– No tengo ni la menor idea, pero estoy convencido de que algún italiano con deudas las vendió por la centésima parte de su valor.
A Angus no le interesaban ahora las pinturas; estaba demasiado absorto observando a Mary, que llevaba un vestido escotado de tafetán de color mermelada y bermellón. «Ese cuello largo y encantador no necesita gemas para embellecerse», estaba pensando, «pero unos diamantes llamarían mucho la atención… ¡Qué líneas tan perfectas!».
– Yo creía que Elizabeth era la mujer más hermosa que había conocido -dijo-, pero la verdad es que le recomendaré que no se ponga a tu lado.
– ¡Tonterías! Estás un poco achispado, Angus, y eso distorsiona tanto tu gusto como tu intelecto. Soy demasiado delgada.
– Para la moda de hoy… tal vez. Pero la delgadez te sienta bien, cuando a la mayoría de las mujeres acaba por convertirlas en viejas gallinas esqueléticas. Se me viene a la mente… Caroline Bingley.
– Puedes fumar si quieres. Se supone que no debo beber oporto, pero me gusta más que el vino normal. Me sabe menos a vinagre.
Angus se trasladó de su butaca al sofá y la miró con gesto pícaro.
– No me apetece fumar. Ven, y siéntate aquí conmigo. No te he besado todavía.
Mary fue a sentarse con él, pero lo hizo de lado y un poco demasiado apartada como para recibir besos y caricias.
– Tenemos que hablar de eso…
Angus suspiró.
– ¡Mary! ¡Cuando estés ante Dios, ya te pedirá que hables sobreesto! Ya sabía yo que tendrías algo que decir, porque siempre tienes algo que decir… Tarde o temprano, mi amor exasperante, los besos serán inevitables. Y también otros gestos íntimos mayores y más atrevidos. ¿Tengo que suponer que eres tan ingenua como otras señoritas solteras?
– Creo que no… -dijo, considerando la pregunta-. En Shelby Manor había todo tipo de libros, y yo los leí todos. Así que sé muchísimo sobre anatomía y copulación… «deberes conyugales» es la expresión correcta, ¿no?
– ¿Y qué piensas de esa parte del matrimonio?
– No te contentarías con una buena amistad, ¿verdad? -preguntó con un gesto de esperanza.
Él soltó una carcajada.
– Pues no. Insisto en que cumplas con tus deberes conyugales. -Se inclinó para cogerle la mano-. Lo que espero es que llegue la noche en que esos deberes conyugales se conviertan en placer. ¿Puedo besarte? Eso sí está permitido en las parejas comprometidas.
– Sí, lo mejor será empezar como se supone que debemos empezar -dijo, con una compostura sin mácula-. Puedes besarme.
– Antes… -dijo Angus, atrayéndola mucho hacia sí-, antes… es necesario estar en… bueno… un poco más cerca. ¿Te importa?
– Sería mejor que te quitaras la chaqueta. No estoy abrazando más que ropa.
Él se quitó la chaqueta, una verdadera odisea, porque se la había hecho en Weston y le quedaba justa como un guante de piel.
– ¿Algo más?
– La corbata. Raspa. ¿Por qué está tan almidonada?
– Para mantener la forma. ¿Así mejor…?
– Mucho mejor. -Ella le desabotonó el cuello de la camisa y deslizó una mano por dentro-. ¡Qué agradable es tu piel…! Como seda.
Angus había cerrado los ojos, pero con un gesto de desesperación.
– Mary, ¡no puedes actuar como una seductora! Soy un hombre de cuarenta y un años, pero si sigues provocándome, ¡no creo que me pueda controlar!
– Me encanta tu pelo -dijo, acariciándolo con su mano libre. Inspiró con fuerza-. ¡Y qué bien huele! Ni pomadas ni nada, sólo ese jabón tan caro. Y nunca te quedarás calvo. -La otra mano buscaba su pecho-. ¡Angus, estás muy fuerte!
– ¡Cállate! -rugió Angus, y la besó.
Hubiera querido que su primer contacto con los labios de Mary hubiera sido tierno y cariñoso, pero el fuego ardía en él, así que el beso fue violento y apasionado, profundo. Para asombro de Angus, ella respondió fogosamente, con ambas manos apartándole la camisa, mientras las suyas, que odiaban la ociosidad, comenzaban una laboriosa tarea con los lazos que adornaban la espalda del vestido. Sus dulces pechos de algún modo quedaron a su merced, y comenzó a besarlos en éxtasis de arrobamiento.
De repente, él la empujó suavemente.
– ¡No podemos! ¡Alguien podría entrar! -dijo con voz entrecortada.
