Dirk vio que Summer permanecía ajena a todo lo que ocurría a su alrededor. Miraba a Epona y las columnas que se levantaban alrededor del altar, sin verlas. No había miedo en sus ojos. Estaba tan drogada que no se daba cuenta de la amenaza contra su vida.
Epona sacó de entre los pliegues de su túnica la daga ceremonial y la alzó por encima de la cabeza. Las otras mujeres subieron los escalones para rodear a su diosa, todas con las dagas por encima de sus cabezas.
Los ojos verdes de Dirk amenazaban con salirse de las órbitas; eran los ojos de alguien que sabe que su mundo no tardará en quedar hundido en la tragedia. Soltó un grito de angustia, pero el sonido de su voz quedó ahogado por la mordaza.
Epona cantó la estrofa mortaclass="underline"
– Aquí yace alguien que no debería haber nacido.
Su daga y las de todas las demás brillaron con las luces ondulantes.
47
En la fracción de segundo que transcurrió antes de que ella y las demás pudieran clavar las dagas en el cuerpo indefenso de Summer, dos fantasmas vestidos totalmente de negro aparecieron como por arte de magia delante del altar. El más alto sujetó por la muñeca el brazo alzado de Epona y se lo retorció hasta hacerla caer de rodillas, para el más absoluto asombro de las mujeres que rodeaban a Summer.
– Esta noche no -dijo Pitt-. La función ha terminado.
Giordino se movió como un gato alrededor del altar al tiempo que apuntaba con el fusil a las mujeres, ante la posibilidad de que a alguna de ellas se le ocurriera intervenir.
– ¡Apártense! -ordenó con voz áspera-. Dejen caer las dagas y retrocedan hasta los escalones.
Con la boca del fusil apoyada en el pecho de Epona, Pitt procedió con toda calma a liberar a Summer, que estaba sujeta al altar por una faja alrededor del estómago.
Desconcertadas y temerosas, las mujeres pelirrojas se apartaron lentamente del altar y se agruparon, como impulsadas por un instinto colectivo de protección. Giordino no se dejó engañar ni por un momento. Sus hermanas habían luchado como fieras contra las fuerzas especiales en Ometepe. Tensó los músculos al ver que no hacían el menor amago de soltar las dagas, y comenzaban a moverse en círculo a su alrededor.
Giordino sabía que aquel no era el momento para comportarse como un caballero y repetirles que dejaran caer las armas. Apuntó cuidadosamente, apretó el gatillo y le arrancó de un balazo el pendiente que llevaba en la oreja izquierda la que parecía ser la líder.
Giordino se quedó de piedra al ver que la mujer no daba la menor muestra de dolor o emoción. No levantó la mano para tocarse el lóbulo, que sangraba profusamente. Se limitó a mirar a Giordino con una expresión de cólera. Apenas si volvió la cabeza para dirigirse a Pitt, que estaba muy ocupado desatando la faja que sujetaba a Summer al altar.
– Necesito que me eches una mano. Estas locas se comportan como si se dispusieran a atacar.
– Pues prepárate, porque los guardias aparecerán deprisa y corriendo en cuanto se huelan que algo no va bien.
Pitt miró a las treinta mujeres y vio que de nuevo se movían hacia el altar. Disparar contra una mujer iba en contra de su instinto natural y de todo lo que había aprendido, pero allí había en juego algo más que sus propias vidas. Sus hijos morirían si no conseguían impedir que las treinta aguerridas mujeres de la hermandad se les echaran encima con sus afiladas dagas. Eran como una manada de lobas que tuvieran cercados a un par de leones. Con fusiles contra dagas, una relación de uno a cinco todavía les daba ventaja a los hombres, pero una carga de quince contra uno era demasiada diferencia.
Interrumpió la tarea de desatar a Summer. En el mismo momento, Epona consiguió soltar su muñeca de la presa de Pitt, y le hizo un corte muy profundo en la palma con el anillo, filoso como una navaja. Él la sujetó de nuevo y miró el anillo que le había hecho el tajo. Llevaba una piedra de tanzanita tallada con la forma del caballo de Uffington. Se olvidó del dolor en la mano y la apartó de un empellón. Luego levantó el fusil.
Incapaz de asesinar pero sí dispuesto a herir para salvar a sus hijos y a su íntimo amigo de una muerte segura, efectuó cuatro disparos contra los pies de las cuatro mujeres que tenía más cerca. Las cuatro cayeron al suelo con grandes gritos de dolor y asombro. Las demás vacilaron, pero estimuladas por la cólera y el fanatismo volvieron a avanzar al tiempo que los amenazaban con las dagas.
