Unos pasos más allá, en el pasadizo, se encontraba el padre Dominus, con la cara torcida de ira y frustración, con una antorcha llameando en su mano izquierda.
– ¡Estúpido metomentodo! -gritó el viejo-. ¿Cómo te atreves a arrebatarme a mis chicos?
Ned le disparó directamente al corazón, considerando que era la mejor salida para una situación tan desagradable. Pero el padre Dominus tenía la fortaleza de un fanático y arrojó la antorcha hacia atrás, al pasadizo, a pesar de su herida mortal.
– ¡Yo voy a morir… pero tú morirás conmigo!
«No creo», pensó Ned, imperturbable. «Estoy demasiado lejos del lugar de la explosión», y corrió veloz hacia la cascada. Pero los caprichos de las formaciones de la gruta condujeron la enorme explosión hacia la caverna del laboratorio, que se hundió junto a buena parte de la colina, horadada como un hormiguero por el padre Dominus. Ned sintió que una roca le golpeaba las piernas y la pelvis, y sintió un dolor atroz. «Aquí se acabó todo», pensó, «pero ha valido la pena haberle hecho este último gran favor a mi querido Fitz».
Las explosiones retumbaron por los páramos y llegaron claramente a las partidas de búsqueda, que estaban trabajando a su modo, lentamente, en torno a The Peak.
Los tres jefes se habían reunido para organizar el trabajo cuando se pudo oír el gran estruendo de la explosión.
– Eso no es un derrumbamiento -dijo Fitz-. ¡Es pólvora!
Tenían consigo los caballos; Charlie y Angus corrieron para recoger a sus hombres mientras que Fitz, con gesto serio, cabalgaba al frente de los suyos, tan rápidamente como pudieron. «Con Ned, era evidente que esto acabaría así», iba pensando Fitz… «¡Quiera Dios que esté bien…! ¡Y quiera Dios que los niños estén bien!».
Sin nadie que los guiara y dirigiera sus pasos, los niños no habían abandonado el lugar, salvo para correr un poco más allá de donde caían las piedras y las rocas; estaban todos juntos, acurrucados, llorando, cuando Fitz y su partida llegaron y los arroparon con las mantas que llevaban los hombres, y les dieron agua abundantemente mezclada con ron.
Fitz caminó entre ellos, buscando una cara avispada, y escogió a una niña pequeña de unos diez años, porque era la que estaba actuando como una mamá gallina con los otros.
– Soy Fitz -dijo el hombre que nunca permitía que la gente ajena a su familia utilizara su nombre de bautismo-. ¿Cómo te llamas?
– Hermana Camille -dijo la niña.
– ¿Has visto a un hombre muy grande llamado Ned?
– ¡Oh, sí! Él fue el que nos salvó, Fitz.
– ¿Cómo lo hizo?
– Dijo que el pasadizo estaba lleno de pólvora y que moriríamos a menos que saliéramos corriendo fuera. Algunos de los niños intentaron pararnos, pero Ned sacó la pistola y todos salimos corriendo fuera. La pólvora explotó exactamente igual que cuando estuvimos haciéndola. La hermana Anna y el hermano James murieron, y yo me quemé las cejas. Así que cuando Ned nos dijo que si nos quedábamos saldríamos volando, nosotros sabíamos que eso podría pasar. Yo creo que Ned no esperaba que lo creyéramos.
A Fitz se le cayó el alma a los pies.
– Camille, ¿está Ned todavía ahí dentro?
– Sí.
Charlie y Angus llegaron cabalgando junto a sus hombres, regocijándose ante la visión de todas aquellas pequeñas figuras ataviadas con túnicas marrones.
