Se había ofrecido una recompensa de quinientas libras por la captura de aquella señora. Desafortunadamente, nadie con habilidades artísticas la había visto nunca, así que las noticias y los anuncios que se colocaron en los ayuntamientos de pueblos y ciudades y en las oficinas de correo no llevaban ningún retrato de ella.
Junio ya estaba muy adelantado y el calendario aseguraba que Mary llevaba desaparecida casi seis semanas. Aunque nadie confesaba su pesimismo, todo el mundo, para sus adentros, creía que era bastante improbable que aún estuviera viva. Así que aquel día soleado y encantador en el que estaban enterrando a Lydia en el cementerio familiar de Pemberley, la identidad de la próxima persona que sería enterrada al lado estaba muy presente en todos los pensamientos.
«La menor de las cinco, y la primera en irse», pensó Elizabeth, dejándose apoyar casi en el brazo de Fitz. Charlie había hecho amago de ir a abrazarla cuando concluyó la ceremonia junto a la tumba, pero dio un paso atrás rápidamente cuando su padre se ocupó de ella y la acompañó hasta casa. Las fricciones entre sus padres siempre le habían preocupado, pero él siempre había estado tan incondicionalmente del lado de su madre que había acabado por no ver nada bueno en su progenitor. Ahora adivinó nuevos matices en las emociones de su padre, más dulces y amables que durante el pasado año, ciertamente, cuando su madre había empezado a contraatacar. Aunque, gracias a Dios, ella había abandonado su tendencia a hurgar en la herida con lo que consideraba «bromas inofensivas» contra su padre… Elizabeth estaba de todo punto convencida de que su marido necesitaba un poco de frivolidad, tomarse menos en serio, y que ella podría inculcarle ese matiz en su personalidad. Sin embargo, Charlie sabía que semejante cosa jamás ocurriría: su padre era orgulloso, altivo y terriblemente susceptible. ¿Acaso su padre y su madre pensaban que él y sus hermanas no sabían que se habían estado peleando como un par de gatos?
Una vez que decidió no ir con su madre, Charlie se cogió del brazo de su tía Kitty, y dejó que a su tía Jane la acompañara Angus, que no sabía nada de las habituales lloreras de la mayor de las Bennet. «¡Asesinada…!». Aquello le resultaba un enigma inconcebible… ¡que una criatura tan patética como su tía Lydia pudiera haber sido asesinada…!
Una sombra amenazante se dejó ver: era Ned Skinner. Como siempre, había pasado inadvertido, pero de todos modos se encontraba allí, por si acaso su padre lo necesitaba, pensó Charlie. Había algo en aquella relación que asqueaba profundamente al primogénito de los Darcy, pero aún no sabía exactamente de qué se trataba. Era como si se conocieran desde siempre, cuando aquello resultaba manifiestamente imposible. Su padre tendría ya doce años cuando Ned nació. Charlie conocía los antecedentes de Ned un poco más que el resto, excepto su padre; sabía que su madre había sido una prostituta negra de algún burdel y que el padre de Ned había sido el jefe de una banda de criminales que había tenido su guarida en aquel mismo burdel. Charlie había encontrado esos hechos redactados en los papeles del abuelo pero no había mucho más; alguien había arrancado y extraviado una buena parte de sus diarios. Cuando Charlie fue a quejarse de ello a su padre, éste le dijo que el propio abuelo lo había hecho, en un ataque de demencia, antes de morir. Pero nada de eso explicaba por qué su padre y Ned eran tan buenos amigos, cuando era evidente que iba totalmente en contra del prurito de Darcy de Pemberley contar con la estrecha amistad de un hombre como Ned Skinner. Su padre era un estirado de tomo y lomo, nadie que lo conociera podría negarlo. Así que… ¿por qué era amigo de Ned?
Como nunca había conocido bien a su tía Lydia, Charlie no podía lamentar en exceso su pérdida, pero entendía el dolor de su madre. Y el de la tía Jane. La tía Kitty, una mujer superficial, parecía pensar que aquella muerte, al fin y al cabo, era en parte una bendición, pues significaba que podría pasar el verano en Pemberley, por fin. La gente con la que ella solía relacionarse no había formado parte de la lista de invitaciones de ese año, puesto que Fitz esperaba grandes acontecimientos en las Cámaras de los Lores y los Comunes.
– Me encanta que Kitty esté aquí -le dijo Elizabeth a su hijo y a Jane-. Le dará a Georgie un buen barniz urbano. No me preguntéis por qué, pero Georgie la adora.
