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Ned Skinner abandonó la casa preocupado. ¿Qué demonios había empujado a Elizabeth Darcy a hacer indagaciones sobre Mirry? Lydia no podía haberle dicho nada y el trabajo con los barrotes había sido excelente. Los obreros habían quitado incluso todos los ladrillos con los agujeros de sujeción.

Los barrotes tendrían que permanecer quitados, una pena. La señora Darcy y la señora Bingley visitarían a Lydia a menudo, y Lydia, según le había informado Mirry en una iracunda nota enviada por correo, ¡estabafingiendo que se emborrachaba! Eso indicaba que no era tan dependiente de la botella, ¡la pequeña zorrilla enredadora…!

¿Qué se podía hacer con Lydia? Por lo que atañía a Ned, sólo importaba una cosa: que estuviera alejada para no arruinar la carrera pública de Fitz. Ella había dicho que la arruinaría, y desde luego tenía intención de hacerlo. Pero no se podía permitir que semejante cosa ocurriera, y no importaba cuán drástica pudiera ser la solución que hubiera que tomar.

Por supuesto, Fitz y Spottiswoode no estaban al corriente de la verdadera identidad de Mirry. Los hombres como Fitz -Ned lo sabía bien, y por experiencia- vivían en una esfera demasiado elevada como para comprender algunos aspectos del funcionamiento práctico del mundo. Ned sabía que su misión era proteger a Fitz de las cosas que no tenía que saber, y cuando Fitz -muy apresuradamente, en absoluto en su estilo- decidió que Lydia tuviera una dama de compañía, Ned había sabido cómo organizar la elección. Una verdadera dama de compañía nunca sería capaz de detener a una bárbara como Lydia, y eso Ned lo sabía perfectamente, y Fitz no.

La mujer que Ned tuvo en mente desde el principio fue Miriam Matcham, que regentaba un burdel en Sheffield que él había conocido desde que nació. Aunque ella le dijo que no se podría ocupar del asunto más que unos cuantos meses, se le pagó más de lo que podría ganar en el burdel durante un año. Ella lo puso en contacto con un hombre que podía elaborar todo tipo de documentos y, entre los dos, inventaron una historia para Mirry. Broadmoor era un lugar agreste y lejano… ¿por qué no iba a tener un manicomio? Y en Derbyshire, ¿quién iba a saber si existía o no existía?

Pues ahora, la señora Darcy, ¡ella precisamente!, se empeñaba en hacer preguntas. Ahí estaba, metiendo la nariz donde nadie la había llamado. ¡Como si Lydia, por sí misma, no fuera suficiente problema! Astuta como una zorra, sin escrúpulos e inmoral, sin la frialdad de una Mirry y sin la inteligencia de una Elizabeth Darcy.

Se dirigió a Hemmings para averiguar exactamente qué estaba ocurriendo; un largo camino a caballo, pero su instinto le aconsejó que no se detuviera en ninguna posada, aunque todavía no había conseguido ordenar todas las piezas de aquel maldito puzle en la cabeza. Durmió algunas horas en un prado en el queJúpiter podía pastar, y luego continuó. Y a cada milla que pasaba, su cabeza le daba vueltas y más vueltas al asunto de Lydia, y cómo resolver el terrible problema en que se había convertido. Si podía dejar de beber cuando quisiera, entonces era muy muy peligrosa, y no podría cerrársele la boca como se había hecho con la señora Bennet envolviéndola en una bruma de comodidades y viejas amigas. Sus pensamientos continuaron dando vueltas en torno a la opción definitiva, pero para cuando llegó a Hemmings, las piezas del rompecabezas habían adquirido una apariencia espantosa y él estaba absolutamente convencido de que sólo le quedaba una alternativa. Sólo quedaba decidir cuándo y cómo.

– Oh, Ned, ¡cuánto me alegro de verte! -exclamó la señorita Maplethorpe cuando el hombre de confianza del señor Darcy entró en la casa por la puerta trasera. Había dejado aJúpiter en una arboleda cercana, con las cinchas flojas, una manta por encima para protegerlo contra las heladas de rocío y hierba fresca para pastar.

– ¿Está o no está continuamente borracha? -preguntó en la cocina, donde nadie podía escuchar su conversación.

– Por lo que yo sé, está más tiempo sobria que borracha, pero es una actriz que podría hacer carrera en los teatros. En este momento, está sobria y dando vueltas por toda la casa como si fuera suya. ¿Y qué voy a hacer si decide ir a dar un paseo?