– Cerraré la puerta con llave -dijo Mary, levantándose del sofá al tiempo que se quitaba el vestido y las enaguas, lanzadas al aire con una patada, y caminando con paso decidido hacia la puerta sólo ataviada con su ropa interior de seda. Clic.
– Ya está. Cerrada.
Su pelo se había derramado sobre los hombros; y las últimas prendas íntimas salieron volando hacia un rincón, la camisola y las bragas quedaron por el suelo tras ella, como agotadas mariposas blancas.
Angus había aprovechado el tiempo por su parte y la abrazó, desnuda como estaba, excepto por las medias, que le permitió que le quitara. ¡Oh, aquello era celestial…! No hubo más composturas, sólo gemidos y jadeos y quejidos de placer.
– Ahora tendrás que casarte conmigo -dijo Mary mucho rato después, cuando él se levantó para poner algunos leños más en la chimenea.
– Ven a Escocia conmigo -le dijo Angus, arrodillado junto al fuego, y giró la cabeza para que ella viera su sonrisa-. Podemos casarnos en casa del herrero de Gretna Green [43].
– ¡Oh, es un modo perfecto de casarse! -exclamó Mary. Ya estaba temiendo una boda familiar, con todos los curiosos viniendo a mirar como embobados-. Desde luego, una boda en Gretna Green es lo mejor. ¿Pero no está muy al este? Creía que el camino de Glasgow iría más hacia el oeste.
– Tengo un carruaje, mi querido y preguntón amor, y entre este lugar y Glasgow hay un brazo de mar llamado Solway Firth. El camino de Glasgow, como el que va a Edimburgo, pasa por Gretna.
– Oh. Es muy apropiado que una de las hermanas Bennet se fugue y se case en Gretna Green.
– No te creo -dijo, absolutamente enamorado.
– Debo de parecerme a Lydia más de lo que sospechaba, mi queridísimo querido Angus. Esto ha sido la cosa más adorable que he hecho en mi vida. ¡Hagámoslo otra vez, por favor!
– Otra vez, muy bien, mujer insaciable… -Y se tumbaron en el suelo mientras ella apoyaba la cabeza en su hombro-. Después nos vestiremos como personas respetables y nos iremos a la cama. Cada uno en su habitación, ¡recuérdalo! A Parmenter le dará un infarto si se entera. Al menos podremos dormir un poco. Al amanecer saldremos hacia Gretna Green. Si por casualidad te he dejado embarazada, mejor darnos prisa, o de lo contrario todas las viejas comadres empezarán a hacer cuentas.
Fitz entró en la habitación de Elizabeth con el gesto preocupado.
– Amor mío, creo que tenemos malas noticias de Pemberley -dijo, sentándose en borde de la cama, con una carta entre las manos-. Acaban de traer esta carta para ti.
– Oh, Fitz… ¡Seguro que se trata de Mary! -Con los dedos temblando, Elizabeth rompió el sello y desdobló la única hoja de papel, y comenzó a leer los pocos renglones que traía escritos.
Emitió un sonido que estaba a medias entre un aullido y un chillido.
– ¿Qué ocurre? -preguntó inquieto Fitz-. ¡Dímelo!
– ¡Mary y Angus van camino de Gretna Green! -dijo, y le entregó la carta-. ¡Léelo, léelo tú mismo!
– ¡Ah, no me sorprende en absoluto! -respiró-. No quieren que esté nadie presente, sólo ellos… ¡La cosa se ha adelantado!
– ¿Cómo habrán decidido eso? -preguntó Elizabeth, experimentando sentimientos encontrados.
– Me atrevo a pensar que felizmente. Ella es una excéntrica, y él es un hombre al que le gustan las cosas raras. Él le dará rienda suelta hasta que ella se desboque, y entonces le pondrá freno con firmeza pero con amabilidad. Estoy encantado por ellos, de verdad te lo digo.
– Sí, yo también… creo. Dice que le ha escrito a Charlie para darle la noticia. ¡Oh! ¿Por qué seguimos en Londres? ¡Quiero ir a casa!
[43] Se trata de una de las tradiciones reales y literarias más arraigadas en Inglaterra. Gretna Green es un pueblo del sur de Escocia, en la frontera con Inglaterra, donde acudían los amantes para casarse por el rito escocés. En realidad, los amantes ingleses iban a Gretna Green cuando no tenían los 21 años necesarios para casarse sin consentimiento paterno. Las leyes escocesas sí lo permitían. En la actualidad muchos amantes siguen acudiendo al romántico pueblo escocés para formalizar su matrimonio.