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¡Oh, qué desastre! La independencia había sido un reto cuando todo el mundo estaba en contra, pero ahora que, en efecto, podía hacer lo que le apeteciera, había perdido buena parte de su encanto. De todos modos, ¡la dependencia era infinitamente peor! «Imagínate que necesitaras a otra persona del modo que (obviamente) Lizzie necesita a Fitz, y él a ella». Cuando niña, Mary nunca había disfrutado de la cercanía que tenían Jane y Lizzie, o Kitty y Lydia. Mary era la del medio y nadie le prestó atención. Ahora se encontraba en el medio otra vez, pero en un sentido mucho mejor. Lizzie, Jane y Kitty la admiraban tanto como la querían, y ahora la querían mucho más que antes. Admitió que se había ganado aquel cariño actuando como un ser racional, y que había ampliado su pequeño núcleo hasta convertirlo en algo más extenso y variado. Pero nada de aquello respondía a su dilema: ¿qué iba a hacer con su vida? ¿Podría llenar su existencia con orfanatos y otras buenas obras? Todo aquello era muy satisfactorio, pero no la dejaría verdaderamentesatisfecha.

Para cuando llegó a una conclusión al respecto, Buxton había aparecido y desaparecido tras el carruaje. Y la conclusión era que se haría responsable, ella sola, del orfanato de Sheffield, dejando el de Buxton a Lizzie y a Jane. Si lo hacía así, no tendría que estar constantemente viajando en carruaje de un lado a otro. Después de un tiempo, pensó, los rostros de los niños se confundirían y ella sería incapaz de distinguir qué niños estaban en un orfanato y cuáles estaban en el otro. Y como tenían familias de las que ocuparse, Lizzie y Jane podrían compartir las obligaciones del orfanato alternándose. El orfanato de Sheffield iba a construirse en Stannington, de modo que tal vez podría comprarse una casa en Bradfield o en High Bradfield, en los límites de los páramos. Eso resultaba muy atractivo; a Mary le gustaban los paisajes hermosos. No necesitaba una casa señorial. Sólo uncottage espacioso con una cocinera, un ama de llaves, tres criadas y un hombre que se ocupara de los trabajos habituales de una casa y que también fuera jardinero. Cuando estuvo de alquiler en Hertford, aprendió que a ningún criado le gusta trabajar en exceso y que todos los criados tienen métodos para evitar el trabajo. Lo que tenía que hacer, resolvió Mary, era pagarles bien y esperar calidad de servicio a cambio de dinero.

Ya era hora, por ejemplo, de volver a sentarse ante el piano; llevaba sin tocar muchísimas semanas. En eso emplearía el tiempo libre del que iba a disponer. Y una biblioteca. ¡Su nueva casa tendría una biblioteca maravillosa! Un día a la semana pasaría toda la jornada en el orfanato. Sí, un día a la semana era suficiente. Si lo visitara más a menudo, el personal podría mostrarse descontento, creyendo que no se les concedía la independencia necesaria. «¡Independencia… de nuevo esa palabra! Todo el mundo necesita independencia en alguna medida», pensó. «Sin ella, nos marchitamos. Así que no debe parecer que soy la superintendente; sólo lo que soy en realidad: una benefactora. ¡Aunque nunca sabrán qué día de la semana me presentaré en el orfanato…!».

Lo que más la desconcertaba era su añoranza de Hertford, porque la diminuta vida que había llevado allí, después de salir de Shelby Manor, había desaparecido. Sí… echaba de menos las reuniones y las fiestas, la gente… la señora Botolph, lady Appleby, la señora Markham, la señora McLeod, el señor Wilde… Y el señor Angus Sinclair, en cuya compañía había pasado nueve maravillosos días. Más tiempo, en realidad, del que había pasado con él durante las últimas semanas en Pemberley, donde siempre había mucha gente alrededor en cada comida, en cada conversación, en cada reunión sobre los orfanatos, en cadatodo… En Pemberley, el señor Sinclair no se comportaba con ella como en Hertford, y eso le dolía. ¡Qué conversaciones tan encantadoras…! ¡Cuánto lo había echado de menos cuando emprendió su aventura! ¡Y cuánto se alegró de ver su rostro cuando concluyeron sus sufrimientos! Pero él había retrocedido, había dado un paso atrás, probablemente entendiendo que, ahora que ella estaba con su familia, ya no lo necesitaría.

