– Tú lo que quieres es construir un orfanato -dijo Kitty, revelando que tenía unos insospechados poderes de deducción.
Elizabeth y Mary se quedaron mirando a la cabeza de chorlito de su hermana Jane, asombradas, con el inmenso placer de contar con una aliada.
– ¡Exactamente! -dijo Jane-. ¿Por qué separar a esas criaturitas cuando han estado juntas durante años? Mary, según Angus, tú eres la única que tiene la cabeza sobre los hombros. Así que tú eres la única que podría hacerse cargo de los detalles prácticos… cuánto costará montar el orfanato, por ejemplo. Kitty, tú frecuentas las mejores casas de Londres, así que te ocuparás de buscar donaciones para el orfanato de los Niños de Jesús. Yo me ocuparé de hablar con Angus Sinclair y rogarle que publique en su periódico cuál es la situación de estos niños. También hablaré con el obispo de Londres y le insinuaré que uno de nuestros objetivos es erradicar las ideas papistas, metodistas o baptistas que los niños puedan haber adquirido tras su relación con el padre Dominus, cuya teología, según Mary, era completamente apóstata. El obispo de Londres no es proselitista, pero ésta es una ocasión irresistible para la Iglesia anglicana.
Los ojos de Jane brillaban y parecían grandes y almendrados como los de un gato; su rostro estaba prácticamente transfigurado.
– ¡Abriremos una nueva era en la asistencia de los niños indigentes! Seleccionaré a mi equipo personalmente y estudiaré todos los avances respecto a los orfanatos que se produzcan en los próximos años. Tú compartirás estas labores conmigo, Lizzie, por eso sugiero que nuestro orfanato esté situado a medio camino entre Bingley Hall y Pemberley. Creo que Fitz y Charles podría comprar la tierra y pagar la construcción de un edificio apropiado. ¡No! Me niego a admitir que se pueda utilizar un edificio ya construido. El nuestro debe diseñarse para sus objetivos específicos. El dinero que pueda traer Kitty se invertirá en fondos que nos aporten rentas que permitan pagar salarios, alimentos, ropas y una adecuada escuela anglicana, así como una biblioteca.
A estas alturas, Elizabeth estaba ya respirando con dificultad. ¿Quién podría haber imaginado que Jane, entre todas las personas que conocían, era tan vehemente? Al menos eso impedía que dedicara mucho tiempo a su Charles, perdido en América. Sólo ella, Elizabeth, adelantó una previsible oposición por parte de los hombres Mary pensaba que el orfanato era una idea fantástica, pero lamentó su corto alcance y creía que deberían construir varios. Kitty anunció que no se creía capacitada para obtener donaciones de los poderosos, siempre tan aferrados a su dinero. Y Jane, por su parte, estaba absolutamente convencida de que su plan tendría éxito.
– Y pensar que todo esto empezó con la extraña obsesión de Mary por los pobres… -le dijo Elizabeth a Angus, que había ido a Pemberley para escribir una carta urgente a Londres (eso fue lo que les contó a Fitz y Charlie); su verdadera razón era comprobar que Mary no tenía intención de volver a marcharse-. Es como si se hubiera lanzado un canto pendiente abajo por una loma nevada -añadió Elizabeth-. En vez de detenerse sin causar ningún daño, va rodando y rodando, reuniendo en torno a él una capa de nieve cada vez mayor, hasta que amenaza con arrollarnos a todos. Me alegra que Jane parezca haberse librado de ese deseo de llorar a toda costa y por todo, pero al menos antes, cuando lo hacía, sabíamos a qué atenernos. Ahora puede pasar cualquier cosa.
Angus sonrió ante la expresión de reproche de Elizabeth, que le mostraba bien a las claras que no veía nada divertido en aquel asunto.
– Jane seguramente está en lo cierto -dijo Angus entonces-. Nosotros nos ocuparíamos de depositar alegremente a esos niños en manos de los administradores de los asilos para pobres de las parroquias, y luego los olvidaríamos. La lógica dice que esos muchachos del padre Dominus eran demasiado jóvenes para saber qué es un albergue de indigentes cuando fueron secuestrados… o vendidos, y puede que ni siquiera recuerden quiénes son sus padres. Así que levantar un hogar para esos Niños de Jesús es probablemente una excelente idea. ¿Mary está de acuerdo?
