– No creo que ocurra nada, señora Darcy.Júpiter y yo saldremos de inmediato. Es un buen muchacho… mi caballo. Es el único que puede llevarme.
Pensando en el caballo, la señora Darcy tuvo alguna duda.
– ¿Está seguro? ¿No debería descansarJúpiter?
– No, señora. Él y yo estamos hechos para cabalgar.
Y se las arregló para salir corriendo antes de que la señora pudiera descubrir el sudor que comenzaba a perlar su frente. «¡Ah maldita bruja, maldita mujer…!». Durante veintiún años había sido una piedra insoportable en la bota de Fitz, y también otra en la bota de Ned. «Bueno», pensó, mientras se aseguraba de queJúpiter bebiera agua fresca, «lo de Lydia tendría que descubrirse en cualquier momento, y ésta es probablemente la mejor manera». A pesar de estos pensamientos, cabalgó las millas que lo separaban de Hemmings con un espantoso nudo en el estómago y un velo gris en sus ojos. «¡Que la hayan descubierto ya, por favor!».
Tuvo suerte. Estaba adelantada ya la tarde cuando entró por el camino de la casa de Hemmings y vio varios vehículos obstruyendo el paso. Un grupo de hombres de aspecto respetable estaban reunidos precisamente en la entrada de la casa. Ned desmontó y se acercó a ellos.
– ¿Ocurre algo…? -preguntó.
– ¿Quién es usted para que le preocupe este asunto? -increpó un hombre con aire de dominar la situación.
– Soy el hombre de confianza del señor Darcy de Pemberley; mi nombre es Edward Skinner. ¿Qué ocurre?
El nombre de Fitz obraba maravillas, desde luego. Aquel hombre dominante abandonó su arrogancia de inmediato.
– Soy el policía Thomas Barnes, de Leek -dijo en tono servil-. ¡Una tragedia, señor Skinner! ¡Robo, asesinato y violación! -Tardo toda una vida en pronunciar aquella frase.
– ¿Y la señora Wickham…? -preguntó Ned, consternado-. Muy rubia, joven…
– ¿Es ése el nombre de la dama? Muerta, señor. Completamente muerta.
– ¡Oh, por el amor de Dios…! ¡Es la cuñada del señor Darcy!
Reinaba en el lugar una enorme consternación. Fue un poco antes de que pudiera obtener de ellos una historia lógica, salpicada con detalles que tenían algo que ver con su propia explicación y con preguntas sobre las razones por las que la cuñada del señor Darcy vivía tan lejos de Pemberley. La mayoría de los presentes sólo estaban allí para molestar y curiosear, y ni se daban cuenta de la existencia del jefe de policía Barnes. Sin embargo, pronto se percataron de la presencia de Ned Skinner, que les indicó sin aspavientos que salieran de allí, ¡aunque bastó con aquella feroz mirada…! Aquel inaudible rugido redujo el grupo al doctor Lanham, el policía Barnes y dos operarios que mantendrían el pico cerrado.
La reconstrucción de los hechos se adaptó considerablemente a las deducciones que iba haciendo Ned y su información sobre quién había vivido en Hemmings y quién no. Unas cuantas observaciones hábiles por parte de Ned pronto condujeron a los presentes a una conclusión: que la señorita Maplethorpe y sus empleados habían atacado a la pobre señora Wickham, la habían matado y habían huido con todos los objetos de valor que había en la casa. Además, tal y como apuntó Ned después de una inspección de las caballerizas, se habían ido con una calesa de dos caballos purasangres, un poni y una carretela. Y lo peor de todo: ¡aquellos malvados habían sido contratados porel señor Darcy!
– Debo regresar a Pemberley lo antes posible -dijo Ned tras media hora de inspección-. Doctor Lanham, ¿puedo contar con usted para que envíe el cuerpo de la señora Wickham a Pemberley mañana? -Unas cuantas guineas cambiaron de mano-. Señor Policía Barnes, ¿puedo pedirle que redacte un informe completo para el señor Darcy? -Unas cuantas guineas cambiaron de mano-. Gracias, caballeros, sobre todo por su tacto y discreción.
