– Sí, «papá» también me sirve a mí, Charlie. -Fitz se puso en pie, sin tener en cuenta las lágrimas que corrían por sus mejillas-. ¿Tenemos opio aquí? Creo que podremos quitarle esa roca de encima entre dos o tres hombres fuertes y varias palancas de hierro. ¿Tenemos algunas?
– Sí. No sabíamos si tal vez tendríamos que mover rocas, así las trajimos. -Pareció que torcía el gesto-. Y un barril de pólvora.
Se arrodilló a un lado de Ned, y su padre, al otro.
– Le disparé a ese viejo bastardo en el corazón. Debería haber caído como un fardo de paja, pero no… Llevaba una antorcha la arrojó al pasadizo lleno de barriles de pólvora. Debió de oírme y echó un poco de pólvora delante de ellos. Juro que no había pólvora en el suelo cuando pasé por allí, desde la gruta de la entrada a la cueva interior. -Ned se quejó y alargó la mano hacia Fitz-. Me alegro de haber vivido lo suficiente para haberte visto otra vez.
– Animo, aún me verás muchos años…
Decidieron que no lo moverían hasta que no llegara el carruaje, lo cual aconteció al amanecer, que derramó un poco de luz natural sobre la confusión del interior de la cueva. Fitz no se había alejado del lado de Ned, aunque Charlie iba y venía; Angus había asumido la obligación de ocuparse de los niños.
Madderbury, el mozo de cuadras que había cabalgado hasta Pemberley, regresó con el carruaje e informó que muy pronto llegarían carretas y otros vehículos para los niños. El doctor Marshall estaba esperándolos, y había llevado también a una enfermera.
Tres hombres de gran fortaleza, equipados con barras de hierro, elevaron la roca que aplastaba a Ned con un solo movimiento, lo cual permitió a Fitz y a Charlie observar horrorizados la masa informe que había por debajo de la cintura de Ned. «Es imposible que sobreviva», pensó Fitz. Pero deslizando bajo el cuerpo de Ned las parihuelas de madera, de seis pies de longitud, se las arreglaron para levantarlo y trasladarlo al carruaje; como se trataba de un vehículo abierto, pudieron elevarlo por encima de las puertas y colocaron las parihuelas en diagonal, entre los asientos delanteros y los traseros, pues tal era el único modo en que aquella calesa podía acomodar la formidable corpulencia de Ned. Fitz se sentó junto a él, con el opio preparado, mientras Charlie se acomodaba en el pescante para hacer más difícil la tarea del cochero con sus constantes órdenes sobre la necesidad de que vigilara esto y tuviera cuidado con aquello otro.
El traslado duró muchas horas, aunque el día estival aún no había llegado a su fin cuando la calesa con Ned finalmente llegó a Pemberley. El doctor Marshall estaba esperando. Un simple vistazo a las heridas y el doctor demostró su buen juicio al ordenar que se mantuviera a Ned en una postura lo más horizontal posible. La naturaleza de las contusiones, por aplastamiento, había impedido una pérdida masiva de sangre, pero… «No hay esperanza», le dijo el doctor en un aparte a Fitz, apenas concluyó su exploración inicial. «Estuve con sir Arthur Wellesley un año en España, así que he visto este tipo de magulladuras antes… La herida es un aplastamiento, está abierta y está infectada por el contenido de los intestinos. Ha perdido sangre, así que no quiero hacerle una sangría. De todos modos, no ha querido que le den más opio hasta que haya hablado con usted y con el señor Charlie. No quiere hablar con nadie más. Y ha pedido que sea pronto… Sabe que se está muriendo».
«¿Por qué está llorando mi padre por él?», se preguntó Charlie cuando, aún polvoriento y sudoroso tras las tareas de búsqueda, entró con su padre en la habitación donde yacía Ned Skinner.
El enorme cuerpo de Ned parecía bastante encogido en la cama. Fitz arrastró una silla y se sentó junto a la cabecera, con la mano aferrada a la de Ned, al tiempo que arreglaba la colcha. Le rogaron que se sentara también, así que Charlie puso su silla exactamente al otro lado, frente a su padre, pues Ned se había girado para mirar a Fitz y Charlie quería ver bien su cara. Ned sonrió, y de repente pareció absurdamente joven, aunque tenía treinta y ocho años.
– Charlie tiene que saberlo -dijo, con la voz clara y fuerte.
