– En fin, no me imagino a Georgie enamorándose de un cazafortunas… ni a Anne tampoco, para el caso. La más vulnerable es Susie. Y respecto a Cathy, antes que fugarse con un seductor, me parece más probable que ella lo engañe a él.
– Me alegra enormemente lo que me dice usted, Owen. -Los ojos púrpura de Elizabeth brillaron con la misma malicia que los de Cathy-. Es la hora del té. ¿Quiere usted un segundo té?
– Desde luego -contestó.
– Tiene usted veinticinco años, ¿no?
– Sí. Veintiséis en octubre.
– Entonces tiene usted por delante al menos otros cinco o seis años. Después, su panza le impedirá tomar segundos tés. Los caballeros están bien al principio de la treintena, después, esos bonitos terneros comienzan a parecerse a bueyes viejos.
Capítulo 9
Los días de Mary se hacían cada vez más pesados a medida que transcurría el tiempo. Ahora que su vida había adquirido cierta regularidad, podía señalar cada intervalo entre la entrega de la comida caliente como un día, aunque no podía estar segura de que fuera realmente así. Si estaba en lo cierto, ya había transcurrido un mes, y al final de los treinta palotes marcados en la pared con un lapicero (incluyendo los primeros siete, fruto de una estimación aproximada), Mary comenzó a desesperarse. Dondequiera que se encontrara su prisión, nadie la había encontrado, aunque estaba segura de que habría gente buscándola.
Habían sucedido ciertas cosas que consiguieron que su valeroso pecho se inflamara de terror; ¿durante cuánto tiempo consideraría el padre Dominus que valía la pena mantenerla viva? A pesar de todo lo que decía de los Niños de Jesús, ella no tenía ninguna prueba de su existencia ni los había visto jamás, salvo al hermano Jerome, al hermano Ignatius y a la hermana Therese, todos ellos rondando la pubertad, y aunque Ignatius y Therese hablaban tranquilamente de sus compañeros, los Niños de Jesús, a Mary le parecía que había algo irreal en todo lo que decían. ¿Por qué, por ejemplo, ningún niño había intentado escapar, si tenían realmente la posibilidad de salir de las cuevas? La naturaleza humana es aventurera, sobre todo en los jóvenes… ¡qué aventuras solían correr Charlie y ella cuando su sobrino era un muchacho…! En alguna ocasión pensó en aquello que quizá Martín Lutero había dicho: que conociendo cómo es un niño hasta que tiene siete años, se conoce cómo será el hombre. En ese caso, ¿cómo eran de pequeños los Niños de Jesús cuando los habían cogido? Ni Ignatius ni Therese estaban preparados para confiar del todo en ella; y buena parte de lo que había averiguado procedía precisamente de lo que ellos se negaban a decir. Sin embargo, el anciano alimentaba a sus discípulos maravillosamente bien, los vestía, los medicaba si estaban enfermos y les permitía una considerable libertad. Sin embargo que trabajaran para él sin cobrar nada a cambio indicaba a las claras que los estaba explotando, al tiempo que se estaba descuidando su educación.
Al principio, Mary esperaba que el libro que le estaba dictando el anciano respondería a algunas de aquellas cuestiones, pero, después de trece sesiones, él seguía absorto con aquel trabalenguas de Dios y el mal de la luz. Se fue haciendo visible un modelo: el anciano avanzaba en sentido circular, a lo largo de una serie de enigmas y misterios, como se dice de la gente que se ha perdido sin remedio: que caminan en círculos y siempre regresan al lugar de donde salieron. Así era el libro del padre Dominus. Parecía que no supiera cómo abandonar aquel camino circular por el que caminaba y fuera incapaz de avanzar en línea recta.
