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– Acabamos de recibir un aviso de tormenta de Key West. Se acerca un huracán de categoría cinco.

– ¿Categoría cinco? Eso es algo tremendo.

– No hay nada peor. Fui testigo de uno de categoría cuatro en el Pacífico hace veinte años, y soy incapaz de imaginar algo que lo supere.

– ¿Cuánto tiempo tardará en llegar aquí? -preguntó Dirk.

– El centro calculó que sobre las seis de la mañana. Pero los últimos informes señalan que se acerca mucho más rápido. Tendremos que sacaros del Pisces y traeros a bordo del Sea Sprite cuanto antes.

– No es necesario que le recuerde el problema de la descompresión, capitán. Mi hermana y yo llevamos cuatro días aquí abajo. Necesitamos un mínimo de quince horas de descompresión antes de que podamos acomodarnos a la presión normal y salir a la superficie. No lo conseguiremos antes de que el huracán se nos eche encima.

Barnum era bien consciente de la situación.

– Quizá tengamos que abandonar la misión de apoyo y huir de aquí.

– A esta profundidad, no tendríamos que tener ningún problema con la tormenta -opinó Dirk muy seguro.

– No me hace ninguna gracia dejaros abajo -manifestó el capitán con un tono grave.

– Quizá tengamos que ponernos a dieta, pero disponemos de energía y aire suficiente para cuatro días. Para entonces ya habrá pasado lo peor de la tormenta.

– Preferiría que tuvieseis más reservas.

Hubo una pausa en la comunicación con el Pisces.

– ¿Tenemos otra alternativa? -preguntó Dirk.

– No, supongo que no.

Barnum exhaló un sonoro suspiro. Miró el gran reloj digital colocado encima de la consola del piloto automático de la nave. Su gran temor era que si la tormenta apartaba el Sea Sprite muy lejos de la posición actual, quizá no regresaría a tiempo para salvar a Dirk y Summer. Se enfrentaba a un callejón sin salida. Si perdía en el mar a los hijos de Dirk Pitt, no quería ni pensar en la furia del director de proyectos especiales de la NUMA.

– Tomad todas las precauciones posibles para alargar la provisión de aire.

– No se preocupe, capitán. Summer y yo estaremos abrigados y cómodos en nuestra casita pequeñita en el coral.

Barnum no las tenía todas consigo. El Pisces podría acabar destrozado si el arrecife se veía castigado por las olas de treinta y más metros de altura generadas por un huracán de categoría cinco. Miró de nuevo hacia el este, a través de la cristalera del puente. En el cielo acababan de aparecer nubes de tormenta y el mar comenzaba a encresparse con olas de metro y medio.

Muy a su pesar y cada vez más preocupado, dio la orden de levar anclas y el Sea Sprite puso rumbo a un lugar bien apartado del presunto camino de la tormenta.

Summer entró en la esclusa principal y Dirk se apresuró a informarle de la tremenda tempestad que los amenazaba. Juntos repasaron todo el procedimiento para el racionamiento de comida y aire.

– También tendremos que sujetar todos los objetos sueltos, porque quizá las olas nos den una buena paliza.

– ¿Cuánto tardará lo peor de la tormenta en llegar hasta nosotros? -preguntó Summer.

– Según el capitán, la tendremos aquí con el alba.

– En ese caso tendrás tiempo para una última excursión conmigo antes de encerrarnos aquí a esperar que amaine la tormenta.

Dirk miró a su hermana. Cualquier otro, cautivado por su belleza, hubiera cedido de inmediato a su hechizo, pero él estaba inmunizado contra sus maquiavélicos designios.

– ¿Qué se te ha ocurrido ahora? -replicó con despreocupación.

– Quiero ir a echar otra ojeada a la caverna donde encontré la urna.

– ¿Podrás encontrarla en la oscuridad?

– Como un zorro su madriguera -afirmó Summer, muy ufana-. Además, a ti te encanta ver los peces que permanecen ocultos durante el día.

– Entonces, más vale que salgamos ahora mismo. Tenemos mucho trabajo por delante antes de que llegue la tormenta.

Summer enganchó el brazo al de su hermano.

