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El piloto acabó la vuelta con el hidroavión e inició la aproximación final hacia el hotel. La enorme quilla rozó las olas al mismo tiempo que los flotadores, y se posó en el agua como un cisne cebado. Después se acercó lentamente hasta el muelle flotante que se extendía frente a la entrada principal del hotel. Arrojaron los cabos y los tripulantes se encargaron de amarrarlo.

Un comité de bienvenida encabezado por un hombre calvo con gafas que vestía una impecable americana azul esperaba en el muelle bordeado con cordones de terciopelo dorado. Hobson Morton era el director ejecutivo del Ocean Wanderer. Morton, un hombre meticuloso al máximo que no vivía más que para su trabajo y absolutamente leal a su patrón, medía casi dos metros de estatura y pesaba sólo ochenta kilos. Specter lo había incorporado a su empresa porque su criterio era rodearse de hombres más capaces que él. A espaldas de Morton, sus colegas lo llamaban “el poste”. Distinguido, con los cabellos rubios y las sienes canosas, permanecía erguido como una farola mientras media docena de ayudantes salían del avión por la escotilla principal, seguidos por cuatro guardaespaldas vestidos con monos azules, que se situaron en los lugares estratégicos del muelle.

Transcurrieron varios minutos antes de que Specter saliera del hidroavión. En contraste con Morton, habría llegado a una estatura de poco más de un metro sesenta de haber sido capaz de erguirse, pero era tan gordo que le era imposible hacerlo. Mientras caminaba -o, mejor dicho, anadeaba-, parecía una hembra de sapo embarazada en busca de una charca. La enorme barriga tensaba la tela de su traje blanco hecho a medida hasta el punto de que parecía que se saltarían las costuras. Llevaba la cabeza envuelta en un turbante de seda blanco cuya parte inferior le cubría la boca y la barbilla. Resultaba imposible ver la expresión de su rostro; incluso los ojos quedaban ocultos detrás de las gafas de sol con cristales de espejo. Las personas del círculo más inmediato de Specter no sabían cómo se las arreglaba para ver a través de ellas; lo que ignoraban era que si se miraba desde el otro lado eran transparentes.

Morton se adelantó y saludó a su jefe con una cortés inclinación.

– Bienvenido al Ocean Wanderer, señor.

No hubo apretones de mano. Specter echó la cabeza hacia atrás para contemplar la magnífica estructura. Aunque había participado en su diseño desde el primer boceto hasta la construcción final, aún no lo había visto acabado y anclado en el mar.

– Su apariencia excede mis expectativas más optimistas -comentó Specter.

La voz, suave y melodiosa, con un deje sureño norteamericano apenas perceptible, no encajaba con su aspecto. Cuando Morton vio a Specter, había esperado que su voz fuera aguda y rechinante.

– Estoy seguro de que también estará usted encantado con el interior -dijo Morton, con un tono que tenía algo de arrogancia-. Si quiere tener la bondad de seguirme, haremos un recorrido por las instalaciones antes de acompañarlo a la suite real.

Specter se limitó a asentir y caminó a través del muelle hacia la entrada principal, escoltado por su comitiva.

En la sala de comunicaciones, al otro lado de los despachos de los ejecutivos, un operador controlaba las llamadas vía satélite que llegaban del cuartel general de Specter en Laguna, Brasil, y de las filiales repartidas por todo el mundo. Una luz parpadeó en la consola y atendió la llamada.

– Ocean Wanderer. ¿Con quién desea hablar?

– Soy Heidi Lisherness, del Centro de Huracanes de la NUMA en Key West. ¿Puedo hablar con el director del establecimiento?

– Lo siento, pero ahora mismo acompaña al propietario y fundador del Ocean Wanderer en una visita privada al hotel.

– Se trata de un asunto muy urgente. ¿Puedo hablar con su ayudante?

– Todos los directivos participan de la visita.

– En ese caso -rogó Heidi-, si es tan amable, infórmeles de que un huracán de categoría cinco va en la dirección del Ocean Wanderer. Avanza a una velocidad increíble y podría abatirse sobre el hotel alrededor de la madrugada de mañana. Deben ustedes comenzar la evacuación del hotel de inmediato. Los mantendré informados periódicamente de la situación y si su director necesita hacerme alguna consulta puede llamar a este número.

El operador anotó el número de teléfono del Centro de Huracanes y a continuación atendió las varias llamadas que había puesto en espera mientras hablaba con Heidi. No se tomó en serio el aviso, y esperó hasta acabar el turno al cabo de dos horas para rastrear a Morton y transmitirle el mensaje.

Morton miró el mensaje enviado por el operador y lo leyó atentamente antes de entregárselo a Specter.

– Un aviso de tormenta que nos envían desde Key West. Hay un huracán que viene hacia nosotros y nos dicen que debemos evacuar el hotel.

Specter echó una ojeada al mensaje de advertencia y se acercó a uno de los ventanales para mirar hacia el este. No había ni una nube en el cielo y el mar parecía en calma.

– No es cuestión de tomar decisiones apresuradas -declaró-. Si la tormenta sigue la trayectoria habitual de los huracanes, se desviará hacia el norte y pasará a centenares de kilómetros de aquí.

Morton no estaba tan seguro. Era un hombre cauteloso y concienzudo que prefería pecar de precavido.

– No creo, señor, que sea lo más beneficioso para nuestros intereses arriesgar las vidas de los huéspedes y el personal. Le recomiendo que demos la orden de comenzar el procedimiento de evacuación y disponer el transporte a un lugar seguro en la República Dominicana lo antes posible. También tendríamos que avisar a los remolcadores para que nos aparten del camino de la tormenta para evitar mayores consecuencias.

Specter miró de nuevo a través de la ventana las excelentes condiciones meteorológicas reinantes, como si quisiera tranquilizarse.

– Esperaremos otras tres horas. No quiero perjudicar la imagen pública del Ocean Wanderer con historias de una evacuación en masa que los periódicos y la televisión convertirían en una catástrofe y compararían con el abandono de un barco que se va a pique. Además -dijo, y alzó los brazos como si quisiera abrazar el magnífico edificio flotante, cosa que le dio el aspecto de un globo al que le hubiesen crecido dos largos apéndices-, mi hotel ha sido construido para resistir los embates del mar por muy fuertes que sean.

Morton pensó por un momento en mencionar el Titanic, pero se calló. Dejó a Specter en la suite real y regresó a su despacho para comenzar los preparativos de una evacuación que no podía tardar mucho en llegar.

A ochenta kilómetros al norte del Ocean Wanderer, el capitán Barnum leyó los partes meteorológicos que le enviaba Heidi Lisherness e inconscientemente miró hacia el este como había hecho Specter. A diferencia de los hombres de tierra adentro, Barnum conocía muy bien las trampas del mar. Estaba atento al paulatino aumento del viento y el oleaje. Había soportado infinidad de tormentas durante su larga carrera en el mar y sabía muy bien que podían cernirse sobre un barco y una tripulación que no sospechaba nada y hundirlos en menos de una hora.

Cogió el teléfono y llamó al Pisces. La respuesta que llegó desde el fondo del mar era ininteligible.

– ¿Summer?

– No, soy su hermano -replicó Dirk en tono alegre, después de ajustar la frecuencia-. ¿Qué puedo hacer por usted, capitán?

– ¿Summer está contigo dentro del Pisces?

– No, ahora mismo está comprobando el funcionamiento de los tanques de oxígeno del hidrolaboratorio.