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– Te repito, Ned, que tú eres mi ángel de la guarda. Cuando entraste esta noche aquí, casi estaba a punto de oír los ecos de Enrique ii clamando a propósito de Thomas Becket: «¿Es que nadie va a librarme de este clérigo entrometido?». Bueno, sustituye «clérigo» por «puta» [24].

– Las cosas nunca son tan malas como parecen, Fitz.

– ¿Qué ha sido de la otra hermana?

Ned frunció el ceño.

– Eso es harina de otro costal, completamente. Al principio fue fácil. Fue de Hertford a Stevenage, y de allí a Biggleswade, Huntingdon, Stamford y Grantham. Allí, al parecer, decidió ir a Nottingham. Pude seguirle el rastro hasta allí, pero luego la perdí.

– ¿La perdiste?

– No te preocupes, Fitz; no podrá ir muy lejos sin que sepa de ella es demasiado guapa. Creo que pretendía coger la diligencia para ir a Derby, pero lo cierto es que la diligencia partió sin ella. El único carruaje que salía aquella mañana iba a Sheffield, y pasaba por Mansfield. Puede que cambiara de idea sobre su destino final puede que decidiera ir a Sheffield en vez de dirigirse a Manchester.

– No lo creo en absoluto. Sheffield siempre ha sido una ciudad de obreros: el acero de Sheffield y cuberterías de plata. Es a lo que se han dedicado toda la vida.

Con un gruñido, Ned levantó las cejas expresivamente.

– Entonces, conociéndola, cogió la diligencia equivocada, en cuyo caso la volveremos a ver aparecer en Derby o Chesterfield.

– ¿Tienes tiempo para buscarla?

– Sí, no te preocupes. La casa para Lydia se llama Hemmings y me ocuparé de que tus abogados la alquilen. Leek no está lejos de Derby.

Llevó algún tiempo calmar a Lydia y convencerla de que lo que más necesitaba era dormir. Elizabeth y Hoskins la desnudaron y le quitaron aquella indecencia de vestido y la metieron en la bañera de bronce, junto a la chimenea, para lavarla sin piedad desde el último pelo de la cabeza hasta las mugrientas uñas de los pies. Habían puesto braserillos calientes en la cama y Hoskins había tenido una brillante idea, aunque no era precisamente del gusto de Elizabeth: una botella de oporto. En cualquier caso, surtió efecto. Aunque seguía llorando desconsoladamente por la pérdida de su amado George, al final Lydia se quedó completamente dormida.

Afortunadamente, Ned se había ido cuando Elizabeth entró en la pequeña biblioteca. Fitz tenía la cabeza inclinada sobre un montón de papeles, en su mesa de despacho, y levantó la mirada con aire inquisitivo.

– Está durmiendo -dijo Elizabeth, sentándose frente a él.

– Una imperdonable intromisión en nuestro hogar. Merece que la azoten al rabo del carro [25], la muy arpía…

– No quiero discutir, Fitz, así que evitemos todo tipo de insultos inútiles. Tal vez en lo que siempre nos hemos equivocado ha sido en nuestra estimación del amor que Lydia sentía por ese hombre espantoso. Sólo porque nosotros creyéramos que era un hombre horrible no significa que lo fuera también para ella. Ella… bueno, ella loamaba. A lo largo de veintiún años de un comportamiento escandaloso y decisiones irresponsables, nunca dejó de adorarlo. Por su culpa empezó a beber, y fue él quien vendió su cuerpo a todos aquellos que quisieron utilizarlo, y la golpeaba sin piedad cuando se enfadaba… y, sin embargo, aun así, lo amaba.

– Su lealtad dice mucho de los perros -dijo Fitz mordazmente.

– No, Fitz, ¡no la desprecies…! A mí me parece admirable…

– ¿Significa eso que me he comportado contigo de un modo erróneo, mi querida Elizabeth? ¿Debería haberte convertido en una borracha, debería haberte alquilado al señor Pitt o debería haberte golpeado hasta dejarte inconsciente para aliviar mi frustración? ¿De verdad me amarías entonces más a mí que a todas mis posesiones?

– ¡No seas ridículo! ¿Por qué tienes que hacerme esto, Fitz? ¿Por qué menosprecias mi compasión y te mofas de mi comprensión?

– Así me entretengo -dijo con gesto cínico-. Espero que no estés pensando en que se quede aquí…

– ¡Tiene que quedarse aquí!

