– Si los encontramos obtendremos respuestas -dijo Fitz.
– ¿Puedo decir algo respecto a la búsqueda? -preguntó Mary.
Fitz la miró con los ojos muy abiertos, sonriendo ligeramente.
– Naturalmente.
– No hay que buscar en lugares donde las cuevas sean bien conocidas, sino más al norte. Si el primer cuerpo era el del hermano Ignatius, eso significa quebajó flotando por el Derwent, que está más al norte de las grutas que la gente suele visitar. Por debajo de mi celda iba una corriente, y yo podía oír cómo fluía con mucha fuerza, y luego pude ver ese río subterráneo cuando bajaba a estirar las piernas. Hasta que no hablé con Angus y Charlie no se me ocurrió que esos ríos subterráneos son precisamente éso… subterráneos. Es decir, que ese río estaba a mucha más profundidad de lo que había imaginado. Y hay que ir hacia el norte, donde todo está desolado y hay menos gente. Esos niños son como topos, no toleran la luz del día. Hay que buscar de noche.
Los caballeros estaban mirando a Mary admirados, y Angus estaba a punto de estallar de orgullo.
– ¡Qué inteligente eres…! -dijo.
– Ya. Y si lo soy, ¿por qué me he metido en este horroroso lío?
Fitz se hizo cargo de la conversación, pues no le gustaban las charlas sin objetivos concretos.
– Tenemos luna creciente, así que podemos buscar de noche durante algunos días. Yo tengo catalejos; con ellos podemos abarcar zonas más amplias. Tenemos un verano seco, y eso significa pocas nubes.
– He pedido que se recen oraciones por esos niños en las iglesias de toda la región -dijo Elizabeth-. Me costará dormir hasta que se encuentren, pero si los hallamos muertos, no podré volver a dormir jamás. Fitz, ¿puedo contar con ese dinero?
– Desde luego -dijo inmediatamente-. Como a ti, Elizabeth esos niños me quitan el sueño. Haré llamar a Ned y lo pondré a trabajar en esto también. Él tiene buena vista, e incluso trabaja mejor de noche. Mientras tanto, la gente de Pemberley que se dedique a la búsqueda tiene que coger tiendas de campaña y plantarlas en los páramos. Ir y volver a caballo todos los días nos llevaría mucho tiempo, así que nos quedaremos con los caballos. Tendré que pedirles a las señoras que limiten el uso de carruajes y caballos de tiro, porque necesito a los mozos para buscar a los niños. Huckstep vendrá con nosotros y dejaremos esto al cuidado de dos mozos. También le pediré a los criados y a los jardineros que vengan, si me dices con cuántos te puedes arreglar.
– Coge a todos los que precises -dijo Elizabeth.
Y aquella misma noche, un poco más tarde, le dijo a su marido:
– En realidad, no creo que la organización resuelva este enigma. Mary fue liberada por una convulsión natural de la tierra. Mis oraciones serán tan efectivas como tus hombres.
– Yo creo en Dios -dijo él con ironía-. Pero sólo en un tipo de Dios. Mi Dios espera que nosotros nos esforcemos en ayudarnos a nosotros mismos, y no que seamos unos holgazanes para que Él haga todo el trabajo. La fe es demasiado ciega, así que también pongo mi esperanza en los hombres.
– Y en Ned Skinner sobre todos.
– Tengo una premonición al respecto.
– ¿Por qué te opusiste a la cruzada de Mary con tanta vehemencia?
Su gesto se tornó entonces más duro.
– No puedo decírtelo.
– ¿No puedes?
– Precisamente por eso, nuestro hijo está cambiando.
– Críptico hasta el final.
Darcy le besó la mano.
– Buenas noches, Elizabeth.
– Bueno, Lizzie -dijo Jane a la mañana siguiente, mientras desayunaban-, aunque no podemos ayudar activamente a los hombres en la búsqueda, aún hay cosas que podemos hacer. -Sus grandes ojos ambarinos la observaban con gravedad-. Voy a asumir que los niños se encontrarán vivos y a salvo. Y que estarán en perfectas condiciones de salud.
– ¡Oh, muy bien dicho, Jane! -exclamó Kitty-. Estarán perfectamente. Yo también estoy segura de ello.
– Vosotras queréis decirme algo… -dijo Elizabeth con cautela.
– Pues sí -contestó Jane-. Lydia ha dejado un vacío en mi corazón que sólo el tiempo y la captura de sus asesinos podrá remediar. Pero considera esto, Lizzie: tenemos alrededor de cincuenta muchachos entre cuatro y once años que probablemente no recuerdan otra vida salvo la que han llevado con el padre Dominus. ¿Qué será de ellos cuando los encuentren?
– Irán a asilos y albergues parroquiales, si es que se sabe de dónde son, o a orfanatos en los que haya vacantes -dijo Kitty con compostura, untando una finísima capa de mantequilla en una galleta sin azúcar.
– ¡Exactamente! -exclamó Jane, y aquella palabra sonó iracunda-. ¡Oh, los últimos acontecimientos han conseguido amargarme el carácter! ¡Primero, unos ladrones matan a Lydia y resulta que nadie los encuentra, y ahora tenemos a cincuenta muchachos vestidos de un modo estrafalario que jamás han conocido las alegrías de la infancia!
– Hay pocas alegrías de la infancia que se puedan encontrar en un albergue parroquial, o en los orfanatos, o vagabundeando por los caminos de Inglaterra cuando ni siquiera se pueden refugiar en albergues -dijo Mary sin aspavientos-. Los ricos son privilegiados, y pueden conseguir que sus hijos vivan felices… quiero decir, si no los miman en demasía, por un lado, o no los castigan sin piedad, por otro. -Se levantó para servirse un segundo plato de salchichas, hígado, riñones, huevos revueltos, beicon y patatas fritas-. Con demasiada frecuencia los niños de todas las clases se consideran una molestia… se les ve, pero no se les escucha. Argus dice que para mendigas y pordioseras es más fácil alimentar a sus bebés con ginebra que con leche, porque ellas están secas y no pueden darles de mamar. Los niños más pobres que vi en mis breves viajes estaban infestados de lombrices, tenían los dientes podridos, las espaldas encorvadas, las piernas horrorosamente combadas, mostraban llagas atroces, estaban hambrientos, vestían harapos e iban descalzos. ¿Alegrías, Jane? No, no creo que los niños pobres tengan ninguna. Mientras, los niños de nuestra clase suelen tener demasiadas cosas, y por eso constantemente esperan nuevas emociones… y esa expectativa insatisfecha provoca un perpetuo descontento que pervive en ellos durante toda la vida. El bienestar de los niños debería ser habitual, y los placeres, sólo ocasionales. No me refiero, desde luego, a los únicos placeres que verdaderamente importan: la compañía de los hermanos, las hermanas y los padres.
«¿Es posible que nos olvidáramos de cómo era la sentenciosa Mary?», se preguntó Elizabeth. «Es el mismo tipo de discurso con el que nos habría salido en la época de Longbourn, salvo por el detalle de que éste es más inteligente. ¿Dónde ha adquirido esa sabiduría? Antes no la tenía. Habrán sido sus viajes y sus aventuras, supongo, lo cual no dice mucho de la vida resguardada de las mujeres de familias respetables. Jane pone mala cara porque sabe bien que sus hijos están muy consentidos, especialmente cuando su padre no está en casa para meterlos en vereda. Y luego irán a Eton o a alguna otra escuela pública para ser torturados y apaleados hasta que sean lo suficientemente mayores como para convertirse ellos mismos en torturadores y apaleadores. Es un círculo vicioso».
– Estamos desviándonos de la cuestión -dijo Jane, con inusual aspereza-, que son los Niños de Jesús.
– ¿Qué quieres decir, Jane? -preguntó Elizabeth.
– Que cuando se encuentre a los niños sanos y salvos, los caballeros perderán interés por ellos inmediatamente. Fitz dispondrá que uno de sus secretarios lo organice todo, los devolverán a sus parroquias, o con sus padres, o los llevarán a orfanatos. Aunque nosotras ya sabemos que los orfanatos están repletos. No habrá sitio para ellos, especialmente porque, por lo que dice Mary, ellos no saben ni quiénes son sus padres ni de qué parroquia proceden. Así que acabarán viviendo en una miseria aún mayor que cuando estaban al cuidado del padre Dominus, porque con él al menos tenían ropa y alimentos, y al parecer no padecían enfermedades.