Emocionada, Lizzie había imaginado que en su noche de bodas pasarían horas besándose tiernamente y dándose cariño, y en cambio se había encontrado con un acto bestial donde sólo había dientes, uñas, manos violentas, gruñidos y sudor; él le había destrozado el camisón para arañarla y morderle los pechos, sujetándola con una mano mientras con la otra hurgaba, violaba y manoseaba torpemente su parte más íntima. Y, en sí mismo, el acto fue degradante, sin rastro de amor… ¡tan horrible!
Al día siguiente, él se había disculpado, explicándole que había estado esperándola durante mucho tiempo y que no pudo contenerse, pues estaba deseoso de hacerla suya. Fitz parecía avergonzado, pero ella se dio cuenta de que no se sentía avergonzado por ella. Erasu pérdida de dignidad lo único que le importaba. Un hombre tenía necesidades, había dicho, pero ella lo comprendería con el tiempo. Bueno, pues Elizabeth nunca lo había comprendido. Aquel primer encuentro fijó el modelo de relación durante los siguientes nueve años; incluso la simple idea de que él pudiera presentarse ante ella por la noche era suficiente para que Elizabeth se pusiera enferma. Pero después de la cuarta hija seguida, las visitas de Darcy cesaron. El pobre Charlie tendría que asumir la carga de una posición que su carácter encontraba repugnante, y sus niñas -tan buenas y tan dulces- tenían tanto miedo de su padre como de Ned Skinner.
El collar de esmeraldas no quería desabrocharse en su nuca. Elizabeth se lo quitó de un tirón, sin que le preocupara en absoluto arrancarse algún mechón de pelo de raíz. «¡Oh,malditas inutilidades! Más valiosas que el bienestar de una hermana. Ya ves. Libre al fin. ¡Si pudiera ser libre realmente…! ¿Se dará cuenta Mary de que no tener marido significa al menos un mínimo de independencia?». Para Elizabeth, la dependencia se había convertido en una mortificación.
«Tal vez nunca amé lo suficiente a Fitz», pensó, acurrucada en los vastos confines de su cama. «O tal vez no me parezco lo suficiente a Lydia como para responder como ella. Porque ya he madurado lo suficiente para darme cuenta de que no todas las mujeres son iguales: hay algunas, como Lydia, que realmente aceptan bien los gruñidos, el sudor y esas suciedades; mientras que a otras, como yo, nos asquea. ¿Por qué no puede haber un término medio? Tengo tanto amor que dar… pero no es la clase de amor que Fitz quiere. Durante nuestro noviazgo, yo pensé que mi amor sí era el que Fitz deseaba, pero una vez que fui legalmente suya, me convertí en una posesión. El principal adorno de Pemberley. Me pregunto quién será su amante. Nadie lo sabe en Londres, o de otro modo, lady Jersey o Caroline Lamb ya lo habrían cotilleado. Debe de ser de baja condición, agradecida por las migajas que él le echará… ¡Oh, Fitz, Fitz!».
Y lloró hasta que la venció el sueño.
El señor Angus Sinclair regresó a casa para trabajar otra hora en su biblioteca, pero no pensaba escribir prosa incendiaria bajo elnom de plume de Argus. Angus… Argus. ¡Qué diferencia hay en una sola letra! Sacó una gruesa carpeta atestada de papeles que había debajo de otras, en su mesa de oficina, y se dispuso a estudiar concienzudamente su contenido. Se trataba de los informes de varios de sus corresponsales sobre las actividades de la gente que él había bautizado como «los nabab del norte»: los recientes propietarios de fábricas, fundiciones, talleres, telares y minas de Yorkshire y Lancashire.
Entre ellos, uno de los más importantes era el señor Charles Bingley, de Bingley Hall, en Cheshire. Compañero inseparable de Fitzwilliam Darcy. Sin embargo, cuanto más pensaba en ello Angus, más extraña le resultaba aquella amistad.