– Ir con ella, Mirry.

– ¿Y qué hago si decide ir a Leek? ¿O a Stoke-on-Trent?

– Ir con ella. Pero no es eso lo que quieres preguntarme, ¿no? Lo que quieres saber es si puedes utilizar la fuerza.

– Sí, eso es lo que quiero saber.

Estuvo considerando el silencio de Ned durante un buen rato, hasta que finalmente le dio un codazo en el costado.

– Bueno, ¿qué? ¿Utilizo la fuerza o no?

– No. No sé lo que hiciste para queambas hermanas sospecharan, pero algo hiciste. Lydia no es una de esas gatitas famélicas del arroyo, como tus chicas de Sheffield, Mirry. Deberías andar con cuidado, como si caminaras sobre cáscaras de huevos.

– ¡Oh, mierda! ¡Ya meparecía a mí que esto era demasiado fácil!

– Demasiado dinero por poco trabajo, quieres decir.

– Sí. Dame órdenes claras, Ned, o deja que me largue. ¡Verás entonces lo que pasa! ¡Tu encantadora señora se meterá en la cama de algún fulano tan rápido como un rayo! Tú ya sabes cómo puedo mantenerla en Hemmings. Mis… ejem… mis ayudantes están casi exhaustos por servir a esa bruja.

– Bueno, para eso los trajiste, después de todo. Instrucciones… déjame ver… Si esa pequeña zorra sale en el carruaje, te vas con ella. Si va a dar un paseo, te vas con ella. Y sigue dándole a tus fulanos cantárida española [33] o lo que haga falta para que se la sigan follando. -Comenzó a ponerse los guantes, tan grandes que se los habían hecho especiales para él-. Sólo recuerda que lo único que podría echarnos esto abajo es una indagación dirigida al marqués de Ripon.

– ¡Me importa un bledo el marqués de Ripon! ¡Recuerda, mi nombre no es Mirabelle Maplethorpe!

– Quizá el informante tendría algo que decir sobre la señorita Miriam Matcham.

– ¡Ojalá hubieras encontrado a otra persona para hacer estos trabajos sucios tuyos, Ned!

Él se detuvo junto a la puerta, con la mano en el picaporte, y lanzó una carcajada.

– ¡Animo, Mirry! He oído que incluso en Nueva Gales del Sur hay casas de putas. ¡No, no…! ¡Estoy bromeando! No te pasará nada con Ned Skinner.

Cuando llegó al lugar donde se encontrabaJúpiter, no ciñó la cincha de la silla; quitó la silla del todo, cambió las bridas por una rienda floja y ató al caballo de tal modo que pudiera moverse para con pastar donde quisiera pero no saliera del refugio que le ofrecía la arboleda; los troncos de los árboles se encontraban ocultos de la casa por un talud de cierta altura. Habiéndose ocupado de Júpiter, Ned se tumbó en la hierba y dormitó durante un rato. Se levantó repentinamente: había ruidos en la casa, hombres entrando y saliendo como si estuvieran apuradísimos.

Sólo había oscuridad. Ned Skinner siguió escuchando atentamente. ¡Sí, estaba en lo cierto…! ¡Estaban abandonando la casa! Habían traído un carromato, y estaban cargándolo con lo mejor del mobiliario y con las alfombras, y partió con dos hombres en el pescante, de los cinco que había. A medianoche apareció Mirry con una jaula de pájaros en una mano y una sombrilla con volantes en la otra, en el preciso instante en el que otro carruaje salía de los establos. Se metió dentro, seguida por su criada, y otros dos de sus secuaces se subieron al pescante. La calesa partió, dejando a Lydia y a un hombre en la casa. No, a Lydia la dejaban sola: el quinto hombre apareció enseguida en la carretela, tirada por un poni gordo al que obligaba a trotar demasiado deprisa. Con toda seguridad, éste se llevaba la cubertería de plata, pensó Ned cínicamente.

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[33] La cantárida (spanish fly) es una sustancia que se extraía de diversos insectos con la idea de que funcionaba como afrodisíaco masculino; en realidad, la cantaridina, que es el verdadero nombre de la sustancia, es un veneno que, ingerido, provoca irritación en el aparato urinario y, casualmente, erección del pene. De ahí su fama como afrodisíaco.