– Bueno, dudo que usted haya tenido caspa alguna vez o necesite faja. ¿Cómo consigue tener tan buen aspecto viviendo en Londres?
– Más esgrima que boxeo y más caminar que cabalgar.
Se acomodaron en los dos Chesterfield, cerca y enfrente uno de otro, y comenzaron a sentar las bases de una estrecha amistad.
«¡Ojalá Angus hubiera sido mi padre!», pensó Charlie con cierta melancolía. «Su carácter es exactamente el que debería tener un padre… comprensivo, compasivo, firme, divertido, inteligente, sin prejuicios ni dogmas. Angus me apreciaría por lo que soy, y no me habría menospreciado como si no valiera para nada. No me juzgaría como un afeminado con el único fundamento de mi cara. ¡No puedoevitar tener esta cara!».
Mientras, Angus pensaba que el heredero de Fitz estaba muy lejos de ser el muchacho enclenque, debilucho y afeminado en quien le habían obligado a pensar. Aunque era la novena ocasión que visitaba Pemberley, nunca había visto a Charlie más que a las cuatro niñas; Fitz mantenía a las chicas, incluso a la que tenía ya diecisiete años, en la sala de estudio. Ahora, mirando al heredero de Fitz por vez primera, lo sintió mucho por el joven. No, Charlie no tenía la constitución de un buey ni tenía los huesos de un deportista, pero su inteligencia era poderosa y sus emociones, admirables. Ni era un afeminado. Si deseaba algo, movería montañas hasta conseguirlo, y, sin embargo, nunca lo haría de un modo violento, nunca avasallando a los demás. «Si fuera mi hijo», pensó Angus, «yo estaría muy orgulloso de él. La gente no quiere a Fitz, Pero adorarán a Charlie».
No transcurrió mucho tiempo antes de que Charlie confesara cuál era la razón por la que había llegado a Pemberley precisamente cuando había una de aquellas reuniones estivales en la casa.
– Tengo que rescatar a mi tía -dijo.
– ¿Te refieres a la señorita Mary Bennet?
Charlie titubeó.
– ¿Cómo… cómo lo sabe?
– Soy amigo suyo, desde no hace mucho tiempo.
– ¡Ah!, ¿sí?
– Sí. Pasé unos días en Hertford, en abril.
– Pero usted sabe que tiene algo entre ceja y ceja…
– Un buen modo de explicarlo, Charlie. Sí, lo sé. Me lo dijo ella misma.
– ¿Quién es ese maldito tipo llamado Argus?
– No lo sé. Sus artículos me llegan por correo.
En ese momento Owen entró en la biblioteca, y avanzó con gesto asombrado, con un temor reverencial que no sentía ni siquiera cuando entraba en la Bodleian [16]. En cuanto consiguieron que dejara de husmear entre los libros y se uniera a la conversación, Charlie y Angus regresaron al tema de Mary.
– Y usted, ¿tiene que hacer cosas como pasear con el duque de Derbyshire y el obispo de Londres? -le preguntó Charlie a Angus.
– De vez en cuando, sí, pero no todos los días, en ningún caso. Conozco bien las montañas de esta zona de The Peak y me encantan los precipicios y los roquedales, pero mi debilidad son las grutas. Adoro las grutas.
– Entonces es usted la clase de persona que prefiere mojarse por ahí y llegar a casa embarrado antes que recalentarse y quedarse encerrado en este montón de ruinas. Le ofrezco un entretenimiento distinto… Podría venir con Owen y conmigo a buscar a Mary.
– Desde luego, es una idea mucho mejor. ¡Contad conmigo!
Charlie recordó que Angus había dicho que le gustaba caminar, más que ir a caballo, y lo miró con preocupación.
– Eeh… Supongo que no le importará ir a caballo, ¿no?
– En absoluto. Incluso en uno de esos jamelgos aristocráticos de tu padre.
– ¡Genial! Owen y yo partiremos hacia Buxton por la mañana. La taberna de The Plough and Stars, en Macclesfield, es famosa por sus comidas y es además una casa de postas, así que intentaremos llegar a Macclesfield. ¿Viene con nosotros?
– Me temo que no puedo -dijo Angus con pesadumbre-. Creo que mañana tengo que estar disponible para recibir al duque de Derbyshire y al presidente del Parlamento.
Capítulo 5
Hertford no tenía parada de diligencias; los carruajes públicos que pasaban por allí se detenían alrededor del mediodía para cambiar los caballos en The Blue Boar, una posada que oficiaba como una casa de postas. Mary había tenido dos opciones: bien ir hasta Londres y coger allí una diligencia con una ruta directa, o bien ir sin rodeos hacia el norte hasta que pudiera encontrar una ruta que se dirigiera hacia el oeste. Había elegido ir hacia el norte sin bajar a Londres, tal y como le había dicho a Angus. No parecía muy lógico ir hacia el sur para coger luego una diligencia que hiciera después el camino completamente inverso.
Mary podía decirse a sí misma con satisfacción que todo lo tenía muy bien pensado. La mayor parte de sus pertenencias se las había enviado a su hermana Elizabeth, a Pemberley, por medio de los carreteros de Pickford [17]. Allí estarían a salvo todas sus cosas. Lo que llevaba consigo, como equipaje de mano, había quedado reducido a lo mínimo posible. Comprendiendo que quizá se vería obligada a caminar en alguna ocasión cargando con lo que llevaba, había seleccionado cuidadosamente el equipaje. De los arcones, que eran en realidad dos pequeños baúles con remaches metálicos, no había ni que hablar, no podía llevarlos de ningún modo, así como del magnífico portmanteaux, que podría llevarlo, pero era grande y pesado. Al final optó por llevar dos bolsas de mano confeccionadas con una tela fuerte; en la base tenían pequeñas espiguillas de metal que impedían que la tela se mojara en el suelo. Una era más grande que la otra, tenía un fondo falso en el cual podría meter la ropa sucia hasta que pudiera lavarla. Aparte de esas dos bolsas de mano, llevaría un bolso negro en el que podría guardar sus veinte guineas de oro (una guinea valía un poco más que una libra: veintiún chelines, en vez de veinte), una redoma con vinaigrette [18], sus cinco cartas favoritas de Angus, un monedero con dinero suelto y un pañuelo.
En las bolsas de mano, cuidadosamente doblados, metió dos vestidos negros despojados de cualquier adorno y festones, camisolas, sencillas enaguas, camisones, bragas, una capota negra de quita y pon, dos pares de medias gruesas de lana para cambiarse, ligueros, pañuelos, paños para la menstruación, otro par de guantes negros y un pequeño costurero para zurcir. Cada prenda estaba doblada de tal modo que ocupara el menor espacio posible. Después de pensarlo bien, metió también un par de pantuflas de dormir en una bolsa, encima de los camisones, por si acaso el suelo de las posadas estaba sucio o demasiado frío. Para leer, llevaba las obras de William Shakespeare y elBook of Common Prayer [19]. Su carta de crédito bancario iba remetida en un bolsillo que había cosido en el interior de cada uno de los tres vestidos, para llevarla siempre encima.
Llevaba puesto su tercer vestido negro, sobre el cual se suponía que se pondría una capa, pero, desestimando las capas, por ser incómodas e ineficaces, se había confeccionado un gabán como el de los hombres. Se abotonaba de arriba abajo por delante, hasta el cuello, y hasta las rodillas, y en las muñecas. El sombrero que llevaba también se lo había hecho ella; ni siquiera las sombrererías de Hertford mostraban nada tan horroroso en sus escaparates. Tenía un pequeño triángulo frontal que no le favorecía ni a ella ni le favorecería a nadie, y una copa espaciosa bajo la cual tanto la capota como el cabello se ajustaban cómodamente. Firmemente anudado bajo la barbilla con cintas resistentes, jamás se le volaría. En los pies llevaba su único calzado, un par de botas anudadas hasta el tobillo con tacones planos y de ningún estilo reconocible.
[16] La Bodleian Library, de la Universidad de Oxford, es una de las bibliotecas más antiguas de Europa. Fundada en 1602, debe su nombre al profesor Thomas Bodley, que cedió a la institución los dos mil primeros libros.
[17] Pickford's Carriers era una empresa de transporte, fundada en 1646, que contaba con numerosas diligencias y botes para transporte de mercancías por tierra y por los canales.