– Ciento veintitrés lingotes… -dijo Fitz, ya en el exterior, derrumbándose en el suelo, mirando al cielo del atardecer, donde Venus brillaba como el lucero de la noche, frío, puro, indiferente-. ¡Dios santo, estoy reventado…! Éste no es trabajo para un hombre de cincuenta años acostumbrado sólo a labores sedentarias… Estaré machacado durante varias semanas.
– Y yo durante varios meses… -dijo Charlie con un quejido.
– Hemos encontrado un par de balanzas en la celda del viejo y las hemos utilizado para descubrir que cada lingote pesa exactamente diez libras inglesas. No sé por qué razón el padre Dominus no utilizó los pesos habituales para materiales preciosos, de sólo doce onzas por libra. A doscientas libras, o a doscientas cuarentaavoirdupois, tenemos unas cuatro toneladas y media de oro ahí abajo [40].
Charlie se levantó de un salto.
– ¡Cielos, papá! ¡Eso significa que hemos movido dos toneladas cada uno!
– Sólo unos pies, y no hemos movido la hilera inferior… -dijo Fitz con humildad. Miró a Angus-. Si nos hubiéramos visto obligados a trabajar a la luz de una antorcha, habría sido horroroso; pero encontramos dos lámparas extraordinarias en la celda del padre Dominus, y también un barril de una especie de aceite que sirve para que prenda y se ilumine. Mary tiene razón cuando dice que ese viejo tenía la cabeza de un genio. No he visto nada igual en parte alguna. Angus, tal vez tu empresa podría patentarlo y fabricar esas lámparas… Cogeremos una después de hacer el trabajo.
– Creo que la patente debería corresponderles a los Niños de Jesús -dijo Angus.
– No, para ellos será todo el oro, excepto una recompensa justa para Mary. ¡Hazlo, Angus! O de lo contrario romperé esas lámparas y nadie podrá beneficiarse.
– Entonces, ¿por qué no las patenta Charles Bingley?
– Es algo que depende de mí -dijo Fitz con aire de liberalidad regia-, y te lo doy a ti.
«¡Jamás le haré cambiar de opinión!», pensó Angus. «Ni yo ni nadie».
– Muy bien, de acuerdo, gracias -dijo el escocés finalmente.
– Cuatro trineos -intervino Charlie entonces-. Necesitaremos algunos burros, no para tirar de ellos, sino para frenarlos.
– ¿Cómo es que sabes tú de trineos, Fitz? -preguntó Angus.
– Se utilizan también en Bristol, donde los muelles están huecos por los almacenes que hay debajo. Las cargas se distribuyen mejor sobre trineos con deslizadores o patines que sólo en cuatro puntos, que son los que tocan el suelo con las ruedas de un carro. Los patines también nos ayudarán a bajar la carga por la pendiente de la colina, donde los agujeros y los hundimientos sean más grandes.
– Entiendo que no debemos decir nada a las señoras… -señaló Angus.
– Nada en absoluto, ni un atisbo de una pista indescifrable.
– Pero necesitaremos ayuda para cargar los paquetes en los trineos… -advirtió Charlie con inquietud.
– Sí, pero sólo serán hombres de Pemberley, y únicamente los más fiables. Necesitaremos un cabrestante para subir los paquetes desde la cámara, y una cesta lo suficientemente pequeña como para que pase por el conducto de ventilación sin atascarse. La cesta tendrá que estar perfectamente equilibrada, y equipada con pequeñas ruedas. Eso nos permitirá envolver los lingotes en su interior y trasladarla a través de la celda de Dominus. Charlie, asegúrate de coger guantes en casa. Cada paquete tiene que estar bien atado, además de bien envuelto.
– ¡Qué cabeza tienes, papá…! -dijo Charlie-. Todos los detalles…
La extraña sonrisa de Fitz se iluminó.
– ¿Por qué crees que fue tan fácil para un oscuro miembro del Parlamento, procedente de Derbyshire, aspirar a ser primer ministro? Pocos hombres se detienen a pensar en las cosas pequeñas y en los detalles, y ése es un defecto.
– ¿Cuándo comenzaremos esta tarea hercúlea? -preguntó Angus, bastante avergonzado de que su constitución muscular le impidiera participar en ella.
– Hoy es miércoles… El próximo lunes, si están listos ya los trineos y hemos conseguido los burros para entonces. Espero que en cinco días lo tengamos resuelto.
