Todo aquello planteó algunas preguntas en la mollera del señor Hooper: ¿quién era aquella señora? ¿Por qué llevaba tanto oro en su bolso? ¿Quiénes eran los caballeros que la buscaban? ¿Por qué vino uno primero y los otros tres después? ¿Y quién era el poderoso padre de aquel muchachito tan distinguido?
Partieron a caballo inmediatamente hacia Mansfield, porque Charlie había decidido que los caballos habían descansado lo suficiente como para resistir aún otras cincuenta millas. Ni Angus ni Owen disputaron la autoridad de Charlie en materia equina; el padre de Owen era granjero, pero, en asuntos ecuestres, el hijo de Elizabeth y Fitz Darcy estaba treinta millas por delante de él y de Angus.
Alrededor de las seis de aquella tarde desmontaron en el patio de The Friar Tuck, y acordaron que no avanzarían más aquel día.
Cuando entraron en la posada, descubrieron que su propietario revoloteaba a su alrededor con servil deferencia.
– ¡Las tres mejores habitaciones, posadero! -exclamó Angus, que tenía dolorido cada hueso del cuerpo. Las casas de postas de una empresa de Londres no estaban preparadas para reparar los desperfectos que ocasionaba una cabalgada por el campo con Charlie Darcy. Tenía el trasero destrozado, pero aún podía sentarse; dejando escapar un enorme suspiro de alivio, se acomodó en una silla.
– Demasiado tarde para la cerveza… ¡El mejor vino, posadero!
– ¡Pregúntale, pregúntale, pregúntale…! -susurraba a su lado Charlie.
– A su debido tiempo. Lo primero es remojar los gaznates.
– Dios mío, estoy reventado… -dijo Owen.
– Quejicas, los dos -dijo Charlie mientras se dejaba caer en una silla con gesto enfurruñado.
La bodega de The Friar Tuck albergaba un excelente vino tinto; después de dar buena cuenta de dos botellas, los tres subieron a sus habitaciones para lavarse un poco. En la cocina, la señora Beatty, alentada por el señor Beatty, estaba cocinando lo que ella llamó «una cena arregladita».
Tras despachar convenientemente «la cena arregladita», Angus decidió finalmente abordar la cuestión de Mary.
– Estamos buscando a una dama -le dijo al propietario-. Creemos que iba en la diligencia de Sheffield el pasado viernes, al parecer pensando que iba en la que se dirigía a Derby. Al darse cuenta de su error, se bajó, tal vez para buscar algún medio para ir a Chesterfield. ¿La ha visto usted?
– No, señor, no la he visto.
– Creía que la diligencia de Sheffield paraba aquí…
– Y para. Pero yo no estaba aquí, señor. Yo estaba visitando a mi hijo en Clipstone, y no regresé a la posada hasta mucho después de que la diligencia se fuera. No para mucho aquí, sólo lo suficiente para descargar y cargar pasajeros.
– ¡Ah!, ¿entonces no cambia de caballos aquí?
– No, señor. Eso lo hace en Pleasley, dos millas más adelante. Otro hijo mío tiene allí la posada The King John, y nos dividimos la tarea: él cambia los caballos de las diligencias que van hacia el norte y yo cambio los caballos de las que van hacia el sur.
– ¿Y su hijo de Clipstone también tiene una posada? -preguntó Owen, asombrado ante tanto nepotismo.
– Sí, señor. The Merry Man.
Charlie se acomodó como si la conversación hubiera concluido.
– Y si usted no la vio, tabernero, ¿no había nadie aquí que pudiera haberla visto? -preguntó en tono cortante.
– Podría preguntarle a mi mujer, señor.
– Sea tan amable, por favor.
– ¿Y no tienen un mesón que se llame Robin Hood en la familia?
– ¡Qué sorprendente que sepa eso, señor! The Robin Hood pertenece a mi hijo Will, que está un poco más allá de Edwinstone, y The Lion Heart es de mi hijo John, en Ollerton. Aunque es una taberna, no una posada.
Esperando que la hubieran llamado para alabar su buen gusto culinario, la señora Beatty acudió ocupada en su propio debate personal… ¿Les habría gustado el venado asado o habían preferido el estofado delicadamente perfumado con salvia y riñones de cordero? Pero los rostros de sus clientes, tal y como observó de inmediato, no indicaban que tuvieran el asunto de la comida en mente. De hecho, los tres la miraron con gesto severo. La mujer comenzó a envararse y a encogerse, pues instintivamente supo que iba a tener problemas…
– Matilda, ¿se bajó una dama de la diligencia de Sheffield el viernes pasado?
– ¡Ah,ésa! -dijo la señora Beatty inspirando por la nariz con mal gesto-. Yo la llamaría sólo mujer, porque dama… no era.
Charlie chilló; el pie de Angus había hecho contacto con sus dedos doloridos.
– ¿Qué le pasaba a esa mujer, señora? -preguntó Angus, con el corazón encogido.
– Le dije que se largara de aquí, ¡eso le dije! ¡Apestaba! Venía a ensuciarme el suelo recién fregado, ¡y todavía no estaba seco! «Para usted no hay nada», le dije, «apártese de mi puerta».
– ¿Y sabe dónde fue? -preguntó Angus, reprimiendo una furia tan violenta como la de Charlie.
– Lo único que quería era ir a Chesterfield, pero necesitaba una habitación. La mandé a The Green Man.
– ¡Oh, Matilda…! -exclamó el señor Beatty, mirándola horrorizado-. ¡Era unadama! Nuestros huéspedes la están buscando.
– Pues allí la encontrarán, en The Green Man. O quizá ya esté en Chesterfield -dijo la señora Beatty sin ningún indicio de arrepentimiento-. A mí no me pareció una dama. Parecía un trapo sucio. Demasiado guapa me pareció.
– Charlie, ¡cierra el pico! -protestó Angus-. Saldremos hacia The Green Man por la mañana. Prepare el desayuno a primera hora.
– No puede ser -dijo el señor Beatty.
– No puede ser… ¿qué?
– Ir a The Green Man. Es una cueva de ladrones. Todos los granujas y ladrones a ambos lados de los Peninos se juntan allí. Y el capitán Thunder también. -Se volvió entonces contra su mujer-. Por eso siempre te digo, Matilda, que eres una mujer agria y avinagrada… ¡Mandar a una señora a un lugar como The Green Man! Siempre estás hablando de Dios y siempre presumes de que no dejas ir a bailar a tus hijas, pero mira lo que te digo: ¡Dios te castigará por tu falta de caridad! ¡Metodistas! Hacen lo imposible para que tus hijas encuentren maridos a la salida de la iglesia y, ¡por Dios, que no he visto hombres más tristes y amargados en mi vida! Bueno, ¡pues este episodio es la gota que colma el vaso! ¡Mis hijas se casarán con hombres a los que les guste beber y bailar!
Decidiendo que la discreción era la parte más importante del valor, Angus bostezó hasta que sus ojos se humedecieron y acompañó a Charlie y a Owen a sus dormitorios antes de que la tormenta doméstica estallara.
– No tiene ningún sentido preocuparse ahora, Charlie -fueron las palabras de despedida que dedicó al joven, indignado-. Nos pondremos en camino mañana temprano, así que procura dormir un poco.
– Menos mal que me he traído las pistolas -dijo Charlie, con los ojos centelleando de ira-. Si The Green Man es la mitad de peligroso de lo que dice el tabernero, agradeceremos un par de armas.
– En ese punto, me sentiría mejor si supiera que sabes disparar…
– Puedo destrozar una galleta a diez pasos. Mi padre puede considerarme inútil en un ring de boxeo, pero me ha visto disparar demasiado a menudo para despreciar mi puntería con una pistola. De hecho, ordenó que Mantón me fabricara mi propio juego de pistolas [26].
La apariencia de firmeza de Angus se desvaneció por completo cuando se encontró solo en su habitación; descubrió que, durante la conversación con la posadera, se había clavado las uñas en las palmas de las manos involuntariamente, tanta fuerza había hecho al apretar los puños, y, sin embargo, se sorprendió porque no había sentido dolor. «¡Oh, Mary, Mary…! ¡Expulsada de una vil taberna como si fuera una vulgar prostituta, y que eso lo hiciera una idiota como la señora Beatty, incapaz de entender nada! Sucia y maloliente, después de haberse caído… Dondequiera que hubiera estado en Nottingham, nadie le había ofrecido un baño, probablemente ni siquiera agua caliente. Por supuesto, sin duda las posadas de Nottingham también estaban a cargo de gente como la señora Beatty». Sinclair tenía buenas razones para pensar quesu Mary no se acobardaría, ni siquiera ante un hatajo de ladrones, pero estaba preocupado por ella…