¿Qué tenían en común aquel implacable esnob y el jefe de Trade & Industry? Aparentemente, una amistad que ni siquiera debería existir. Sus investigaciones habían revelado que se habían conocido en Cambridge, y que desde entonces habían estado estrechamente unidos. ¿Era un gesto juvenil, como un enamoramiento inapropiado por una parte y una altiva condescendencia por la otra? Una pequeña aventura socrática… ¿Aún pervivía…? ¡No, definitivamente no! Bingley y Darcy no eran ni más ni menos que amigos en alguna empresa. Ahora bien, lo que tuvieran en común debía de ser menos obvio… El abuelo de Bingley fue un trabajador de los astilleros en Liverpool; y su padre forjó un imperio de chimeneas que lanzaban un humo negro y espeso al aire de Manchester. Al tiempo, el abuelo de Darcy rehusó orgullosamente un ducado porque, tal y como se dijo entonces, él no podía ser duque de Darcy. Los duques no son duques de apellidos, sino de tierras.
«Algo une a este par de hombres», pensó Angus, «y estoy completamente seguro de que, sea lo que sea, yace bajo la marca de Trade & Industry».
– Sí, Angus -dijo el señor Sinclair en voz alta-, la respuesta debe de ser la única que resulta lógica… que el ilustre Fitzwilliam Darcy es el socio silencioso de Charles Bingley. Cincuenta mil acres en los montes de Derbyshire, en los páramos y en los bosques deben rentarle unas diez mil libras al año a Fitz, pero también tiene una importante cantidad de acres fértiles en Warwickshire, en Staffordshire, Cheshire y Shropshire. ¿Por qué se dice entonces que sólo tiene ingresos por valor de diez mil libras anuales? Seguramente obtiene el doble, y sólo de lo que produce la tierra. ¿Qué otras actividades fabriles e industriales contribuyen a su riqueza? ¿Y cuántos miles de libras más le proporcionan? -Protestó con un gruñido-. Oh, Angus, estás cansado… ¡no puedes pensar bien!
La situación le incumbía enormemente porque, en calidad de escocés comprometido, había sido absolutamente incapaz de comprender por qué un individuo se iba a avergonzar de ensuciarse las manos trabajando. Trade & Industry había recompensado suficientemente a su propietario como para transformar al nieto de un obrero del puerto de Liverpool en un caballero. ¿Qué tenía de malo no contar con un rancio abolengo familiar? ¡Qué actitud tan romántica! El Hombre Nuevo frente a la Vieja Nobleza, eran dos líneas paralelas que nunca se encontraban… Salvo en el caso de Bingley y Darcy. Pero… ¿qué ocurriría si Bingley tuviera intención de ser un caballero socialmente prominente en ciertos círculos londinenses? No lo haría, nunca lo haría. Era un hombre del norte, y mantenía una residencia en Londres únicamente porque la amistad con Fitz la hacía necesaria.
Se le caían los párpados; unos momentos después, Angus se despertó sobresaltado y supo que había estado dando cabezadas, y se rio levemente para sus adentros. Había soñado con una mujer delgada, con rostro afilado, ataviada como un ama de llaves, que caminaba arriba y abajo junto al Parlamento, con una pancarta que rezaba: «¡arrepentíos, explotadores de los pobres!». A Angus le habría parecido encantador de ocurrir realmente. En todo caso, las mujeres nunca se manifestaban frente al palacio de Westminster. El día que aquello sucediera, pensó con aire malévolo, todo el edificio se derrumbaría.
«¿Quién será esa mujer delgada, con rostro afilado, ataviada como un ama de llaves?», se preguntó mientras cerraba la carpeta y la devolvía a su lugar correspondiente. «¡Con toda seguridad, no podía ser la hermana de Elizabeth! Además… ¿qué solterona podía ser hermosa?». Ninguna, por lo que él sabía. La hermana de Elizabeth se llamaba Mary, pero… ¿cómo iba a averiguar cuál era su apellido? Entonces algo chispeó en su memoria: Fitz había dicho algo de Mary Bennett… con una o con dos. «Dos. Si tuviera sólo una, el apellido quedaría como mutilado. Señorita Mary Bennett… Vivía en Hertford, a un tiro de piedra de Londres. ¿Cuántos años tendría?».