– Sí, Ned, debe saberlo, es lo justo y lo más apropiado. ¿Quieres decírselo tú o lo hago yo?
– No me corresponde, Fitz. Díselo tú.
Su padre se lo dijo de repente y sin ambages.
– Ned y yo somos medio hermanos.
– No me sorprende, papá.
– Eso es porque eres un Darcy. Un hombre jamás podría tener mejor hermano que Ned, Charlie. Sin embargo, no pude hacerlo público. Y no lo hice por gusto, sino por culpa de mi padre. Me hizo jurar por mi vida que jamás revelaría esta relación. Ned era demasiado joven en aquel momento para jurar nada, así que prefirió simplemente convencerlo de que era indigno de pertenecer a la familia.
– ¿Te refieres alabuelo…? ¿Harold Hunsford Darcy?
– Sí, Harold Darcy. Doy gracias a Dios por cada día que pasó sin que lo vieras, Charlie. Un mal hombre, verdaderamente ¡Mandaba bandas de ladrones, de asesinos… y regentaba burdeles en Sheffield, Manchester, Liverpool, y muchas otras ciudades del norte! ¿Por qué?¡Para divertirse! Estaba tan hastiado de la vida de caballero que se entregó al crimen. En realidad, se imaginaba a sí mismo como un rey de la perversión y el crimen. La mayoría de sus actividades las organizaba en su burdel favorito de Sheffield. La madre de Ned, una jamaicana, fue su pasión… aunque él la forzó a prostituirse para él. La mujer murió de sífilis cuando Ned tenía tres años. Mi padre, tu abuelo, murió también de sífilis, aunque mi pobre madre nunca lo supo. Fue una enfermedad espantosa… lo mató en seis meses, y murió delirando y enloquecido. Mi madre nunca se recuperó después de traer al mundo a Georgiana, y también falleció. Todas esas muertes se produjeron en el plazo de un año. Él me escribió una carta en su lecho de muerte, y me arrancó ese juramento cuando me entregó ese odioso documento. Narraba todas sus hazañas, y me hablaba de las circunstancias relativas a Ned. Después de enterrarlo, fui a Sheffield y cogí a Ned, y me ocupé de que se criara entre gente respetable. Yo tenía diecisiete años, Ned tenía cuatro. Siempre que podía, me gustaba estar con él. ¡Qué extraño, Charlie! Miraba aquella carita oscura con su pelo negro ensortijado y lo quería con locura. Mucho más de lo que quería a Georgiana. De todos modos, después de que tu abuelo muriera, tuve que reconstruir mi mundo como si fuera Humpty-Dumpty, e hice del orgullo y la vanidad mi mortero [37]. Pero teniendo el cariño de Ned, nunca me encontraba solo.
Charlie permaneció paralizado y sin habla. ¡Ahora todo tenía sentido!
– ¿Tío Ned…? -Le tocó el hombro con mucha delicadeza, puesto que su padre le sostenía la mano-. Tío Ned, hiciste algo maravilloso… Casi cincuenta niños te deben la vida… -E intentó sonreír-. Y vivirán bien, lo prometo.
– Muy bien… -Ned se estremeció durante un largo momento, y luego abrió sus ojos oscuros, que eran, Charlie pudo comprobarlo entonces, muy parecidos a los de su padre-. Tengo que confesar algo… -dijo de repente, respirando con dificultad-. Tengo que confesar…
– Di lo que quieras, Ned -dijo Fitz.
– Yo maté a Lydia Wickham. La asfixié. Borracha… Inconsciente… No sintió nada… demasiado borracha…
– ¿Por qué, Ned? No tenías que hacerlo por mí…
– Sí, lo hice por ti. Cualquiera podía ver que tú nunca… te librarías de ella. Nunca… ¿Por qué? Tú nunca harías nada salvo darle… a esas dos… dinero. Gorroneando… siempre. Así te lo agradeció, amenazándote con arruinarte la vida… A ti, que eres el mejor hombre del mundo. Cuando nuestro padre… murió… tú viniste a recogerme… y me diste un hogar… y me enviaste a la escuela… y estuviste mucho tiempo conmigo, como un… igual… y sin echarme en cara que tú estabas tan arriba y yo… tan abajo. ¡Me encantó matarla! -Cambió la mirada de Fitz a Charlie-. Cuida de tu padre… porque yo no estaré aquí para hacerlo. Debes…