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– No hay más remedio que ocuparse de los desperdicios humanos -contestó ásperamente y entre dientes-. Creo que me interesa más la perspectiva de educarlos y enseñarles a leer y a contar que a hacer pis y caca. ¿Cómo pueden huir de algo tan maravilloso como el agua?

– A ti te parece maravillosa porque tu niñera te dio el primer baño antes de lo que puedes recordar -dijo, un poco más animado sólo por estar con ella.

– Deben comenzar la escuela en cuanto sea posible. Creo que hay un almacén en Manchester que vende pupitres, tablillas, lapiceros, tizas, pizarras, cuadernos y todo eso. -Adelantó la barbilla y miró con aire combativo-. Ahora que ya no tengo que pagar para publicar mi libro, tengo mucho dinero… sí, he abandonado cualquier idea de escribir un libro. Tendré que gatear antes de empezar a caminar, ¿y qué mejor lugar para comenzar a gatear que una escuela? Uno de los aspectos más vergonzosos de la infancia en Longbourn fue la reticencia de papá a darnos una buena educación. Así que fuimos a la escuela de Meryton para aprender a leer, escribir y contar, pero después no nos pusieron una institutriz. Si la hubiéramos tenido, Kitty y Lydia tal vez no habrían salido tan alocadas, ni yo tan corta. Las hijas de los caballeros deberían tener una institutriz. En vez de eso, papá gastó el dinero en su biblioteca, en ropa para mamá y en darnos de comer.

Con los pensamientos girando en su cabeza como un torbellino, Angus se centró en el aspecto más importante de todas aquellas confidencias.

– ¿Puedo hacerte una pregunta, Mary?

– Desde luego.

– ¿Has hablado de pagar para publicar? ¿Era eso lo que estabas pensando para cuando acabaras tu libro?

– Sí. Yo sabía que eso me iba a costar muchos miles de libras… casi todo lo que tengo, en realidad.

– Mary, ¡qué tonta eres! Lo primero, si un editor sabe que has decidido pagar por ver tu libro publicado, te sacará hasta el último penique. ¡Nunca se debe pagar para publicar un libro! Si vale la pena leerlo, siempre habrá un editor dispuesto a gastarse el dinero de la publicación. En efecto, él será el que corra el riesgo de promover al escritor, porque si el libro atrae a suficientes lectores, tendrá ganancias. Y si tiene ganancias, pagará al autor lo que se llama royalties por cada copia vendida. Los royalties son, en general, un pequeño porcentaje del precio del libro. -La miró con los ojos iluminados-. ¡Ay, qué tonta estás! ¿De verdad me estás diciendo que escatimaste y escaseaste el dinero para viajar sólo por ahorrar para tu libro?

Un encantador color rosado había encendido las mejillas de Mary; dejó caer la cabeza hacia delante, aparentemente resignada a que la llamaran tonta.

– Quería publicarlo -dijo en voz baja.

– ¡Y estuviste a punto de que te mataran! ¡Debería azotarte!

– Por favor, ¡no te enfades!

Angus agitó las manos en el aire como si estuviera enloquecido.

– ¡No estoy enfadado! Bueno, un poco… pero sólo un poco. Oh, Mary, ¡conseguirías que un hombre cuerdo y sobrio se volviera loco y se diera a la botella!

Ver a Angus en aquella particular situación era absolutamente fascinante, pero también provocaba una repentina sensación de vacío en el estómago de Mary… ¿Si alguna vez se llegaba a enfadar de verdad tendría que salir corriendo? La mediana de las Bennet tragó saliva y volvió atrás en la conversación.

– ¿Tú podrías llevarme a Manchester para comprar las cosas que necesitamos para la clase? -preguntó.

– Por supuesto, pero mañana no. Por si lo has olvidado, mañana es el entierro de Ned Skinner Darcy.

– No, no lo había olvidado -dijo en voz baja-. Oh, y nosotras haciendo reír a Fitz y a Charlie…

– Y así pudieron pasar un buen rato. La muerte siempre está presente, Mary, ya lo sabes. Y cualquier cosa que alivia el dolor, aunque sea durante un instante, se agradece como una bendición. Mientras Ned yace muerto esperando el honor que no pudo tener en vida, tú y tus hermanas os habéis ocupado de aquellos a quienes él salvó. Si estuviera vivo, no podría hacer más que aplaudir vuestra bondad y vuestro enorme esfuerzo. En algún sentido, éstos son sus niños.

