La visión de Elizabeth lo había cautivado durante los últimos diez años, y descubrir que tenía una hermana soltera le resultó irresistible. Sí: tendría que ir a ver a la señorita Mary Bennett… ¡enamorada de Argus!
¡Pobre Elizabeth! Una criatura desgraciada e infeliz. Bueno, ¿qué mujer podría ser feliz casada con Fitz? Uno de los hombres más gélidos que Angus había conocido jamás. Aunque, exactamente, ¿cómo puede definir uno la palabra 'gélido', aplicada a los seres humanos? Desde luego, Fitz no estaba desprovisto de sentimientos… Tenía sentimientos, y fuertes, además. El problema era que esos sentimientos se encontraban bajo un exterior de hielo. Y Elizabeth probablemente había pensado que ella podría derretir el hielo cuando se casó con él. «He leído en algún sitio…», reflexionó Angus, «que hay un volcán cubierto de nieve y glaciares, y que aún, en lo más profundo, tiene una caldera de lava ardiente. Así es Fitz. ¡Dios me libre el día de la erupción! ¡Será devastadora…!».
Mientras se iba a la cama, le indicó al lacayo de guardia que a la mañana siguiente iba a partir y que estaría fuera de Londres dos semanas. Y le pidió que fuera tan amable de informar a Stubbs cuanto antes.
Cuando iniciaba personalmente un viaje para recabar informaciónpara Argus, la práctica de Angus Sinclair consistía en ir en primer lugar a los despachos de abogados locales. Y sólo porque este viaje tuviera el objetivo de descubrir qué clase de mujer era la hermana solterona de Elizabeth, eso no significaba que hubiera que utilizar una metodología diferente. Un Ned Skinner podría haber preferido las tabernas y los establos, pero Angus sabía que los abogados son como un palo de mayo: todas las cintas que relacionan los distintos ámbitos de un distrito se reúnen en ellos. Por supuesto, esto era verdad únicamente en las ciudades pequeñas, pero Inglaterra es un país de ciudades pequeñas y pueblos. Las grandes ciudades y las urbes eran el resultado de un nuevo fenómeno: la industria a una escala inimaginable en los días del abuelo de Charles Bingley.
Entraron en el patio de The Blue Boar, y allí se quedaron el tílburi, el equipaje y el criado, mientras Angus averiguaba, por boca del propietario, que Patchett, Shaw, Carlton y Wilde era el bufete de abogados que tenía la mejor clientela de Hertford, y que el hombre por el que tenía que preguntar era el señor Robert Wilde.
En el señor Robert Wilde Angus encontró a un hombre más joven, más interesante y menos tradicional de lo que había imaginado, y decidió ser franco con él. Por supuesto, el abogado había reconocido su nombre; el señor Wilde sabía que el señor Sinclair era uno de los hombres más ricos al otro lado de la frontera del norte, así como el acaudalado propietario delWestminster Chronicle.
– Soy un gran amigo de Fitzwilliam Darcy -dijo Angus con naturalidad-, y he sabido que tiene una cuñada que reside aquí, en Hertford. Es… una tal señorita Mary Bennett… ¿con una 't' o con dos?
– Con una -dijo el señor Wilde, encantado con su visita, que tenía un encanto nada despreciable, para ser escocés.
– Como me temía, mutilado… ¡Oh, no, no, señor Wilde, no se preocupe, son cosas mías! El señor Darcy no tiene conocimiento de este viaje ni sabe que estoy aquí. En realidad, se trata de un viaje a East Anglia, y como Hertford me caía de paso, pensé en visitar a la señorita Bennet y darle noticias de su hermana, la señora Darcy. Por desgracia, tengo tanta prisa que no creo que pueda entretenerme en averiguar la dirección de la señorita Bennet. No tendrá usted esa información…
– Sí -dijo el señor Wilde, observando al señor Sinclair con alguna envidia: era un hombre de magnífica apariencia, con un cabello rubio teñido de plata que enmarcaba un rostro muy atractivo, y un traje cortado maravillosamente a la moda que gritaba a los cuatro vientos lo rico que era y su importancia social-. De todos modos -dijo con cierto orgullo-, me temo que no podrá hacerle una visita. No recibe a caballeros.
