El fuego estaba chisporroteando cuando entró en el saloncito, y la señora Jenkins entró un instante después con la bandeja del té.
– ¡Espléndido! -dijo Mary, sentándose en la butaca de su madre sin ningún escrúpulo-. Magdalenas, pastel de frutas, tarta de manzana… No puedo imaginar que haya nada mejor. Por favor, no se preocupe por la cena: alargaré considerablemente la hora del té…
– ¡Pero si ya estamos preparando la cena, señorita Mary!
– Bueno, entonces, cómanla ustedes. ¿Ha llegado ya elWestminsterChronicle?
– Sí, señorita Mary.
– Oh, a propósito, señora Jenkins, tengo intención de marcharme una semana antes de Navidad. Así tendrá tiempo suficiente para arreglar la casa para los Appleby.
Incapaz de hablar, la señora Jenkins salió tambaleante de la sala.
Seis magdalenas, dos pedazos de tarta de manzana y dos porciones de pastel de frutas después, Mary terminó de beber su cuarta taza de té y abrió las finísimas páginas delWestminster Chronicle. Haciendo caso omiso de las secciones habitualmente femeninas de enlaces matrimoniales y obituarios, buscó las cartas, una sección muy popular y muy importante de ese periódico de elevados contenidos políticos. ¡Ah, allí estaba…! Una nueva carta de Argus. Mary la devoró ávidamente y descubrió que en esta ocasión su autor se dedicaba a criticar la deportación de irlandeses a Nueva Gales del Sur [5]. «No tienen comida, así que la roban», decía Argus categóricamente; «y cuando los pillan, un magistrado los sentencia a siete años de deportación, cuando sabe perfectamente que nunca les será posible regresar a casa. No tienen ropa, así que la roban, y cuando los pillan, se les impone el mismo destino. La deportación es tan cruel como inhumana, un exilio de por vida, una condena a vivir lejos de las dulces y verdes colinas de Hibernia. Yo os digo, miembros de la Cámara de los Lores, miembros de la Cámara de los Comunes, que la deportación es un error y debe detenerse de inmediato. Y debemos detener esta persecución sin sentido contra los irlandeses. Y este error no se ciñe exclusivamente a Irlanda. Nuestras cárceles se han vaciado: a nuestros pobres indigentes y ladronzuelos se les envía lejos. Hogarth apenas podría reconocer Gin Lane, pues ya nada queda de ella. Os lo digo de nuevo, miembros de las Cámaras de los Lores y de los Comunes: ¡abandonad esta solución barata para solventar las desgracias de nuestro país! Es una solución tan definitiva como la tumba, e igualmente odiosa. Ningún hombre, mujer o niño es tan depravado como para que merezca que lo envíen a un exilio perpetuo. ¿Siete años? Digan setenta. Jamás volverán a casa».
Con la mirada encendida, Mary dejó lentamente el periódico sobre la mesa. La atención que Argus había mostrado hacia un fenómeno como la deportación no le había emocionado tanto como sus diatribas contra los albergues para pobres, los asilos para miserables, los orfanatos, las fábricas y las minas, pero su feroz pasión siempre conseguía inflamar su corazón, y poco importaba cuál fuera el tema del artículo. Ni los que vivían cómodamente podían ignorarlo; Argus se había unido a la categoría de los cruzados por el orden social, todo el mundo lo leía y hablaba de él, desde una punta a la otra de la isla, desde el Tweed a Land's End. Una nueva conciencia moral estaba emergiendo en Inglaterra, en parte gracias a Argus.
«¿Por qué no podría hacer yo otro tanto?», se preguntó la mediana de las Bennet. «Fue Argus quien me abrió los ojos; desde el día en que leí su primera carta, me convertí a su doctrina. Ahora que ya estoy liberada de todas mis obligaciones, puedo dar un paso adelante y luchar contra las perniciosas úlceras que están comiendo viva la carne de Inglaterra. He oído a mis sobrinos y a mis sobrinas hablar de los mendigos como no hablarían ni siquiera de un perro callejero. Sólo Charlie comprende lo que ocurre, pero no está en su naturaleza abrazar una cruzada moral.
»Sí, viajaré para ver los males de Inglaterra, escribiré mi libro y pagaré para que se publique. Los editores pagan a las damas que escriben novelas en tres volúmenes, pero no a los escritores de obras serias: eso dijo la señora Rowtree aquella vez que dio una conferencia en la biblioteca de Hertford. La señora Rowtree escribe novelas de tres volúmenes y tiene escaso respeto por los libros serios. Éstos, según nos dijo, tienen que ser sufragados por los propios autores, y el proceso de publicación cuesta alrededor de nueve mil libras. Eso es casi todo lo que tengo, pero veré publicado mi libro. Aunque todo mi dinero se consuma, ¿qué importa, si puedo volver a la puerta de Fitz para suplicar el refugio que me ha ofrecido? ¡Merecerá la pena! Pero desconfío de Fitz y me temo que piense algún modo de impedirme que me gaste el dinero si está invertido en los fondos, así que sólo podré respirar aliviada cuando ese dinero esté ingresado en un banco ami nombre».