– Sí, tienes razón.

Continuaron caminando en silencio por el claro de bosque, hasta donde el sol, cayendo directamente, convertía el agua del pequeño arroyo en oro líquido, salvo por los diminutos y brillantes diamantes que saltaban en él.

Mary dejó escapar un grito ahogado.

– ¡Angus! ¡Acabo de recordar algo que…!

– ¿Qué? -preguntó Angus con cautela.

– El padre Dominus me dijo que tenía un tesoro de lingotes de oro. Ya sé que las cuevas se han hundido, pero… ¿crees que aún podríamos encontrar el oro? ¡Imagínate cuántos orfanatos podríamos construir!

– No tantos como crees -dijo con gesto prosaico-. Además, ese viejo villano debió de robárselo al Gobierno. El oro está marcado, cada lingote tiene su señal (ésa es la identificación de cada lingote de oro), con la marca de su propietario, y el propietario será casi inevitablemente el Gobierno.

– No. Me dijo que era el resultado de fundir monedas y joyas que un malhechor bastante más poderoso que él le había confiado. Lo fundió todo y lo solidificó en lingotes, y lo hizo él solo. No se más al respecto, excepto que todo ese oro se obtuvo por métodos ilegales y viles.

– Creo que te estaba tomando el pelo.

– Me dijo que cada lingote pesaba diez libras.

– Lo cual, para ser oro, significa que no serían lingotes muy grandes. El oro es enormemente pesado, Mary. Diez libras de oro sólo tendrían el tamaño de un ladrillo, te lo aseguro.

– ¡Por favor, Angus, por favor! ¡Prométeme que lo buscarás…!

¿Cómo podía negarse?

– De acuerdo, lo prometo. Pero no esperes que haya nada, Mary. Charlie, Fitz y yo vamos a regresar para ver si se han producido nuevos derrumbes y a ver cómo está la colina. Si encontramos oro, puedes confiar en que reclamaremos la propiedad para los Niños de Jesús. Los cuales, supongo, tendrían derecho a un buen porcentaje del tesoro que se encontrara. Esto es, si se pudiera probar que el propietario real no es el Gobierno.

El rostro de Mary adquirió una expresión marcial.

– ¡Oh, no…! ¡No se les puede dar a los niños! Lo gastarían en tonterías, como todos los pobres que reciben una fortuna inesperada. Servirá para construir orfanatos. -Su pecho se elevó en un suspiro de éxtasis-. ¡Imagínate, Angus! Quizá mi reclusión tuvo un propósito divino: desenterrar oro amasado vilmente y utilizarlo para beneficiar a la gente pobre gastándolo en las cosas que verdaderamente importan: salud y educación.

– Está convencida -le dijo Angus a Fitz después del entierro de Ned Skinner Darcy.

– Si un tesoro semejante existe, Angus, el padre Dominus no lo habría obtenido de la venta de fármacos contra la impotencia, por muy exitosos que fueran. Puede que el oro tenga un origen delictivo, ¿pero de dónde o de quién puede ser? El Gobierno hace envíos de remesas de monedas de oro por todo el país, pero ninguno ha sido robado, que yo recuerde, y tampoco ningún miembro del Parlamento ha dicho nada al respecto. Por eso dudo que esa historia sea real. Salvo por un detalle… Yo sé de una persona que pudo haber amasado muchísimo oro, y todo procedente de actividades delictivas. Es un hombre que murió hace mucho y, por lo que sé, no tuvo relación alguna con el padre Dominus. Sin embargo, es cierto que cuando ese hombre murió, sus ganancias, de procedencia ilícita absolutamente, no se pudieron hallar en parte alguna con la excepción de las piedras preciosas que había arrancado de multitud de joyas.

El rostro de Fitz adoptó un gesto que impedía formular ninguna pregunta más… Lástima. ¿A quién podía conocer Fitz que tuviera semejante comportamiento? Hablaba como si hubiera conocido a aquel hombre personalmente. Como uno de esos pasteles franceses que tienen muchas capas: así era Fitz. De todos modos, había cambiado radicalmente, pero para bien.