– ¡Y en todo esto tienes mucho que ver, enamorado escocés! Sí, por supuesto que está de acuerdo, aunque sus orfanatos imaginarios se dispersarían por toda Inglaterra -dijo Elizabeth sonriendo-. De todos modos, no veo a Fitz haciéndose cargo de planes que lo arruinarían en un año.
– No tendría que arruinarse, y nadie se lo pediría. Los molinos de un gobierno muelen más despacio que los de Dios, y hacer harina fina lleva tiempo, especialmente en Westminster. Creo que la tarea más acuciante de Fitz será apremiar a sus colegas parlamentarios para que lleven a cabo un programa de cambios radicales destinados a paliar los sufrimientos de las clases más bajas de la sociedad. Siempre está pregonando lo que ocurrió en Francia… y los lores parecen bastante dispuestos a tener en cuenta ese argumento. Todo el mundo se resiste al cambio, Lizzie, pero el cambio tendrá que ocurrir. No todo lo que suceda favorecerá a los pobres, gracias a los subsidios en muchos albergues de miserables. En algunas de esas instituciones tienen hombres y mujeres que difícilmente podrán ejercer ningún empleo: resulta muy atractiva la idea de que a uno le paguen y le den de comersin trabajar. Las cifras de pobres siguen aumentando.
– Vete con Mary -dijo Elizabeth, cansada de los pobres.
Su amada enemiga parecía encantada de verlo, pero no dejaba entrever los ademanes de una enamorada. Hasta ahora. Algunas de las reacciones de Mary, tras su regreso, le habían dado algunas esperanzas, pero su buen sentido innato le había advertido contra la idea de concederles demasiada trascendencia. Sólo podía imaginar los cambios que se habían producido durante su encarcelamiento, pero no le había sido posible hablar con ella el tiempo suficiente para descubrir cuán profundas eran en realidad las fuentes de su inquebrantable determinación contra el amor. De modo que Angus atribuyó las reacciones de Mary al hecho de que se había percatado de su debilidad femenina, cuando en realidad ella no se había percatado en absoluto de ello. Marysabía que no era una mujer débil; Angus aún albergaba ciertas ilusiones masculinas al respecto.
– Encontramos los desprendimientos -pudo decirle finalmente Angus a Elizabeth-. Al parecer, las cuevas se extienden mucho más de lo que cualquiera podría haber imaginado, y por ahora sus verdaderas dimensiones no se conocen. Las grutas más interiores están prácticamente bloqueadas por inmensos desprendimientos de rocas. Pero aún es un misterio por qué se produjeron esos desprendimientos.
– ¿Y el río subterráneo?
– Hemos podido oírlo, pero ha cambiado su curso, al parecer.
– ¿Cuándo se dirigirán al norte e iniciarán la búsqueda nocturna?
– Esta misma noche. El día ha estado relativamente despejado así que tenemos la esperanza de que la luz de la luna nos acompañe. Contamos con un buen número de eso que Fitz llama catalejos. Le ha pedido a los granjeros que tengan ganado pastando en la zona que traigan a las reses más al sur. Así los movimientos no nos confundirán cuando andemos buscando por la noche.
– ¡Dios mío! -dijo Mary, impresionada-. Todo esto suena como si fueran maniobras del ejército. Nunca pensé en las vacas y las ovejas. ¿Es que no duermen por la noche?
– Sí, pero cualquier ruido extraño las despierta.
– ¿Y hay venados?
– Supongo que sí.
– No será fácil ver a los niños con esas túnicas marrones.
– Somos conscientes de ello -dijo Angus amablemente.
Se había llegado al acuerdo de que las partidas de búsqueda (había tres, una dirigida por Fitz, otra por Charlie y otra a cargo de Angus) se concentrarían en las bases de los picos, colinas y riscos, pero también inspeccionarían cuidadosamente las riberas del Derwent y sus afluentes. Era el río más grande de la región y tenía una poderosa corriente, incluso en verano. Dado que el hermano Ignatius (si es que era él) había aparecido flotando en sus aguas, había que suponer alguna relación y proximidad, si no al río en si mismo, al menos a algún afluente o corriente subterránea que lo engrosara con sus aguas.