– Malas noticias… -dijo Fitz a los otros dos-. Ned encontró esta cueva y sacó a los niños justo a tiempo. El padre Dominus la ha volado con pólvora… ¡al parecer obligaba a los niños a prepararla! Un niño y una niña murieron en el proceso. ¿Podéis creer hasta qué punto llegaba su villanía? Ned no ha podido salir. -Dejó escapar un resoplido y apretó los puños-. Tengo que ir a buscarlo. Charlie, dile a Tom Madderbury que vaya a Pemberley. Necesitaremos la calesa para Ned… no creo que podamos meterlo en un coche completamente cerrado. Y que traigan carretas y carromatos para los niños. Y comida caliente en cajas de heno [36]. Se quedarán dormidos con el agua con ron, pero no podemos dejarlos aquí. El mejor lugar para tenerlos a todos juntos es el salón de baile… que Parmenter encienda las chimeneas en esa parte de la casa para asegurarnos de que no hay humedad. Y dile a Madderbury que se cerciore de que todo el mundo sepa que los niños están casi ciegos por vivir en la penumbra. Recuperarán la visión, pero eso llevará algún tiempo. Tenemos que traer las parihuelas por si Ned tiene la espalda rota y necesitamos también varillas para entablillar, y vendajes, algodones, compresas, láudano y también el jarabe de opio más fuerte que haya en casa. Aseguraos de que el doctor Marshall nos espera en casa. Podrá atender también a los niños.
Charlie partió inmediatamente; Fitz se volvió hacia Angus.
– No ha sido difícil apartar a Charlie, pero ahora debo pedirte, Angus, que des un paso atrás. Debo ir solo.
– No. Tengo que ir contigo.
– ¡Angus, no puedes! No hay ninguna razón para perder más de un hombre si se producen más corrimientos. Esto no fue un terremoto natural, sino el resultado de una explosión, y no conocemos bien los efectos de estas explosiones en lugares cerrados: no debemos correr riesgos innecesarios. Si creo que es seguro, te llamaré. Y mantén a Charlie alejado de aquí.
Comprendiendo que aquellas decisiones eran juiciosas, Angus esperó en el exterior y cuando Charlie quiso apresurarse a ir con su padre, lo convenció de que una muerte, si tenía que haberla, era preferible a dos. Sólo recordándole a Charlie lo que pensaría su madre pudo detenerlo.
La cascada había desaparecido, aunque la poza aún estaba allí, y la entrada a la gruta se reveló enorme. Con una antorcha en la mano izquierda, Fitz entró en aquel universo de escombros y rocas; como la mayoría de las cuevas de la comarca de The Peak, estaba seca y corría el aire, y no tenía mucho interés para los turistas. No comprendía que hubiera permanecido oculta tras una cascada y se preguntó cómo era posible que nadie la hubiera visto.
– ¡Ned! -gritó-. ¡Ned! ¡Ned!
Donde se encontraba, el lugar era relativamente seguro, o eso pensó él, pero en el sitio en el que probablemente estuvo emplazada la enorme caverna ahora sólo había un gigantesco montón de rocas, acumuladas junto a otras más pequeñas, y cientos de aristas afiladas, y muchísimos escombros. Aunque aguzó el oído todo lo posible, no pudo oír ni un movimiento de tierra ni un crujido debajo de aquella enormidad de escombros: nada sugería que pudiera producirse otro desprendimiento. Avanzó, pisando levemente y con cautela.
– ¡Ned! ¡Ned! ¡Ned! ¡Ned!
– ¡Aquí…! -dijo una débil voz.
Guiándose por el susurro de aquella llamada, Fitz descubrió a Ned medio enterrado bajo una enorme roca que ocultaba sus piernas y buena parte de su torso.
– Ned… -susurró, arrodillándose junto a él.
– ¿Se han salvado? ¿Pudieron salir todos?
– Todos. No hables, Ned. Lo primero que hay que hacer es quitarte esta roca de encima…
– Creo que ya da igual, Fitz. No hay remedio…
– ¡Tonterías!
– No… Es la pura verdad. Tengo la vejiga y los intestinos aplastados y destrozados. Y también los huesos de la cadera. Pero puedes intentarlo. No estarás tranquilo si no lo intentas, ¿verdad?
Las lágrimas corrían por el rostro de Fitz.
– Sí, Ned, tengo que intentarlo. Soy así… Te daremos opio lo primero.
Charlie apareció entonces y se asomó por encima del hombro de su padre.
– Padre… ¡No, me niego a utilizar más esa palabra ridículamente pretenciosa, aunque sea una costumbre y una tradición de los Darcy! «Papá» le sirve a la mayoría de las personas, y también me servirá a mí. Papá… ¿qué se puede hacer?