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Aquellos tristes pensamientos, tan habituales y sin respuesta, se desvanecieron en el momento en que Owen Griffiths empujó la puerta de su estudio; Charlie, que se encontraba junto a la ventana, se volvió y sus ojos se iluminaron.

– ¡Ah, qué aburrimiento…! -exclamó el joven-. Estoy atascado en lo más intrincado de Virgilio, como puedes sospechar… ¡Dime que tienes otra tarea para mí, Owen!

– Pues no, jovencito: debes desenredar a Virgilio -dijo el galés, sentándose-. De todos modos, tengo una carta; ha tardado un mes en llegar a causa de las nevadas. -Y la sujetó en el aire, ondeándola fuera del alcance de Charlie, y riéndose.

– ¡Serás malvado…! ¡Tienes suerte de que aún no sea tan alto como tú! ¡Dámela de una vez!

El señor Griffiths se la entregó. Era bastante alto y tenía una buena complexión para alguien que se ha entregado a los estudios: era el resultado, como él mismo decía descaradamente, de una infancia excavando agujeros y cortando madera para ayudar en la granja de su padre. Tenía el pelo espeso, negro y bastante largo, sus ojos eran oscuros y sus rasgos lo suficientemente regulares para que pudiera decirse de él que era atractivo. Cierta tristeza galesa le daba a su rostro una severidad que no se correspondía con su edad, que alcanzaba los veinticinco años, aunque había tenido pocas razones para la tristeza una vez que Charlie llegó a Oxford. La señora Darcy había estado buscando un tutor disponible para compartir una buena casa con su hijo, así como para servirle de guía en sus estudios universitarios. Todos los gastos pagados, por supuesto, así como un generoso sueldo, suficiente como para que aquel caballero afortunado pudiera enviar un poco de dinero a casa si sus padres lo necesitaban. ¡Había sido un milagro que lo hubieran escogido a él entre tantos solicitantes que ansiaban el puesto! Un recuerdo que todavía tenía el poder de quitarle el aliento a Owen. Y obtener aquel trabajo no había perjudicado en nada su carrera académica, desde luego; la riqueza de los Darcy y su influencia se extendía hasta los escalafones de poder más altos en la Universidad de Oxford.

– ¡Qué raro…! -dijo Charlie tras romper el sello de la carta-. Es la letra de la tía Mary, pero la cera del sello no es verde. -Se encogió de hombros-. Con tanta gente en Shelby Manor últimamente, quizá se terminó la cera verde.

Inclinó la cabeza, absorto ahora en lo que su tía le decía, y como su mirada reflejaba cada vez más una mezcla de horror y desesperación, Owen sintió una punzada de aprensión.

– ¡Oh, Dios mío! -exclamó Charlie, bajando la carta.

– ¿Qué ocurre?

– Un ataque de histeria… un ataque de una cosa típicamente femenina… no sé cómo describirlo, Owen. Sólo que Mary… tengo que llamarla simplemente Mary en el futuro, eso me dice… bueno, a Mary… se le ha metido una cosa entre ceja y ceja… -dijo Charlie-. Mira, lee, aquí.

– Humm… -fue el único comentario de Owen. Levantó una ceja.

– ¡No sabe lo que todo eso acarrea…! ¡Eso la va a matar…!

– Lo dudo, Charlie, pero entiendo que estés preocupado. Es la carta de una mujer que ha estado sobreprotegida.

– ¿Y qué otra cosa podría ser mi tía, sino una mujer sobreprotegida?

– ¿Tiene dinero para desarrollar esa investigación?

Aquello concedió a Charlie una pausa; su rostro se tensó con el esfuerzo de recordar algo que no tuviera ninguna relación con el latín o el griego.

– No estoy seguro, Owen. Mi madre me dijo que le habían hecho una provisión, aunque yo supuse que se refería a la miserable provisión que le entregaban por su sacrificio. ¿Ves? Dice que está viviendo en Hertford… porque han vendido Shelby Manor, supongo. ¡Oh, esto es espantoso! Mi padre podría conseguir una docena de Shelby Manors para que Mary viviera el resto de su vida. -Se retorció las manos, angustiado-. ¡No sé en qué circunstancias se encuentra…! ¿Y por qué no lo pregunté? ¡Porque no quiero tener una escena con mi padre! Soy un cobarde. ¡Un crío débil! Exactamente lo que dice mi padre. ¿Qué me pasa? ¿Por qué no puedo enfrentarme a él…?