Cuando descendieron la colina, Charlie dejó que Angus se adelantara conJúpiter y deliberadamente se quedó atrás para hablar en privado con su padre.
– Papá, éste es el botín del abuelo, ¿verdad? -preguntó.
– Supongo.
– ¿Cómo llegó a manos del padre Dominus entonces?
– Imagino que ésa es una cuestión a la que Mary podría responder, al menos parcialmente, pero prefiere no hacerlo. La declaración de Miriam Matcham a las autoridades de Sheffield sólo se refiere a un padre Dominus que le proporcionaba venenos y abortivos… Ese hombre habría sido ideal como abadesa. Como su madre heredó el burdel de Harold Darcy, parece probable que el padre Dominus originalmente estuviera relacionado con él. Quizá fuera un cómplice. Desde luego, a lo largo de los años, Harold debió de haber acumulado enormes cantidades de oro, joyas y dinero, pero nada de aquello salió a la luz… excepto las piedras preciosas: tenía un pequeño cofre lleno de piedras preciosas sueltas, pero ya facetadas… rubíes, esmeraldas, diamantes y zafiros. No se encontraron perlas ni piedras semipreciosas. Dadas las habilidades de Dominus, puede ser que le ordenaran fundir el oro. De todos modos, es una conjetura.
– Una buena conjetura, papá. Me pregunto por qué la tía Mary guarda ese secreto…
– Si se lo preguntas, puede que te lo diga, pero en mí no confiará nunca. Tal y como ella lo ve, la traté con desprecio… y es verdad que lo hice.
– En los viejos tiempos me lo habría dicho, pero no creo que ahora me diga nada. Estoy demasiado cerca de ti -dijo Charlie con tristeza-. Existe una especie de barrera invisible entre los hombres y las mujeres, ¿no?
– Sí, ya lo creo… -Incómodo ante el giro que había tomado la conversación, Fitz continuó por otro lado-. Lo que sabemos es que el viejo nunca intentó cambiar el oro por dinero, puesto que, de haberlo hecho, habría revelado su paradero a Harold Darcy.
– ¡Qué disgusto tuvo que llevarse el abuelo!
– De eso podemos estar bien seguros. Aproximadamente cuando yo cumplí los veinte años, se produjo un cambio muy marcado en el carácter de mi padre. Se tornó más violento, mucho más airado, cruel con mamá y con los criados. ¡Imperdonable!
– Papá… tu infancia fue horrorosa -dejó escapar Charlie-. ¡Lo siento…!
– Eso no es excusa para haber sido tan duro contigo, hijo mío. Tengo mucho más por lo que pedir perdón que tú.
– No, papá. Digamos que tenemos la culpa en la misma medida, y empecemos de nuevo.
– Ése es un buen trato, Charlie -dijo Fitz con voz ahogada-. Ahora sólo me resta mejorar la relación que tengo con tu madre.
Se sacó a la luz todo el oro en el curso de cinco días y con una notable ausencia de revuelo. A los viejos y fieles criados de Pemberley nunca se les pasó por la cabeza cuestionar la historia que les había contado su señor respecto a cuatro toneladas o cuatro toneladas y media de plomo, ni al más ingenuo de ellos se le habría pasado por la imaginación que Fitzwilliam Darcy y su único hijo fueran capaces de entregarse de aquel modo al duro trabajo que hubo que llevar a cabo para subir, envolver y atar cien libras de plomo una y otra vez. Ni un destello de oro traspasó una rasgadura del ligero lienzo, y ningún paquete se deshizo o se desmoronó mientras se manipulaba. Tras varias bajadas aterradoras por la pendiente de la colina, el contenido de los trineos se cargó en carretas con dirección a Pemberley, y allí se trasladaron a la gran «casa segura»: un edificio de piedra que Fitz utilizaba para almacenar objetos de valor. A su debido tiempo varias carretas conducirían los paquetes a Londres y a un destino curioso… ¡la Torre de Londres!
Las grutas que se podían visitar se habían reabierto para una precisa inspección; una vez que los turistas pudieron maravillarse de nuevo con las entrañas de las grutas de The Peak, vagaban por su interior para ver el Camino de los Cordeleros y las antiguas casas que, de tanto en tanto, habían protegido a las gentes de Castleton de temporales inusualmente implacables o, en tiempos sin ley, de bandas de merodeadores [41].
[40] El protagonista se refiere a dos tipos de unidades de peso. La libra inglesa común (llamada