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El Sea Sprite se negaba a morir.

Se hundió hasta una profundidad de la que parecía imposible que un barco pudiera volver a emerger. Totalmente cubierto, hundido en el agua de proa a popa, solo un milagro podía hacer que se librara. Durante unos segundos que se hicieron eternos, pareció estar suspendido en un vacío verdegrís. Después, muy poco a poco, laboriosamente, la proa comenzó a subir mientras luchaba desafiante por volver a la superficie. Luego la potencia de los motores consiguió imponerse y lo impulsaron hacia delante. Por fin salió de nuevo para enfrentarse a la furia de la tormenta, con la proa por encima del agua como una marsopa. La quilla golpeó contra la superficie con una fuerza que sacudió hasta la última plancha del casco, aplastado por las toneladas de agua que corrían por las cubiertas para volver al mar.

La demoníaca galerna había descargado el más terrible de sus golpes contra el barco y el Sea Sprite lo había soportado heroicamente, así como había resistido todos los embates anteriores. Parecía como si el Sea Sprite supiera sin ninguna duda que era capaz de enfrentarse a cualquier ataque del mar.

Con el rostro blanco como una sábana, Maverick miró a través de la ventana del puente de mando, que milagrosamente no se había roto.

– Eso ha sido algo macabro -comentó-. No tenía idea de que me había enrolado en un submarino.

Ningún otro barco habría podido enfrentarse a semejante ataque sin acabar en el fondo del mar. Pero el Sea Sprite no era una embarcación cualquiera; lo habían construido para navegar en los tempestuosos mares polares. La plancha de acero del casco era mucho más gruesa de lo normal porque tenía que resistir la presión de los hielos. Así y todo, no escapó sin daños. Sólo le quedaba un bote salvavidas; las olas se habían llevado los demás.

Barnum miró a popa y se sorprendió al ver que las antenas de los equipos de comunicación no se habían roto. Los que soportaban la tormenta bajo cubierta no tenían la menor sospecha de lo cerca que habían estado de acabar para siempre en el fondo del mar.

De pronto, el sol iluminó el puente de mando. El Sea Sprite había entrado en el ojo del huracán Lizzie. Resultaba paradójico ver el cielo despejado y al mismo tiempo el mar embravecido. Barnum se dijo que era una triste jugarreta que una visión absolutamente encantadora fuese tan amenazadora.

Se volvió hacia el oficial de comunicaciones, Mason Jar, que seguía aferrado a la mesa de cartas con todas sus fuerzas y una expresión como si hubiese visto un ejército de fantasmas.

– Si ya se le ha pasado el susto, Mason, llame al Ocean Wanderer y dígale a la persona que esté al mando que llegaremos lo más rápido posible.

Todavía pasmado por la experiencia, Jason se rehízo poco a poco, asintió con un gesto y salió del puente como un hombre en trance para ir a la sala de comunicaciones.

El capitán miró la pantalla de radar, donde un punto luminoso a cuarenta kilómetros al este indicaba la posición del hotel. Introdujo los datos del nuevo rumbo en el ordenador y esperó a que entrara en funcionamiento el sistema de control automático. Cuando acabó, se enjugó el sudor de la frente con un viejo pañuelo rojo.

– Incluso si llegamos antes de que se estrelle contra las rocas, ¿qué haremos? -murmuró-. No disponemos de botes para acercarnos, y si los tuviésemos no nos servirían porque las olas los harían zozobrar. Tampoco tenemos tornos con la potencia necesaria, ni cables lo bastante gruesos para remolcarlos.

– Así y todo, no quiero pensar lo que sería presenciar impotentes cómo se destruye el hotel contra las rocas con todas las mujeres y los niños a bordo -declaró Maverick.

– No, no es un pensamiento agradable -admitió Barnum.

11

Heidi llevaba tres días sin aparecer por su casa. Dormía a ratos en un catre en su despacho, bebía litros de café y no comía otra cosa que bocadillos de salchichón y queso. Si caminaba por el Centro de Huracanes como una sonámbula, no era por la falta de sueño sino por la tensión y la angustia de trabajar en medio de una catástrofe colosal que iba a provocar una destrucción y un número de muertos a una escala sin precedentes. Si bien había pronosticado correctamente la descomunal potencia del huracán Lizzie desde su nacimiento y había dado la voz de alarma de inmediato, aún se culpaba a sí misma por no haber hecho más.

Observó cada vez más angustiada las imágenes y las proyecciones en los monitores mientras Lizzie se lanzaba hacia la tierra más próxima.

Gracias a sus primeros avisos, más de trescientas mil personas habían sido evacuadas a la zona montañosa de la República Dominicana y de su vecino, Haití. Así y todo, la cifra de muertos y desaparecidos sería tremenda. Heidi también temía que la tormenta pudiera desviarse hacia el norte y atacar Cuba antes de llegar a la parte sur de Florida. Sonó el teléfono y atendió la llamada, con el recelo de recibir otra mala noticia.

– ¿Algún cambio en tu pronóstico respecto a la dirección? -le preguntó su marido desde su despacho en el Servicio Nacional de Meteorología.

– No. Lizzie continúa su marcha hacia el este como si avanzara sobre rieles.

– Es algo muy extraño que recorra miles de kilómetros en línea recta.

– Más que extraño. Es algo nunca visto. