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Angus observó con horror la desenvoltura del joven, llevando una pistola como aquélla, cargada y preparada para disparar, especialmente después de que la cubriera con su abrigo. Un resbalón, un descuido, y Charlie se convertiría en uncastrato de Mozart. ¡Qué acostumbrado debía de estar a las pistolas! Respecto a él, Angus se aseguró de mantener separada de sí la pistola, y no hizo ni el menor intento de amartillarla.

Cuando Charlie entró en la casa, tuvo que inclinar la cabeza y parpadeó sorprendido… ¡Había crecido varias pulgadas en un año…!

– ¡Hola! -exclamó-. ¿Hay alguien en la casa?

Se oyeron los ruidos de alguien que se acercaba, y luego el característicoclop-clop de unos clogs, un calzado muy habitual en los pueblos del norte.

Al ver a Charlie, el individuo malencarado que apareció se detuvo de sopetón, intrigado y enojado a un tiempo ante la costosa indumentaria del joven y su hermoso rostro.

– ¿Sí? ¿Qué quieres, mozalbete? ¿Te has perdido? -Hizo un esfuerzo por sonreír, mostrando los dientes podridos de un bebedor de ron.

– No, no me he perdido. Dos compañeros y yo estamos buscando a una señorita llamada Mary Bennet, y tenemos razones para creer que un individuo llamado capitán Thunder… (¡qué nombre tan terrible…!) la asaltó entre la posada The Friar Tuck y este establecimiento.

– Aquí no hay señoritas -dijo el hombre.

– ¿Y tampoco está el capitán Thunder?

– No he oído hablar jamás de bandidos…

– No es eso lo que dicen las gentes de los alrededores. Sea tan amable de ir a buscar a ese sinvergüenza, mesonero… si es que es usted el mesonero.

– Soy el propietario, pero no conozco a ningún capitán Thunder. ¿Quién pregunta por él? -inquirió, mientras deslizaba su mano lentamente hacia un hacha.

Charlie sacó de inmediato su pistola, absolutamente tranquilo.

– ¡No se atreva a hacer tonterías, por favor! Soy el hijo del señor Fitzwilliam Darcy de Pemberley, y la dama que estoy intentando encontrar es mi tía.

La simple mención de Darcy y Pemberley hizo su efecto tan poderosamente en el mesonero que su mano cayó inerme a un costado como si hubiera caído fulminado por un rayo. El hombre comenzó a lloriquear…

– Señor, señor… ¡debe de estar usted en un error! ¡Esta es una casa respetable que no tiene trato ninguno con bandidos y asesinos! ¡Le juro, señor Darcy, señor, que no sé nada de su señora tía…!

– Estaría más dispuesto a creerte si admitieras que conoces al capitán Thunder.

– Sólo de oídas, señor Darcy, señor, sólo de oídas, por lo que se dice por ahí… Ese bandido lo conozco yo lo mismo que lo puede conocer cualquiera de por aquí. ¡Nos tiene amedrentados! Pero le juro, señor, que no ha traído a ninguna señora aquí… ¡Ninguna mujer de ninguna clase, distinguidísimo señor…!

– ¿Dónde puedo encontrar al capitán Thunder?

– Dicen que tiene una casa en los bosques, por aquí, en alguna parte… ¡pero yo no sé dónde, señor, de verdad! ¡Lo juro!

– La próxima vez que veas al capitán Thunder, vas a darle un mensaje de Darcy de Pemberley. Dile que su vil carrera ha llegado a su fin. Mi padre lo cazará… y lo buscará desde Land's End hasta John o'Groats, si es necesario. Y lo colgará, y algo aún peor que eso: ordenará que se deje su cuerpo al aire para que se pudra colgando de la horca.

Charlie giró sobre sus talones y se marchó, con la pistola aún en la mano. Cuando lo vio salir, Angus respiró aliviado; al parecer, aquel joven granuja verdaderamente sabía cómo tratar a los villanos de Nottinghamshire. La preocupación por su tía lo había convertido en la clase de hombre que su padre debería haber sido y no era; la fortaleza férrea de Fitz estaba allí, en el joven, pero sin la frialdad de su padre. ¿Cómo era posible que Fitz hubiera estado tan ciego como para no ver lo que se escondía tras la frágil apariencia de su hijo?

– No ha habido suerte -dijo Charlie simplemente, volviendo a montar-. No creo que hayan traído a Mary aquí en ningún caso. El sinvergüenza del mesonero conoce muy bien al capitán Thunder, sospecho, pero no está al tanto de todos sus negocios. Bueno tiene sentido. Si ha colaborado en alguno de los planes del capitán Thunder, se le acusará al menos de una cuarta parte de los daños y el capitán es lo suficientemente avispado para saberlo.

– Entonces, ¿vamos a Chesterfield?

– Sí, no quiero buscar a nadie oficial… Preferiría azuzar a mi padre para que pregunte a los confidentes de la policía, desde Nottingham a Leek y desde Derby a Chesterfield. Aunque no saquemos nada más de ahí, la carrera del capitán Thunder está acabada.

– Hay algo que no te dije, Charlie… El señor Beatty me dijo que su mujer había visto al capitán merodeando aquel viernes a mediodía por el patio… Y que siguió a Mary por este camino que viene hasta The Green Man. Seguramente, supo que llevaba algunas guineas para su tarea… pero, en realidad, parece que todo el mundo en la parada de la diligencia de Nottingham lo sabía. O el capitán estaba allí y vio cómo se caía Mary, o algún informador pagado se lo dijo. Los bosques de los alrededores son perfectos para su propósito…

– La señora Beatty merece una dosis de esos castigos bíblicos de los que hablan los metodistas… ¡Ojalá que se la coman los gusanos! -dijo Owen con furia.

– Estoy de acuerdo -afirmó Angus en tono más calmado-, pero la ira no nos ayudará a encontrar a Mary. Intentaré convencer a Fitz para que envíe a un grupo de policías armados a The Green Man, con órdenes de arrestar a todos los que haya en la casa, pero, como tú, Charlie, no creo que Mary haya estado aquí. El capitán no querría compartir sus ganancias, ni decirle a nadie lo que había hecho.

Owen había estado escuchando cada vez más horrorizado.

– ¡Oh…! ¿Estáis diciendo que está muerta? -dejó escapar casi sin querer.

Su pregunta flotó en el aire sin que nadie contestara durante largo rato, hasta que Angus suspiró.

– Debemos rogar que no lo esté, Owen. Por alguna razón… no puedo imaginar que Mary entregara su vida sin entablar una formidable lucha, y no me refiero sólo a una lucha física. Seguro que trató de convencer al bandido de que era demasiado importante como para que la mataran y él pudiera salir impune.

Las lágrimas resbalaban por las mejillas de Charlie.

– ¿Cómo vamos a empezar a buscarla en estos bosques, Charlie? -preguntó Angus, para darle al joven algo en lo que pensar.

Charlie se limpió las lágrimas con la mano.

– Volvamos a Pemberley antes de hacer nada -dijo-. Mi padre sabrá qué hacer.

Aunque hubiera perdido toda una noche viajando a Sheffield, Ned Skinner les aventajaba en dos días completos. Mientras Charlie (y forzosamente, Angus y Owen también) había estado plantado en Pemberley para despedir a los duques de Derbyshire y al presidente de la Cámara, él había viajado de Sheffield a Nottingham. Su táctica era bien distinta a la de Charlie y sus amigos; mientras que tanto Charlie como Angus tendían a ir poco a poco en sus pesquisas, Ned lo hacía de un modo más directo. Así, tras llegar a las caballerizas y al patio de la estación de las diligencias de Nottingham, habló muy brevemente con el señor Hooper y luego localizó a un mozo que había visto lo que había ocurrido con sus propios ojos. Resultó que era el mismo mozo a quien Mary había llamado intentando averiguar cuál era la diligencia que iba hacia Derby. Sin un mínimo gesto de sorpresa, Ned supo que el joven le había indicado maliciosamente el vehículo equivocado, pensando que era una broma fantástica.

– Me aseguraré de que un día recibas tu merecido, imbécil sin cerebro -dijo Ned, abalanzándose sobre el muchacho-. Esa pobre mujer merecía la más amable compasión… Es una dama que no sabe lo que es el mundo. Si no tuviera prisa, te daría una paliza aquí mismo.

Desesperado y angustiado por salvar el pellejo, el mozo salió con una perla que no le había contado a nadie, incluido el señor Hooper.