«Todo ha ido mucho mejor de lo que podría haber imaginado», Pensó Ned mientras se alejaba cabalgando. La historia de aquellos empleados asesinos se difundiría por todas partes. «¡Lo tienes bien merecido, Mirry! Tu cobardía te ha condenado, por más que todos los leguleyos anden parloteando que todo el mundo es inocente hasta que se demuestra su culpabilidad».
Ned estaba feliz, muy feliz. Fitz ya había quedado a salvo cualquier amenaza, y nadie podría ni en sueños relacionarlo con la muerte de Lydia.
Se inclinó hacia delante para dar unas palmaditas aJúpiter en su cuello vaporoso.
– Tenías razón, viejo amigo. Había llegado la hora de matarla sobre todo porque teníamos a alguien sobre el que podía recaer la culpa. ¡Ahora, vamos…! Vayamos a Leek, mi buen amigo y allí te quedarás. Yo alquilaré un landó a la cuarta en la casa de postas y viajaré como un señor el resto del camino. Tú ya has hecho suficiente.
Cuando finalmente llegó a Pemberley, poco antes de medianoche, le sorprendió encontrar a Parmenter levantado y esperándolo con un mensaje del señor Darcy.
– El señor desea verte de inmediato -dijo el anciano, rezumando curiosidad-. ¿Te llevo la cena al pequeño salón de desayunos cuando termines con el señor Darcy? ¿Se ha encontrado a la señorita Mary?
– Que yo sepa, no. Y gracias por la cena. Podría comerme un caballo, excepto aJúpiter.
Fitz se encontraba en su biblioteca parlamentaria, y solo… un alivio. Eso probablemente significaba que aún no habían encontrado a Mary, pero entonces… ¿qué tendría que decirle Fitz? Un Fitz con aspecto pálido y cansado hizo saltar todas las alarmas en el corazón de Ned… ¿quién estaba acosándolo con más problemas? ¿Acaso la bruja de su mujer?
– Ned, tengo noticias tremendas… -dijo Fitz.
Ned se acercó al decantador de oporto y llenó una copa con vino tinto hasta los bordes… Había sido un día muy largo y agotador, yJúpiter estaba en establos extraños, aunque los mozos de la cuadra habían sido amenazados de muerte si se atrevían siquiera a mirar mal a Júpiter.
– Cuéntame tus noticias primero, Fitz. Yo también tengo malas noticias.
– Matthew Spottiswoode ha recibido una carta de la señorita Scrimpton… esa mujer que regenta una agencia de empleo de señoritas en York. Al parecer, la señorita Scrimpton se encontró con el marqués de Ripon en alguna parte, en York, y se le ocurrió contarle que la señorita Mirabelle Maplethorpe estaba demostrando era tan buena dama de compañía para una clienta suya como había sido buena cuidadora para su pariente fallecido. Pero Ripon negó que tuviera parientes locos, ni muertos ni vivos, y también afirmó que no conocía de nada a esa señorita Maplethorpe. Luego resultó que la señorita Scrimpton descubrió que no hay mujeres internas en el manicomio de Broadmoor, que sólo acoge a los locos varones más violentos. -Fitz se puso de pie, extendiendo los brazos-. ¿Qué significa esto, Ned? ¿Es que alguien está intentando atacarme a través de Lydia? Todo ha ocurrido tan rápidamente… ¡Nada de esto tiene sentido!
– Creo que yo le encuentro algún sentido… -dijo Ned con mala cara-. Tengo que decirte que la señorita Maplethorpe es una impostora… o, al menos, que su conducta como impostora cuadra muy bien con lo que ha hecho en Hemmings. -Se detuvo, vació en su gaznate la copa, y se puso más-. No, no he venido sólo a beberme tu mejor oporto, Fitz, pero mis noticias son bastante peores. La señora Wickham ha sido asesinada.
– ¡Dios mío…! -Fitz se hundió en su sillón como si hubiera perdido toda la fuerza en las piernas, y el mechón de pelo blanco que recientemente había aparecido en su cabello azabache cayó sobre su frente. Tenía los ojos abiertos, pero la conmoción casi consiguió paralizarlo; su inteligencia era superior y aún funcionaba.