– ¡Es una cabeza de chorlito, mamá…! -dijo Charlie riéndose-. A Georgie le gusta cualquier persona que no sea convencional, y tía Kitty es tan elegante…
– Espero que pueda convencer a Georgie de que no se muerda las uñas -dijo Jane-. Se destroza las manos, y las tiene preciosas.
– Bueno, tengo que ir a inspeccionar una cueva que Angus dejó pasar… -dijo Charlie, besando los dedos de las damas, y desapareció.
– Me alegro de que Lydia esté enterrada aquí -dijo Jane-. Así estamos muy cerca de ella y podemos traerle flores a la tumba.
– Tuvo pocas flores en vida, pobrecita. Tienes razón, Jane, es mejor que esté enterrada aquí.
– No lamentes que no tuviera las cosas que ella lamentaba que nosotras no tuviéramos -dijo Jane-. A Lydia le encantaba la vida cuartelaria, adoraba las fiestas desenfrenadas y la compañía de los hombres… la compañíaíntima de los hombres. Ella se compadecía de nuestras existencias tan serias, tan virtuosas y tan elegantes.
– Lo único que puedo recordar es cómo quería a George Wickham.
– Sí, pero a pesar de sus declaraciones en sentido contrario, Lizzie, se lo pasó francamente bien mientras su marido estaba lejos. -Jane parecía enojada-. Supongo que no sabemos nada de sus agresores.
– No, nada en absoluto.
Cuando se encontró flotando en el río Derwent el cuerpo de un muchacho de unos quince años, el hecho atrajo la atención de todo el mundo, sobre todo porque la señorita Mary Bennet, muy relacionada con Pemberley, se encontraba desaparecida. Se envió a un policía del condado para que fuera a inspeccionar aquel horrible cuerpo hinchado, y el médico local aseguró que el cadáver podría haber sido arrastrado aguas abajo a lo largo de muchas millas, puesto que el muchacho había muerto al menos hacía tres días. El doctor era de la opinión de que se había ahogado, puesto que no había señales de que pudiera haber sido un crimen. El cuerpo sólo dejaba ver dos cosas extrañas: la primera, una zona calva en la cabeza, como si tuviera tonsura en lo alto de la coronilla; y la segunda, que estaba circuncidado. Por otra parte, el muchacho parecía bien alimentado y no mostraba evidencias de haber sufrido a un amo en exceso cruel, lo cual suponía que probablemente no había sido obrero en una fábrica, ni en los telares, ni en una fundición ni había sido soldado. El cadáver estaba desnudo y, desde luego no se conocía su nombre; el policía lo registró como «Varón joven. Judío». Remitió su informe al superintendente y envió el cuerpo a enterrar en el cementerio de los comunes. No había necesidad de preocuparse por que tuviera un lugar en tierra consagrada: no era cristiano, seguro.
Sin embargo, cuando se encontró un segundo cuerpo adolescente a los pies de un precipicio, no lejos del primero, las noticias acabaron llegando a la oficina del señor Darcy, junto con el informe del hallazgo del primer cuerpo. Fitz hizo llamar a Charlie y a Angus, pero no a Owen, quien, acuciado por los remordimientos de conciencia, había decidido finalmente volver a casa de sus padres en Gales, dejando algunos corazones heridos en la sala de estudios y un brillo muy revelador en los ojos de Georgie.
Fitz parecía enojado. Luego les explicó por qué los había hecho llamar.
– Jóvenes y niños mueren con una normalidad verdaderamente deprimente -sentenció-, especialmente en nuestros días, cuando nadie cumple las Leyes sobre la Pobreza [34]. Pero este par de muchachos ha aparecido de un modo un tanto extraño. Ambos eran aproximadamente de la misma edad… catorce o quince años. Eran adolescentes, pero prácticamente niños. Uno es un varón; la otra era una muchacha. -Pareció sentirse incómodo en su propia silla-. Ninguno de los dos tenía las marcas características de los niños que han estado trabajando como esclavos… no tenían heridas producidas por látigos o fustas, y tampoco cicatrices. Al muchacho ya lo enterraron en una fosa común, pero ordené que se examinara con precisión el cuerpo de la muchacha, y no tiene ni huesos rotos ni marcas de heridas antiguas. Ambos estaban bien alimentados y tenían un aspecto saludable. La muchacha estaba sana en todos los aspectos. No sufrió ningún ataque ni padeció una apoplejía prematura.
[34] Las Leyes sobre la Pobreza