El viejo también había puesto algún impedimento al contacto que Mary mantenía con Ignatius y Therese. Ahora la dejaban ir sola hasta el río subterráneo, mientras Ignatius se quedaba vigilando a la salida del pasadizo y la devolvía a la celda cuando regresaba. Su comunicación se redujo a saludos y despedidas; evidentemente, le habían dicho que no le dijera nada a Mary y que se limitara a esas mínimas normas de educación. El apartamiento de Therese fue más extraño. En sus charlas con el padre Dominus, las que no estaban relacionadas con el libro y el dictado, Mary se había percatado de que el anciano despreciaba al sexo femenino, maduro o inmaduro. El cariño se reflejaba en su rostro cuando hablaba de los chicos, pero en el momento en el que Mary sacaba a colación en la conversación a las chicas, se enojaba, y la expresión de su rostro se tornaba desprecio, y apartaba a Therese de su lado como si era un insecto nocivo.
Entonces comenzó a manifestarse la naturaleza femenina en Mary y se vio obligada a pedirle a Therese los paños, así como algunos utensilios para lavarlos y hervirlos después de usarlos. Al parecer Therese le había pedido tela al padre Dominus para hacer paños, y él la había azotado con una vara y la había llamado sucia. Al final llegaron los paños, de la mano de una Therese con lágrimas en los ojos; también vino con la historia de la reacción del anciano, y aquél fue el último contacto que tuvo con Therese. Después de aquello, Camille atendía sus necesidades diarias, pero esta muchacha no cedería ya ante los halagos y zalamerías de Mary, aunque aquellos aterrorizados ojos azules mostraban que verdaderamente deseaban hablar.
Todo aquello inclinó definitivamente la balanza contra el anciano. Hasta entonces, en Mary había prevalecido el instinto de supervivencia y se había mostrado dócil, sin enfrentarse nunca abiertamente al padre Dominus, pero semejante control era extraño a la naturaleza franca y sincera de Mary, y las cuerdas que reprimían su lengua eran demasiado frágiles. Cuando el viejo volvió a aparecer para continuar con el dictado, comenzó a agredirlo verbalmente, porque los barrotes de su celda impedían cualquier otra actuación más contundente.
– ¿En qué está pensando, viejo asqueroso? -gritó Mary, escupiendo las palabras-. ¿Cómo se le ocurre llamar sucia a esa pobre niña? ¿Tanto duda de su poder frente a la inteligencia de una niña que tiene que azotarla con una vara? ¡Maldito desgraciado…! Esa muchacha se las arregla para organizar una cocina capaz de alimentar a cincuenta estómagos, ¿y cómo se lo agradece? No le paga un sueldo, claro, pero eso no es una sorpresa, ¡porque no paga a ninguno de sus Niños de Jesús! ¡Al contrario,lacastiga! ¿Le pega porque le ha pedido paños para mi menstruación? Óigame, ¡es usted un intolerante y una desgracia para su profesión!
El viejo, escandalizado, se había erguido y había comenzado a mirar a todas partes con los ojos desorbitados, pero cuando Mary empezó a hablar de paños y menstruaciones, se llevó las manos a la cabeza, se tapó las orejas y comenzó a balancearse en su silla.
Mary lo estuvo observando llena de ira quizá durante un minuto, luego se sentó en su silla y suspiró.
– Padre, es usted un fraude -dijo-. Piensa en sí mismo como un hijo de Dios, y mantiene aquí a esos niños para que lo veneren y lo adoren sólo a usted. Le exculpo de ser un codicioso y aprovecharse de sus remedios y panaceas, porque creo que gasta ese dinero en buena comida y otras comodidades para sus discípulos sus gastos deben de ser considerables, pues incluirán el forraje para la reata de burros y el carbón para los fuegos que supongo necesitará tanto en el laboratorio como en la cocina. Nada de lo me ha dictado hasta ahora explica por qué está usted aquí, ni durante cuánto tiempo ha estado aquí, ni qué pretende conseguir estando aquí. Pero usted me defrauda profundamente, por descargar su frustración sobre una niña inocente como Therese… y por ninguna razón de peso, salvo su sexo. El sexo femenino es una creación de Dios en la misma medida que el sexo masculino, y el modo en que Dios ha regulado nuestras funciones corporales es asunto suyo, no de usted, porque usted no es Dios. ¿Me está escuchando?¡Usted no es Dios!