– ¡Eso impediría que pudiera utilizar mi casa como un recurso importante en mi carrera política! Es usted mi esposa, señora, eso es verdad, pero eso no significa que tenga usted la libertad para endosarme invitados que representan un absoluto suicidio social y político. Le he encargado a Ned que le encuentre una casa que no sea muy distinta a Shelby Manor, y que esté a suficiente distancia de nosotros para que no represente ni un riesgo ni una amenaza -añadió con frialdad.

– ¡Oh, Fitz, Fitz…! ¿Siempre tienes que ser tan egoísta?

– Resulta que es una excelente herramienta para prosperar, sí.

– Sólo prométeme que si Charlie te pide lo mismo que yo, no le contestarás de ese modo -dijo, con los ojos brillando entre lágrimas-. Él sí que no quiere hacerte mal alguno.

– Entonces, querida, te sugiero que le quites esa idea de la cabeza. Especialmente porque empiezo a pensar que los cotilleos de Caroline Bingley a propósito de sus… bueno, digamos… aficiones son simplemente el producto de su imaginación febril.

– ¡Detesto a esa mujer! -exclamó Elizabeth entre dientes-. ¡Es una maliciosa embustera! Nadie, ni siquiera tú, dudó jamás de las «aficiones» de Charlie hasta que ella empezó a susurrar sus venenosas palabras en oídos ajenos… ¡principalmente en los tuyos! Sus pruebas son inventadas, aunque seas incapaz de verlo. Deliberadamente tiene intención de calumniar y mentir sobre la personalidad de nuestro hijo, ¡y no tiene ninguna razón mejor para hacerlo que sus esperanzas frustradas! Y, desde luego, no limita su maldad a nosotros… ¡cualquiera que la ofende se convierte en víctima de sus habladurías!

Darcy la observó divertido.

– Hablas de la pobre Caroline como si fuera Medea y Medusa juntas. Bueno, la conozco desde mucho antes que tú, y permíteme que te diga que estás equivocada. En Caroline es muy natural que diga lo que piensa o lo que ha oído, pero no se dedica a inventar mentiras. La invito a nuestras reuniones y a nuestras fiestas porque si no lo hiciera, eso sería aún más dañino para Charles, que es el nombre correcto de nuestro hijo. De todos modos, aunque no puedo sumarme a tu infundada indignación contra ella, comienzo a creer que la apariencia y el amaneramiento de Charlie no se compadecen con su verdadero carácter. Me atrevería a decir que su cara y sus gestos han sido imanes para determinados individuos cuyas «aficiones» son innegables, pero Ned dice que el chico ha rechazado semejantes ofrecimientos con firmeza.

– ¡Ned dice, Ned dice…! ¡Oh, Fitz!, ¿qué demonios te pasa, que estás más dispuesto a creer a ese hombre que a tu propia esposa?

Furiosa, dejó caer un envarado «buenas noches» y salió de la pequeña biblioteca.

Charlie estaba esperando en sus aposentos, flirteando de un modo escandaloso con Hoskins, que lo adoraba.

– Mamá -le dijo, acercándose a ella mientras Hoskins salía discretamente de la habitación-, ¿has visto a padre?

– Sí, pero te ruego que tú no vayas a verlo. Ya lo tiene todo decidido. Lydia tiene que irse y la encerrarán, como a Mary en Shelby Manor.

Para su sorpresa, Charlie pareció aprobar aquella decisión.

– Padre tiene razón, mamá. Nadie ha conseguido jamás que los borrachos abandonen la bebida, y tía Lydia es una borracha. Si permites que se quede aquí, te acabará volviendo loca. ¡Pobrecilla! ¿Qué demonios hizo ese George Wickham para merecer tanto amor?

– Nunca lo sabremos, Charlie, porque los únicos que pueden saber lo que hay dentro de un matrimonio son las dos personas que lo componen.

– ¿Eso también sirve para ti y padre?

– Determinadas preguntas, en boca de un muchacho, son una insolencia.

– Te ruego que me perdones.

– ¿Debo entender que ni tú ni Owen habéis sabido nada de Mary?

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[24] Remite a la famosa querella entre el rey Enrique ii de Inglaterra (1133-1189) y el arzobispo de Canterbury, Thomas Becket (c. 1118-1170). La frase en cuestión («Will no one rid me of this turbulent priest?») es, más que una realidad, un «resumen» de cierto discurso del monarca contra el clérigo, convertido en tradición.

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[25] Se trata de uno de los castigos más vergonzantes que podían darse en la Inglaterra ruraclass="underline" «The cart's tail». Ataban al delincuente a un carro y lo iban azotando de pueblo en pueblo.