– Vamos, vamos, Charlie, no seas tan duro contigo mismo. Yo creo que no te enfrentas a tu padre porque sabes que eso no resolvería nada; quizá incluso empeoraría la situación. En cuanto las postas puedan volver a los caminos, escribe a tu madre. Pregúntale cuál es la situación de Mary. Si tu tía no va a viajar hasta mayo, aún tienes un poco de tiempo.

Las nubes que ensombrecían la frente de Charlie parecieron disiparse; asintió con la cabeza.

– Sí, tienes razón. ¡Oh, pobre Mary! ¿De dónde habrá sacado esas ideas tan estrafalarias? ¡Escribir un libro!

– Si hemos de guiarnos por su carta, tu tía saca esas ideas de Argus -dijo Owen-. Yo admiro muchísimo a ese hombre, pero he de decir que no es amigo ni de lostories ni de tu padre. Yo no le diría nada de esto… si puedes. Nunca se me había pasado por la cabeza que las mujeres pudieran leer el Westminster Chronicle, y menos aún tu tía. -Sus ojos parpadearon-. A quien, por lo visto, no tienes ninguna dificultad en llamar simplemente Mary.

– Bueno, yo siempre he pensado en ella simplemente como Mary, ¿comprendes? ¡Oh, cómo deseaba todos los años pasar unas vacaciones con ella en Shelby Manor! Mi madre solía llevar a la abuela a Bath una vez al año, y yo me quedaba con Mary. ¡Qué bien lo pasábamos! Paseábamos, salíamos en la calesilla… Con ella podía hablar de cualquier cosa y, parecía que todo era un juego para ella, desde subir a los árboles hasta disparar a las palomas con un tirachinas. Como siempre tenía a mi padre detrás, cuando no tenía a mis maestros, las semanas de vacaciones que pasaba con Mary han quedado en mi memoria como la parte mejor y más hermosa de mi infancia. Ella adora la geografía, aunque no le interesa mucho la historia. Me asombraba que supiera los nombres comunes y botánicos de todos los musgos, arbustos, árboles y flores que hay en los bosques. -La perfecta dentadura de Charlie dejó escapar una mueca-. Pero debo decir que… ¡aparte de eso, no sabía mucho más, Owen…! ¡No era capaz ni de remangarse las faldas para cruzar un arroyo cuando íbamos a buscar renacuajos!

– Una faceta de ella que sólo tú tenías el privilegio de ver.

– Sí. Cuando había otras personas alrededor, ella volvía a ser una tía. Una tíasoltera, formal y remilgada. Habiéndola visto chapotear en tantos arroyos, puedo garantizar que tiene piernas… y muy bonitas, además.

– Fascinante -dijo Owen, considerando que ya era hora de volver a su faceta de tutor-. En todo caso, Charlie, el mal tiempo continuará durante algunos días, y Virgilio sigue enredado. Se acabaron las odas de Horacio hasta que Virgilio esté tan desenredado como la cuerda de un arpa. Ahora, Virgilio; después, escribe la carta a tu madre.

Capítulo 3

El invierno fue más entretenido de lo que Mary esperaba. Aunque no podía recibir visitas de caballeros, la señora Markham, la señorita Delphinia Botolph, la señora McLeod y lady Appleby se pasaron bastante a menudo por su casa, renegando en privado del olor a humedad que había en el ambiente y de las vistas deplorables que tenía la residencia, por no mencionar ciertas especulaciones que se hacían confidencialmente: por ejemplo, ¿por qué la buena señorita Bennet no tenía dama de compañía? Las indagaciones de las damas se encontraron con un silencio pétreo; la señorita Bennet simplemente decía que no tenía ninguna necesidad de dama de compañía, y cambiaba de asunto. De todos modos, si le enviaban un carruaje o si alquilaba uno por su cuenta, podía asistir a cenas, fiestas y recepciones. Siempre había caballeros no comprometidos, y el señor Robert Wilde había dejado caer sin demasiadas sutilezas que a él le encantaría que lo sentaran junto a ella en la mesa, a la hora de la cena, o que estaría encantado de acompañarla en cualquier ocasión que se presentara.