«¡Pero sí lo necesito!», exclamó para sí misma. «Quiero que regrese mi amigo, necesito a mi amigo en mi vida, y cuando me traslade cerca de Sheffield ya nunca lo veré, excepto durante mis visitas a Pemberley, si es que él se encuentra allí, lo cual no ocurre muy a menudo. Sólo durante esas reuniones estivales… Este año se ha quedado más tiempo por mí, pero no por razones personales… Para ayudar a sus amigos Fitz y Elizabeth. Ahora ya está hablando de regresar a Londres. ¡Por supuesto, tendrá que regresar! Vive en Londres. Cuando yo estaba en Hertford, no era un problema, porque está muy cerca de Londres; pero Pemberley y el norte están lejos, e incluso en carruaje privado hay un viaje interminable y pesado desde Londres. ¡Yanunca lo veré…! ¡Qué horrible sensación de vacío siento…! Como perder a Lydia, pero mucho más… Ella era importante para mí, porque era casi una obligación; no la admiraba ni pensaba que fuera una mujer agradable. Y respecto a mamá, su muerte fue como liberarme de una jaula. Y ni siquiera eché de menos a papá, que siempre me miraba con desprecio. ¡Oh, pero lamentaré mucho la ausencia de Angus! ¡Y ni siquiera está muerto…! Simplemente, ya no estará más en mi vida. ¡Qué horrible…!».

Y estuvo llorando durante todo el camino, hasta que llegó a casa.

Finalmente el grupo iba a separarse. Fitz y Elizabeth habían decidido acompañar a Charlie a Oxford, y luego marcharían a Londres, porque Fitz tenía que acudir a las sesiones del Parlamento y Elizabeth tenía que abrir Darcy House y prepararla para la presentación de Georgie la primavera siguiente. Angus decidió viajar con ellos, pero a nadie se le ocurrió preguntarle a Mary qué pensaba hacer. Con Georgie y Kitty en el coche, Elizabeth no se encontraría sola, desde luego. «¡Qué extraño resulta no tener la oscura presencia de Ned Skinner acechando en cualquier esquina!», pensó Elizabeth. «Me protegía, y nunca lo supe…».

Los orfanatos habían comenzado a construirse, pero ninguno de los dos estaría aún dispuesto para recibir a sus inquilinos hasta finales de la primavera siguiente, y Mary admitió que había muchas decisiones que sólo podía tomar alguno de los fundadores. Sus días en Pemberley no serían ociosos.

Así que a primeros de septiembre Mary se encontraba en la puerta de Pemberley diciéndoles a todos adiós con la mano al tiempo que iniciaban el viaje hacia Oxford y Londres. Entonces, huyendo de la apatía, hizo llamar a la señorita Eustacia Scrimpton para que fuera a pasar unos días a Pemberley con la intención de conversar sobre la contratación del personal de mando. Naturalmente, la señorita Scrimpton se presentó con celeridad y presteza, y las dos damas se dispusieron a discutir qué clase de requisitos serían necesarios para ocupar tan apetecibles puestos de trabajo.

– Tendrá usted lo mejor de lo mejor, mi querida señorita Bennet -dijo la señorita Scrimpton-, teniendo en cuenta la generosidad de los salarios. Lo llamaremos remuneración de personal superior: eso les hace sentir muy importantes. Los salarios son sólo para los criados…

Para cuando aquella señorita partió hacia York, una semana después, todo estaba dispuesto para poner anuncios en los mejores periódicos y a la mayor brevedad posible.

Mary se dejó aconsejar igualmente por Matthew Spottiswoode, que le ofreció también muy buenas ideas, algunas de ellas por sugerencias de los constructores.

Fogones de carbón, chimeneas en los dormitorios, agua caliente para lavarse por las mañanas, sentenció Mary, sin admitir oposición.