«Mi queridísimo Charlie», escribió a su sobrino a la mañana siguiente:«¡Voy a escribir un libro! Ya sé que mi prosa no vale mucho, pero recuerdo haberte oído decir un par de veces que yo tenía cierto estilo con las palabras… No seré un doctor Johnson o un señor Gibbon [6], tal vez, pero después de leer tantos libros, me parece a mí que puedo expresar mis pensamientos con cierta facilidad. La lástima de todo esto es que tengo la conciencia de que ninguno de mis pensamientos ha sido nunca tan bueno como para que mereciera escribirse en un papel. Bueno, ¡se acabó! Tengo un tema que podría adornar la pluma más humilde con los laureles de la fama.
»Voy a escribir un libro. ¡No, mi querido muchacho, no va a ser una de esas novelitas tontas al estilo de la señora Burney o la señora Radcliffe [7]! Ésta va a ser una obra seria sobre los males de Inglaterra. Ése, creo yo, podría ser precisamente el título: Los males de Inglaterra. ¡De cuánta ayuda me has sido! ¿O no fuiste tú quien dijo que, antes de escribir nada en absoluto, ha de investigarse concienzudamente? Ya sé que tú lo decías por la rigurosidad de Prolegomena ad Homerum [8], pero en mi caso esa investigación afecta a la inspección de orfanatos, fábricas, asilos, minas… mil y un lugares donde nuestros pobres ingleses viven en la pobreza y en la miseria por ninguna razón salvo la de haberse equivocado a la hora de elegir a sus padres. ¿Recuerdas aquello de los golfillos de Meryton? ¡Qué aforismo tan sencillo, y qué cierto! Si nos ofrecieran la posibilidad, ¿no escogeríamos nosotros a duques y reyes como padres, en vez de mineros del carbón o desempleados esperando junto a la iglesia?
»¡Qué maravilloso sería si, entregada a mi investigación, sacara a la luz que algún personaje notable e importantísimo está implicado en el crimen y la explotación! Si tuviera esa suerte, no me temblaría el pulso a la hora de publicar un capítulo dedicado sólo a él, con su augusto nombre escrito al completo.
»Cuando haya reunido todos los datos, las notas, las conclusiones, escribiré el libro. Alrededor de principios de mayo comenzaré mi viaje de investigación. No iré a Londres, sino hacia el norte. Iré a Lancashire y a Yorkshire, donde, según Argus, la explotación es constante y recurrente. Mis ojos ansían ver por sí mismos, porque yo he vivido circunscrita y circunspecta, ignorando los chamizos de paja y barro que pueblan los arrabales de las ciudades, como si no existieran. Pues lo que vemos y aceptamos como parte de la vida cuando somos niños ya no tiene poder para emocionarnos cuando somos mayores.
»Para cuando esta carta te llegue a Oxford, imagino que ya me habré trasladado a otra casa en Hertford; créeme cuando te digo que no lamento abandonar Shelby Manor. Mientras te escribo esto, empiezan a caer los primeros copos de nieve. ¡Qué calladamente envuelven el mundo! Ojalá nuestro destino como seres humanos fuera tan pacífico, tan precioso. La nieve siempre me recuerda las ensoñaciones diurnas: son efímeras.
[5] Estado del sureste de Australia, cuya capital es Sidney. La deportación de delincuentes a América, Australia y Nueva Zelanda fue un procedimiento habitual durante todo el siglo xix. Tras el Acta de la Unión (Union Act), en 1800, Irlanda entró a formar parte del Reino Unido; la miseria y la pobreza en Irlanda favorecieron la emigración y una crisis que se agudizaría en los años siguientes, en los que transcurre la novela. En el texto del anónimo Argus (a continuación) se cita al pintor William Hogarth (1697-1764), famoso por sus estampas populares y críticas de Londres, incluido el grabado de la calle de la Ginebra (Gin Lane).
[6] Respecto a Gibbon, véase nota pág. 19; Samuel Johnson, llamado doctor Johnson (1709 -1784), fue uno de los eruditos ingleses más respetados de su época, autor de un
[7] Francés Fanny Burney (1752-1840) presentó en sus novelas aristocráticas y satíricas el modelo de la mujer conservadora inglesa: