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Pensaba que el capitán Thunder era algún salteador de caminos que tenía su guarida en The Green Man. Estaba segura. Al abandonarla en las profundidades del bosque, pretendía que pereciera de inanición y frío, pensando que así podría librarse de que lo acusaran de su muerte. «Muy bien, capitán Thunder», pensó, «¡pues no voy a complacerte quedándome dócilmente tumbada y desahuciada! ¡De algún modo encontraré el camino!».

El rincón del hayedo que le había servido de refugio era agradable y musgoso… y el musgo… ¿no crecía en la cara norte de los árboles? Y, si era así, entonces la parte del árbol que no tenía musgo daba al sur. ¡Sólo que los bosques se extendíana la izquierda y a la derecha del camino! Caminar al sur o al norte dependía de qué parte del camino hubiera escogido el ladrón para abandonarla. ¡Oh, maldito sea…! ¡Un verdadero hijo de Satanás! Con los ojos cerrados, Mary intentó ponerse en el lugar del salteador de caminos, y decidió que habría elegido la parte izquierda de la senda, porque ésa es la mano gobernada por Satanás. Pero… la izquierda estaba Chesterfield o Mansfield? Mansfield, porque, cuando él la asaltó, la posada donde tenía su guarida se encontraba en el camino que ella había cogido, y no detrás. «Así que iré hacia el sur, siguiendo la dirección que marca la parte de los árboles que no está cubierta de musgo», se dijo.

¿Aquel malvado la había llevado muy lejos? Los árboles no permitían el paso de un caballo, así que el ladrón tuvo que llevarla en brazos. ¿Sería lo suficientemente caballeroso para llevar a una dama como debe llevarse a una dama? ¿En brazos…? No. El capitán Thunder la habría cargado seguramente al hombro, lo cual significaba que, desde el camino, podría haberse adentrado casi una milla en el bosque.

Avanzó con decisión, pero el dolor de huesos iba de mal en peor y el dolor de cabeza ya era insoportable. Cuando levantó la mirada, el dosel de encaje vegetal giraba espantosamente y sus pies parecían avanzar sobre montones de algodón. «¡No me voy a morir…!», gritó por encima de los violentos latidos de su corazón. «¡No me voy a morir! ¡No me voy a morir…!».

Entonces, en la distancia, vio un claro en el bosque, donde daba de lleno la luz del sol… ¡el camino! Comenzó a correr, pero su cuerpo debilitado no soportó aquella carrera; tropezó con una raíz medio enterrada y cayó violentamente en el suelo. El mundo se tornó negro. «¡No es justo…!», fue lo último que pensó.

Cuando volvió a levantarse nuevamente, estaba tendida en una caballeriza, sobre la paja, doblada como un clavo viejo. Se retorció y dijo algunas palabras ininteligibles, y entonces se dio cuenta de que estaba a merced de otro captor, y no de un rescatador. Los rescatadores sostienen a una dama entre sus brazos, los captores las arrojan a los establos y las caballerizas. «No sabía que Inglaterra estuviera infestada de villanos», quiso decir. Alguien se acercó por detrás, le levantó la cabeza y los hombros, y la obligó a engullir un líquido horrible, forzándola a que le pasara por la garganta. Ahogándose, escupiendo, Mary se agitó y lo golpeó, pero lo que quiera que fuese que le hiciera beber consiguió que su cerebro girara enloquecido y volvió a deslizarse hacia aquel mundo de oscuridad y Pesadillas.

¡Oh, estaba tan calentita! ¡Maravillosamente cómoda! Mary abrió los ojos y se descubrió en una cama de plumas, con un ladrillo caliente a los pies. Sentía los brazos ligeros, y ya no olía a excrementos de caballo. Alguien la había lavado concienzudamente, incluso… el cabello, tal y como sus manos averiguaron de inmediato El camisón de franela no era el suyo, ni los calcetines que tenía en los pies. Pero el dolor de su cuerpo se había mitigado mucho y el dolor de cabeza había desaparecido. Los únicos recuerdos de su horrible experiencia eran los moratones en las muñecas, en el cuello y en la frente, y los de las muñecas, los únicos que podía ver, ya habían tornado del negro a ese amarillo asqueroso… Lo cual significaba que había transcurrido un tiempo considerable. ¿Dónde se encontraba?

Sacó los pies fuera de la cama y se sentó en el borde, con los ojos muy abiertos en la penumbra. Alrededor, todo eran muros de piedra, pero no de mampostería, sino roca viva. Había un hueco cubierto por una cortina, y un asiento tallado en roca natural tenía una plancha de madera sobre él, con un agujero… era una especie de orinal. Había también dos mesas; en una había comida sencilla y en la otra, libros. Ambas contaban con su silla, bien colocadas debajo. Pero, con mucho, el objeto más mágico en aquel lugar era la luz. En vez de velas, que era la única forma de iluminación que Mary creía que existía, había lámparas de cristal que mantenían una llama constante protegida por una especie de tubo. Había visto aquellos quinqués antes, se utilizaban cuando había que proteger una vela del viento, pero nunca los había visto así, con una llama constante que emergía de una ranura de metal. Por debajo de esa ranura había como un depósito de una especie de líquido en el cual se empapaba una cinta de mecha gruesa. «Una sola de estas lámparas», pensó mientras las observaba con curiosidad, «da tanta luz como cien velas».

Abandonó de mala gana su investigación sobre las nuevas lámparas -había cuatro grandes y una pequeña-, y vio que una alfombrilla cubría el suelo y que la cortina era de un pesado terciopelo verde oscuro.

El hambre y la sed se avivaron entonces. Había una jarrilla de cerveza aguada en la mesa de la comida, junto con un tazón de peltre; y aunque a Mary le disgustaba cualquier tipo de cerveza, aquélla, después de sus trabajos, le supo a néctar. Partió en pedazos unas rebanadas de pan crujiente, y encontró también mantequilla, mermelada y queso, y unas lonchas de un excelente jamón. ¡Oh, esto estaba mejor!

Con el estómago lleno, su mente volvió a ponerse en marcha. ¿Dónde se encontraba? Ninguna posada ni ninguna casa tienen las paredes de roca. Mary se acercó a la cortina y la apartó hacia un lado.

¡Barrotes! ¡Barrotes de hierro!

Aterrorizada, intentó descubrir qué había más allá, pero un gran telar le impedía la visión. Y el único sonido era un aullido agudo, aflautado, chirriante y constante. No eran sonidos de un ser humano, ni de un animal, ni el que pueden producir las plantas. Por debajo de aquel leve aullido sólo había silencio, como el silencio de una tumba.

Entonces Mary se percató de que su prisión se encontraba bajo tierra. ¡Estaba enterrada viva!

Capítulo 6

El duque y la duquesa de Derbyshire se disculparon y prescindieron de asistir al desayuno de la mañana siguiente; y otro tanto hizo el obispo de Londres. Elizabeth había hecho un esfuerzo especial con la cena de la noche anterior. Su jefe de cocina era francés, pero no de París; bien al contrario, era de Provenza, de modo que todo el mundo esperaba que presentara un menú que despertara el interés de los hastiados paladares de comensales acostumbrados a comer en las mejores mesas. Aún quedaban neveros en The Peak y Ned Skinner había viajado al oeste, a la costa de Gales, en busca de gambas, centollos, langostas y pescados, avituallándose de la nieve y el hielo de los elevados riscos de Snowdonia para transportarlos. El pescado fresco estaba muy de moda, y allí, en Pemberley, por supuesto, podía consumirse pescado con absoluta seguridad digestiva.