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– Dile que no entrará si no trae una botella de vino.

– Confiemos en que reciba el mensaje por ósmosis -comentó Dirk, y sonrió.

El capitán Paul T. Barnum era un hombre esquelético que bien podría haber pasado por hermano del legendario Jacques Cousteau, de no haber sido porque era casi calvo. Vestía un traje de buceo corto y no se lo quitó cuando entró en la esclusa principal. Dirk lo ayudó a dejar la caja metálica con las provisiones para dos días en el mostrador de la cocina, y Summer comenzó a guardar todo en la pequeña alacena y la nevera.

– Os he traído un regalo -anunció Barnum, y sostuvo en alto una botella de vino de Jamaica-. Por si fuera poco, el cocinero os ha preparado langosta a la termidor y espinacas a la crema.

– Eso explica su presencia -dijo Dirk, palmeando al capitán en la espalda.

– Alcohol en un proyecto de la NUMA -murmuró Summer, con un tono burlón-. ¿Qué diría nuestro estimado líder, el almirante Sandecker, sobre el quebrantamiento de su regla dorada de no beber durante las horas de trabajo?

– Toda la culpa la tienen las malas influencias de tu padre -señaló Barnum-. Nunca subía a bordo sin una cantidad de botellas de buen vino, y su camarada Al Giordino siempre se presentaba con una caja de los puros predilectos del almirante.

– Por lo visto, todos excepto el almirante saben que Al le compra en secreto los puros al mismo proveedor -comentó Dirk con una sonrisa.

– ¿Qué tenemos de acompañamiento? -preguntó Barnum.

– Ensalada de cangrejo y sopa de pescado.

– ¿Quién cocina?

– Yo -refunfuñó Dirk-. Summer sólo sabe preparar bocadillos de atún.

– Eso no es verdad -protestó la joven-. Soy muy buena cocinera.

Dirk la miró con una expresión cínica.

– En ese caso, ¿cómo es que tu café sabe a rayos?

Calentaron en la sartén la langosta con mantequilla y las espinacas a la crema y las acompañaron con el vino de Jamaica. Mientras comían, Barnum relató algunas de sus aventuras. Summer le dedicó a su hermano una mueca burlona cuando sirvió un pastel de limón que había cocinado en el microondas. Dirk fue el primero en admitir que había realizado toda una hazaña de repostería, dado que el microondas no era lo más adecuado para hornear un pastel.

Barnum ya se disponía a marcharse, cuando Summer le tocó el brazo.

– Le tengo reservado un enigma.

El capitán entrecerró los ojos.

– ¿Qué clase de enigma?

La muchacha le entregó el objeto que había encontrado en la cueva.

– ¿Qué es esto?

– Creo que es un caldero o una urna. No lo sabremos hasta que le hayan quitado las incrustaciones. Esperaba que usted lo llevara al barco y que alguien del laboratorio lo limpiara a fondo.

– Estoy seguro de que hallaré un voluntario. -Levantó el objeto para sopesarlo-. Parece muy pesado para ser de cerámica.

Dirk señaló la base del objeto.

– Hay un espacio sin incrustaciones, donde se ve que es de metal.

– Es curioso, pero no parece oxidado.

– Yo diría que es de bronce.

– Está muy bien hecha para ser de fabricación nativa -añadió Summer-. Aunque las incrustaciones las disimulan, parece tener unas figuras en toda la parte media.

– Tienes más imaginación que yo. -Barnum miró el objeto-. Quizá un arqueólogo podrá resolver el misterio cuando regresemos a puerto, si es que no se pone histérico porque lo has sacado del lugar.

– No es necesario esperar tanto -manifestó Dirk-. ¿Por qué no le envía las fotos a Hiram Yaeger en el centro informático de la NUMA en Washington? Estoy seguro de que nos dará una fecha y el lugar donde lo fabricaron. Lo más probable es que cayera de algún barco o proceda de algún pecio.

– El Vandalia no está lejos de esa cueva -dijo Summer.

– Pues ya tienes una posible explicación -señaló Barnum.

