡Oh! ¿Qué? ¿Sí?

– No has escuchado ni una sola de las palabras que he dicho -dijo Mary malhumorada.

– Lo siento, querida. Dilo otra vez.

– Que creo que deberíamos construir al menos cuatro orfanatos, pero nadie está de acuerdo conmigo… ¡ni siquiera Angus! -Y se volvió hacia el desventurado escocés con furia-. ¡Al menos esperaba que tú me apoyaras!

– Nunca te apoyaré en las locuras, Mary. Fitz tiene toda la razón en este asunto. Si construyes cuatro orfanatos, no podrás dividirte en cuatro partes, lo cual significa que las instituciones no se vigilarán adecuadamente. Te engañarían, te tomarían el pelo. Lo que nosotros consideramos caridad, otros lo verán como unas formidables ganancias. Hay un viejo dicho que afirma que la caridad empieza por uno mismo. Muy bien, muchas personas que trabajan en instituciones de caridad han adoptado como suyo este credo… pero no en un sentido demasiado honorable.

Angus pareció heroico al desafiar con éxito a Mary; Mary parecía desconcertada.

– ¿Te ha picado un mosquito escocés, tía Mary? -preguntó Charlie maliciosamente.

– Ya veo que ningún hombre está de acuerdo conmigo -dijo Mary enfurruñada.

– Y yo tampoco estoy de acuerdo contigo -dijo Elizabeth-. Yo sugiero construir dos orfanatos de Niños de Jesús: el primero, cerca de Buxton, y un segundo cerca de Sheffield. Manchester es demasiado grande.

Y eso fue lo que se acordó.

Los cuarenta y siete Niños de Jesús se habían instalado en Hemmings y allí descubrieron todos los horrores de la lectura, la escritura y las cuentas. Al menos en un aspecto, Mary conservó su buen sentido común; la jefa de las maestras y la jefa de las niñeras fueron privadas de la vara, aunque no del todo.

– Como han estado aislados y sometidos, algunas veces tienden a hacer lo contrario de lo que se les dice -les comunicó Mary a la maestra y a la niñera, ambas petrificadas ante ella-. Deben enseñárseles las normas de conducta ahora, no después. Sus verdaderas personalidades emergerán bajo nuestro amable régimen, pero no debemos imaginar que tendremos cuarenta y siete ángeles. Habrá algunos diablillos (William es uno) y posiblemente un diablo o dos (Johnny y Percy). Les impondremos reglas uniformes y constantes, de modo que todos ellos sepan las cosas que se considerarán positivamente y las que se condenarán… y las que tendrán como premio la vara de abedul. A los niños que ni siquiera quieran corregirse con la vara de abedul, habrá que amenazarlos con la expulsión, o con algunas otras consecuencias extremas. -Mary miró a su alrededor-. Veo que hay un piano aquí… Creo que podríamos enseñar música a los niños a los que les guste. Buscaré a un maestro. En nuestras instituciones de los Niños de Jesús daremos clases de piano y violín. -Y lanzó una mirada furiosa-. ¡Pero de arpa no! ¡Qué instrumento más tonto [42]!

Salió entonces de la casa y se fue en el carruaje. Había un largo trecho hasta Hemmings. Una vez acomodada en el vehículo, se recostó contra los cojines y suspiró con absoluto placer.

¿Quién podría haber creído jamás que sobreviviría a su breve odisea? Los días en los que soñaba con Argus parecían perdidos en la niebla de los tiempos… ¡habían ocurrido tantas cosas! «¡Una locura de una cría de escuela!», pensó. «Las ideas de Argus inflamaron esa pasión, e imaginé que eso era una prueba de amor. En fin, aún no sé lo que es el amor, pero con toda seguridad no es aquello que sentía por Argus. A propósito, por lo que sé, no ha escrito ni un solo artículo en elWestminster Chronicle desde que salí de Hertford. Me pregunto qué habrá hecho este verano. Tal vez su mujer se ha puesto enferma, o ha tenido un niño. Son la clase de cosas que destruyen las pasiones personales. Puede que me pregunte qué habrá sido de él, pero no siento nada más allá de una consternación natural por sus desgracias, cualesquiera que sean. Había hecho un buen trabajo, pero ¿qué puede hacerse en realidad si Fitz dice que el Parlamento no va a actuar? Los lores son los que gobiernan Inglaterra, porque la Cámara de los Comunes está repleta con sus hijos, con los segundos, los terceros, los cuartos, etcétera, etcétera. Nada podrá hacerse hasta que la Cámara de los Comunes no se llene con gente verdaderamente común: hombres cuyas raíces no se hundan en la Cámara de los Lores».

Debió de quedarse un poco traspuesta, porque el carruaje había pasado por Leek y se encontraba ahora en el camino de Buxton. Al despertar, apenas recordaba en qué había estado pensando. En fin, era tiempo de pensar en su propio futuro. Fitz la había llamado el día anterior y le había pedido perdón sinceramente… ¡Cuánto había cambiado ese hombre! No había en él orgullo ni soberbia en absoluto. Por supuesto, cualquier tonto podría darse cuenta de que él y Lizzie se habían reconciliado del todo; parecían flotar en una nueva luna de miel, intercambiando miradas que lo decían todo, compartiendo bromas privadas… Sin embargo, al mismo tiempo, habían desarrollado aquella irritante costumbre que sólo se observa en la gente que lleva casada mucho tiempo: decían lo mismo y al mismo tiempo, y luego se sonreían satisfechos de sí mismos.

Fitz le había dicho que recibiría una recompensa por el descubrimiento del oro: quince mil libras. Invertidas en los fondos, obtendría unas ganancias de dos mil libras anuales, más que suficiente, según Fitz, para vivir exactamente como deseara y donde deseara. Si quería vivir sin dama de compañía, él no pondría ninguna objeción, salvo el consejo de que viviera en una ciudad. ¿Cuánto le quedaba de aquellas nueve mil quinientas libras?, preguntó Mary. Estaba orgullosa de tener la posibilidad de preguntárselo: le quedaba casi todo. Muy bien, entonces lo usaría para comprarse una buena casa, dijo. Al tiempo que prometía pensarlo todo concienzudamente antes de actuar, Mary se había despedido, muy incómoda ante ese Fitz tan comprensivo y amable. Porque Mary había descubierto que se crecía con el enfrentamiento, y ahora nadie iba a oponerse a nada de lo que dijera o hiciera. Sólo se habían puesto en su contra con el asunto del número de orfanatos, pero la propia Mary se había dejado convencer de que lo mejor era construir sólo dos orfanatos, y sólo dos.

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[42] En Orgullo y prejuicio, en Mansfield Park y en otras novelas, Jane Austen propone que el piano es un instrumento «práctico», mientras que el arpa es sólo una moda frívola.