Los ojos de intenso azul marino se abrieron, y la delicada cabeza se inclinó hacia un lado.
– ¡Ah!, ¿en serio? ¿Es una misántropa? ¿O es que está enferma?
– Un poco misántropa es, desde luego; pero ésa no es la razón. Es que no tiene dama de compañía.
– ¡Vaya, eso es extraordinario! Especialmente en una mujer emparentada con el señor Darcy.
– Si tuviera usted el privilegio de conocerla, señor, lo comprendería mejor. La señorita Bennet tiene una mentalidad extraordinariamente independiente. -Dejó escapar un suspiro-. De hecho, está obsesionada con su independencia.
– Entonces, ¿usted la conoce bien?
La curiosa expresión del rostro de Angus propiciaba que la mayoría de las personas que lo conocían le contaran confidencias que, estrictamente hablando, no eran de su incumbencia; y el señor Wilde también sucumbió a sus encantos.
– ¿Si la conozco bien…? Dudo que ningún hombre pueda decir eso. Pero tengo el honor de haberle pedido la mano hace algún tiempo.
– ¿Y debo felicitarle? -preguntó Angus, sintiendo una punzada de emoción. Si la señorita Bennet había provocado una propuesta de matrimonio de aquel hombre bien situado y próspero, entonces no podía ser ni una mujer delgaducha ni tener el rostro afilado.
– ¡Dios mío, no…! -exclamó el señor Wilde, riéndose con gesto tristón-. Me rechazó. Reserva su cariño para un hombre que firma en su periódico, señor Sinclair. Sólo sueña con ese Argus.
– No parece usted muy desanimado.
– No, claro que no. El tiempo le curará ese afán por Argus.
– Conozco bien al señor Darcy, y también a otra de sus hermanas, a lady Menadew. ¡Son unas mujeres preciosas! -exclamó Angus, lanzando la caña.
El señor Wilde picó y mordió bien el anzuelo.
– Creo que la señorita Mary Bennet le lleva la delantera a todas las demás -dijo-. Se parece bastante a la señora Darcy, pero es más alta y tiene mejor figura. -De repente, frunció el ceño-. También tiene otras cualidades que resultan más difíciles de definir. Es una dama que habla muy abiertamente, en especial sobre las condiciones de los pobres.
Angus suspiró y se dispuso a marcharse.
– Muy bien, señor, le agradezco mucho la información, y siento que no me sea posible darle recuerdos de la señora Darcy a su hermana. Norwich me llama y debo irme ya.
– Si se quedara usted esta noche en Hertford, podría verla -dijo el señor Wilde, incapaz de resistir el impulso de mostrar al mundo a su amada-. Tiene intención de asistir a un concierto esta noche, en los salones del ayuntamiento; lady Appleby irá con ella. Venga usted conmigo, yo le invito, y estaré encantado de presentársela: sé que la señorita Bennet adora a sus hermanas.
Y así fue como se llegó al acuerdo de que Angus se presentaría en casa del señor Wilde a las seis en punto. Tras un buen almuerzo en The Blue Boar y un paseo no excesivamente apasionante visitando los lugares de interés de Hertford, el señor Sinclair se presentó a la hora fijada en casa del abogado y ambos se encaminaron por la calle principal hacia el lugar donde tendría lugar el espectáculo.
Allí, una hora y media más tarde, Angus vio a la señorita Mary Bennet, que entró con lady Appleby precisamente cuando una soprano italiana se disponía a cantar algunas arias de las obras operísticas deherr Mozart. Su atuendo era pobre hasta el extremo: comparada con las amas de llaves, éstas vestían mejor. Pero aquello no podía rebajar la pureza de sus rasgos, la maravilla de aquel precioso cabello, el encanto de su esbelta figura. Absorto en su belleza, Angus se percató de que tenía los ojos de color púrpura.
Se sirvió una breve cena tras el concierto, que todo el mundo consideró excelente, por cierto, aunque, para sus adentros, Angus pensaba que los talentos musicales de La Stupenda y elsignore Pomposo eran bastante mediocres. Con el señor Wilde a su lado, Angus se acercó para conocer a la señorita Bennet.