Con los mismos reparos que Pitt a la hora de tirar a matar contra una mujer, Giordino imitó a su compañero. Lenta y metódicamente comenzó a disparar a los pies de las mujeres. Cinco de ellas cayeron una encima de la otra.
– ¡Alto! -gritó Pitt-. ¡Alto o dispararemos a matar!
Aquellas que estaban ilesas hicieron una pausa y miraron a las compañeras que se retorcían de dolor en el suelo. Una de ellas, vestida con una túnica color plata, levantó la daga bien alto y después la dejó caer. El arma golpeó contra el suelo con un sonido metálico. Con movimientos pausados, una tras otra, las demás siguieron su ejemplo hasta quedarse con las manos vacías.
– ¡Ocupaos de las heridas!
Pitt acabó de desatar a Summer, mientras Giordino vigilaba a las mujeres y permanecía atento a la aparición de los guardias. Se maldijo a sí mismo cuando comprobó que Epona había conseguido escapar al amparo de la confusión. Al ver que Summer no estaba en condiciones de valerse por sí misma, se la cargó al hombro y fue hasta el trono, donde arrancó las argollas que sujetaban las cadenas de Dirk haciendo palanca con el cañón del fusil. En cuanto se quitó la mordaza, Dirk preguntó:
– Por todos los santos, papá, ¿cómo es que tú y Al estáis aquí?
– Digamos que hemos caído del cielo -respondió Pitt, abrazando a su hijo.
– Lo habéis calculado con gran precisión. Unos pocos segundos más y… -Su voz se apagó al pensar en lo que habría ocurrido.
– Ahora tenemos que encontrar la manera de salir de aquí. -Pitt miró los ojos velados de Summer-. ¿Está bien? -le preguntó a su hijo.
– Esas brujas la pusieron hasta las orejas de drogas.
Pitt lamentó no tener a Epona en sus manos. Pero no había ni rastro de ella. Había abandonado a sus hermanas para esfumarse en la oscuridad más allá de las columnas. Sacó el móvil de la bolsa sujeta a la cintura y marcó un número. Después de unos segundos que se le hicieron eternos, escuchó la voz de Gunn.
– ¿Dirk?
– ¿Cuál es vuestra situación? -replicó Pitt-. Me pareció que os habían dado.
– Shepard recibió un balazo en el brazo, pero es una herida limpia. Se la he vendado lo mejor que he sabido.
– ¿Está en condiciones de pilotar?
– Es perro viejo. No hay manera de impedírselo.
– ¿Cómo estás tú?
– Un proyectil me rozó la cabeza -respondió Gunn alegremente-, y sospecho que se llevó la peor parte.
– ¿Estáis en el aire?
– Sí, a unos cinco kilómetros al norte de la isla. -Hubo una muy breve pausa y luego Gunn preguntó con voz preocupada-. ¿Qué hay de Dirk y Summer?
– Están sanos y salvos.
– Bendito sea Dios… ¿Estais preparados para la evacuación?
– Ven a recogernos.
– ¿Puedes decirme qué habéis encontrado?
– Ya habrá tiempo más tarde para responder a las preguntas.
Pitt cortó la comunicación y miró a Summer, que volvía lentamente a la realidad. Giordino y Dirk la ayudaban a caminar de un extremo a otro para que recuperara la circulación. Mientras esperaba la llegada del helicóptero, caminó alrededor del altar, atento a la aparición de los guardias de Epona, pero ninguno hizo acto de presencia. Luego las luces se apagaron y su mundo quedó a oscuras, al tiempo que se extendía el silencio por el anfiteatro pagano.
En el mismo momento en que aparecieron Gunn y Shepard, se escuchó el rugido de las turbinas en la pista de la isla cuando varios aviones despegaron en rápida sucesión. Seguro de que ahora no aparecerían los guardias de entre las sombras, Pitt le avisó a Shepard que podía encender las luces de aterrizaje. Gracias a las luces del helicóptero cuando este inició la maniobra de descenso, Pitt vio que se habían quedado solos. Todas las mujeres habían desaparecido. Miró el cielo nocturno tachonado de estrellas y se preguntó hacia dónde se dirigía Epona. ¿Cuáles serían sus planes ahora que su siniestro intento, que habría provocado terribles sufrimientos a millones de personas, había sido frustrado y que su centro de operaciones estaba sepultado en el fondo del lago de Nicaragua?