– En cualquier caso, ¿cómo llegó al interior de la caverna, a casi cien metros de la entrada? -preguntó Summer, sin dirigirse a nadie en particular.

– Es cosa de magia, mi encantadora damisela, el vudú de las islas -afirmó su hermano, y sonrió con expresión zorruna.

Ya había oscurecido en la superficie cuando Barnum les deseó buenas noches. En el momento en que entraba en la esclusa de salida, Dirk le preguntó:

– ¿Qué tal se presenta el tiempo?

– Tendremos calma durante los próximos dos días -respondió Barnum-. Se está gestando un huracán en las Azores. El meteorólogo a bordo lo tendrá vigilado. Al primer amago de que se dirija hacia aquí, os evacuaré a los dos y nos alejaremos de su camino a toda máquina.

– Esperemos que pase de largo -dijo Summer.

Antes de abandonar el habitáculo, Barnum guardó el objeto en una malla y cogió la bolsa con las muestras de agua que había recogido Summer. Dirk encendió los focos exteriores, y aparecieron a la vista centenares de peces loros verde brillante que nadaban en círculos, totalmente ajenos a los humanos que vivían en su seno.

Sin molestarse en cargar con una botella de aire, Barnum se llenó los pulmones al máximo, encendió la linterna y comenzó a ascender los quince metros que lo separaban de la superficie. Exhalaba el aire mientras subía.

La pequeña lancha neumática con quilla de aluminio se balanceaba suavemente, amarrada a la boya sujeta a la cadena del ancla que había echado a una distancia prudencial del habitáculo. Nadó hasta la lancha, subió a bordo y recogió el ancla. A continuación puso en marcha los dos motores Mercury fuera de borda de ciento cincuenta caballos cada uno y se dirigió velozmente hacia el barco, cuya superestructura resplandecía con la luz de una multitud de focos, embellecida con las lámparas de navegación roja y verde.

La mayoría de los barcos están pintados de blanco con el casco rojo, negro o azul por debajo de la línea de flotación. Unos pocos mercantes se inclinan por el naranja. No era este el caso del Sea Sprite. Como todos los demás buques de la flota de la National Underwater and Marine Agency, estaba pintado de proa a popa con un color turquesa brillante. Era el color que el director de la organización, el almirante James Sandecker, había elegido para distinguir sus barcos de todos los demás que surcaban los mares. Había pocos marineros que no reconocieran un barco de la NUMA cuando lo veían navegando o en el puerto.

El Sea Sprite era una nave de grandes dimensiones dentro de los barcos de su clase. Tenía una eslora de noventa y cuatro metros y una manga de veinte metros. Dotada con los últimos adelantos tecnológicos, había comenzado su vida como rompehielos y había pasado sus primeros diez años en los mares del Polo Norte. En su tarea de rescatar barcos atrapados en los campos de hielo, se había enfrentado a terribles tempestades. Era capaz de abrirse camino entre capas de hielo de hasta dos metros de grosor y podía remolcar un portaaviones con mar gruesa y hacerlo con gran estabilidad.

Estaba en perfecto estado cuando Sandecker lo compró para la NUMA y ordenó convertirlo en un barco de investigación científica y de apoyo a las actividades submarinas. No se había reparado en gastos. Los equipos electrónicos habían sido diseñados por los ingenieros de la NUMA, que también se habían encargado de los sistemas informáticos y de comunicaciones. Disponía de laboratorios ultramodernos, espacio de trabajo y una vibración apenas perceptible. Su red de ordenadores controlaba, recogía y procesaba información que después se enviaba a los laboratorios de la NUMA en Washington, donde se procedía a investigarlos a fin de convertir los resultados en importantes conocimientos oceánicos.

El Sea Sprite estaba propulsado por los medios más avanzados que podía fabricar la tecnología moderna. Sus dos grandes motores magnetohidrodinámicos permitían que alcanzara una velocidad cercana a los cuarenta nudos. Si antes había podido remolcar un portaaviones en aguas turbulentas, ahora podía remolcar dos como si tal cosa. No había barco de investigación científica en el mundo entero que pudiera hacerle sombra.