– ¡No lo lamentarás!

– ¿Por qué lo dices?

Summer clavó en su hermano sus hermosos ojos grises.

– Porque, cuanto más lo pienso, más segura estoy de que un misterio mucho más grande que el de la urna nos está esperando en el interior de la caverna.

6

Summer fue la primera en salir por la esclusa de servicio. Comprobaron los equipos y después nadaron en un mar que era oscuro como el espacio exterior. Los peces que habían salido de sus escondrijos para buscar comida entre el coral se espantaron cuando encendieron las linternas. Aquella noche no había luna para alumbrar la superficie con su luz plateada. Las estrellas estaban ocultas por los amenazadores nubarrones, que eran el anuncio de la tremenda tempestad que se avecinaba.

Dirk nadaba detrás de su hermana. Percibía el placer que experimentaba Summer en el mundo submarino por sus gráciles y lánguidos movimientos. Los racimos de burbujas indicaban la respiración tranquila de un buceador experto. La muchacha volvió la cabeza para sonreírle a través de la máscara. Luego señaló a la derecha y con un rápido movimiento de las aletas pasó por encima de los corales iluminados por el rayo de la linterna.

No había nada siniestro en el silencio nocturno del mar debajo de la superficie. Los peces, atraídos por las luces, salían de los huecos en el coral para observar a las extrañas y torpes criaturas que se movían entre ellos. cargadas con unas cajas herméticas que resplandecían como el sol. Un enorme pez loro nadaba junto a Dirk, y lo miraba como un gato curioso. Seis barracudas de un metro veinte de largo aparecieron de pronto, con las mandíbulas inferiores sobresalientes por debajo de los morros. No hicieron el menor caso de los buceadores y continuaron la búsqueda de comida.

Summer avanzaba por los cañones de coral como si siguiera un mapa de carreteras. Un pequeño pez balón, sorprendido por el resplandor de las luces, hinchó su cuerpo hasta convertirse en una pelota sembrada de púas como un cacto, cosa que hacía imposible o poco probable que un gran depredador cometiera la estupidez de engullir un bocado que le destrozaría la garganta.

Las luces proyectaban unas sombras siniestras contra el retorcido coral cuya superficie variaba de lo irregular y afilado a lo liso y globular. Para Dirk, la multitud de tonos y formas era como una pintura abstracta que se renovaba continuamente. Miró el medidor de profundidad: estaban a quince metros de la superficie. Vio cómo Summer bajaba bruscamente por un angosto cañón de coral con las paredes cortadas a pico. Siguió su estela y, mientras pasaba por delante de un montón de aberturas en las paredes que comunicaban con cavernas poco profundas, se preguntó cuál de todas había atraído la atención de su hermana el día anterior.

Por fin, Summer se detuvo delante de una abertura vertical con las esquinas cuadradas, encerrada entre un par de columnas que no parecían naturales. La muchacha miró por encima del hombro para comprobar que su hermano la seguía antes de entrar en la caverna. Esta vez, con una linterna en la mano y el respaldo de Dirk, Summer se adentró más allá del lugar donde había descubierto la urna en el fondo de arena.

La caverna no tenía recovecos. Las paredes, el techo y el suelo eran casi perfectamente planos, y se prolongaba en la oscuridad como un pasillo sin curvas ni recodos. Continuaron avanzando sin problemas.

Perderse en los laberintos de una caverna es la causa principal de los accidentes entre los submarinistas. Los errores resultan ser casi siempre mortales. En ese punto, afortunadamente, no había problemas de orientación. Esa no era una inmersión peligrosa, ni tampoco existía el riesgo de perderse en un complejo sistema de cavernas adyacentes. La entrada carecía de aberturas laterales o ramales que les hicieran perder el rumbo. Para volver a la salida, no tenían más que invertir la dirección. Agradecieron que no hubiera una capa de arena fina en el fondo, que pudiera levantarse para formar una nube y oscurecerles la visión durante al menos una hora antes de volver a posarse. El suelo del pasillo de coral estaba cubierto de una arena gruesa, demasiado pesada para levantarse con el movimiento de agua causado por las aletas.