Charlie se había levantado, pero Elizabeth lo detuvo con un gesto.
– No, déjala, que diga todo lo que quiera decir, Charlie. Ya ha dicho demasiado. Si intentamos detenerla ahora, tendremos una espantosa pelea…
– Fui muy feliz cuando supe que había sobrevivido en las guerras de España… ¡mi George! Pero aquello no era suficiente para ti, ¿verdad, Darcy? Creías que moriría en España, pero no murió-. ¡Así que utilizaste tus influencias para enviarlo a América! Lo vi, durante menos de una semana, entre esas dos horribles guerras ahora ha muerto… ¡Ya puedes alegrarte! ¡Muy bien, pero esa alegría no te durará mucho! ¡Sé muchas cosas de ti, Darcy, y yo todavía estoy viva…!
De repente, se derrumbó. Elizabeth y Charlie corrieron hacia ella la ayudaron a levantarse y la sacaron del salón.
– Cielo santo… ¡qué espectáculo! -dijo Caroline Bingley-. ¿Dónde aprende tu cuñada ese vocabulario, Fitz?
Aquella observación le recordó a la duquesa, a la señora presidenta y a Posy las palabras que Lydia había utilizado; y las tres se desmayaron.
– Supongo… -dijo Fitz con voz indiferente después de que las damas hubieran sido trasladadas a sus respectivas habitaciones-, supongo que casi podemos prescindir de los postres tras esta memorable cena.
– In-ol-vi-da-ble -dijo la señorita Bingley con un susurro gatuno.
Angus prefirió no escuchar nada.
– Bueno, por mi parte, lo que no olvidaré nunca es el rodaballo… -dijo, dispuesto a ser encantador a toda costa.
Charlie bajó de nuevo al salón con gesto muy preocupado y Owen se percató de ello.
– Mamá te ruega que aceptes sus disculpas, padre -le dijo-. Ha llevado a la tía Lydia a la cama…
– Gracias, Charlie. ¿Te quedas para acabar de cenar?
– Sí, señor.
Se sentó, y en su fuero interno sintió muchísimo lo que había ocurrido, sobre todo por su padre. No había disculpa para la conducta de Lydia… Oh, ¿por qué la desagradable de Caroline Bingley tenía que estar presente? Todo Londres sabría de la escenita en cuanto volviera a la capital.
El obispo de Londres estaba diseccionando las etimologías de las obscenidades que se habían dicho para disfrute de Owen y admitió de buen grado la participación de Charlie.
– ¿Conoce usted la poesía de Catulo? -preguntó el obispo.
El rostro de Charlie se iluminó.
– ¿Yo?
Tras haber regresado con su carga de pescado y crustáceos, Ned Skinner se dirigió a la casa, y fue a informar a Fitz, que se encontraba en su pequeña biblioteca parlamentaria, tan pronto como los abrumados invitados se hubieron refugiado en sus respectivas dependencias.
– ¿Qué demonios les ocurrió a Parmenter y a sus idiotas? ¿Cómo la dejaron entrar hasta el comedor? -preguntó Ned.
– Miedo. Aprensión. Una especie de temor a ponerle las manos encima a la hermana de su señora, a quien todos ellos adoran… -dijo Fitz con una escrupulosa formalidad-. Además, supongo que no tendrían ni idea de lo que iba a decir en el salón… Se guardó las palabras más escogidas para proferirlas delante de mis invitados, la muy puta. Iba borracha.
– ¿Y es verdad? ¿George Wickham está muerto?
– Eso dice la carta, y viene firmada por su coronel.
– Bueno, es una lástima que ella no se fuera a América con él. Con toda seguridad un colono palurdo se habría aprovechado de ella y allí se habría quedado toda la vida. Me asombra que no haya cogido la sífilis.
– A mí me asombra que no haya tenido hijos -dijo Fitz.
– Bueno, no se queda fácilmente, pero cuando ocurre, sabe dónde ir para deshacerse de eso… Además, nunca está segura de quién es el padre.
Fitz hizo una mueca.
– ¡Qué asco! ¿Sabes por qué no fue con él a América? Porque estuvo liada con el coronel cuando el regimiento estaba embarcando, y el pobre desgraciado estaba desesperado por librarse de ella.
– Naturalmente. Es una molestia, dondequiera que esté.
– Eso es quedarse muy corto, Ned. -Se golpeó los muslos con los puños, en una demostración de ira y frustración-. ¡Qué espectáculo, por Dios! ¡Y yo con el cargo de primer ministro casi en el bolsillo! El duque de Derbyshire me ha prometido llevar el nombramiento a los lores, y los comunes están inclinados a que ocupe el cargo de hoy en un año. El asesinato de Spencer Perceval [23] todavía colea, gracias al marqués de Wellesley, que lo anda enturbiando todo. ¡Oh, peste de mujer!
– La señorita Bingley le escribirá a todo el mundo esta misma noche.
– Cualquier cosa por vengarse de Elizabeth… y de mí.
– ¿Y Sinclair? ¿ElWestminster Chronicle va a airear tus problemas privados en esas páginas whig?
– Es un buen amigo, así que me atrevo a aventurar que no aireará mis problemas privados en el papel.
– Entonces, ¿qué temes exactamente, Fitz?
– Más escenas como ésta, especialmente en Londres.
– ¡No se atrevería…!
– Creo que se atrevería a hacer cualquier cosa. El alcohol le ha quemado la poca inteligencia que tenía, y yo he quedado en su cerebro perturbado como el principal malo de la historia. Mientras vaya siempre así, hecha un desastre, la gente la tomará siempre por una loca… ¿pero qué sucederá si se arregla y se viste como una mujer respetable? Es hermana de mi mujer, así que siempre habrá alguien que se prestará a escucharla y podría procurarse una audiencia con algunos enemigos poderosos…
– ¿Y qué va a decir, Fitz? ¿Que conspiraste para enviar a su marido a ultramar para que cumpliera con su deber? ¡No tiene ninguna importancia!
Una mano delicada y blanca se alargó hasta apoyarse en la manga de Ned.
– Ah, Ned… ¿qué haría yo sin ti? Tú disipas mis temores con la sencillez de tu buen juicio… Tienes razón. Lo único que debo hacer es ignorarla como a una pobre loca.
– Lo mejor que podrías hacer es encerrarla en una casa decente. Pon cristales rotos en la parte superior de los muros, que tenga unos cuantos hombres a mano para follar, y no te dará ningún problema. Aunque… -añadió Ned-, aunque yo me aseguraría de que tuviera lo que en Sheffield llaman… una acompañante. Alguien lo suficientemente fuerte para controlarla, para persuadirla de que no vaya a Londres, por ejemplo. Creo que la comodidad, la ropa, los hombres y la bebida conseguirían que se sintiera feliz.
– ¿Y dónde la meto? Vendí Shelby Manor, aunque de todos modos estaba demasiado cerca de Londres. Mejor más cerca de aquí, ¿verdad? -preguntó Fitz.
– Conozco un lugar, al otro lado de Leek. Ha estado viviendo allí un lunático, así que nos conviene. Y Spottiswoode puede buscar una acompañante.
– Entonces… ¿puedo dejar esto en tus manos?
– Pues claro, Fitz.
El fuego se estaba consumiendo; Fitz lo alimentó con más madera.
– Ahora sólo falta convencer a mi esposa para que no le dé cobijo durante demasiado tiempo. ¿Puedes hacerlo… rápidamente?
– Depende de Spottiswoode; puedo tenerlo todo listo en cinco días.
Se llenaron dos copas de oporto.
[23] Spencer Perceval (1762-1812) pertenecía al partido conservador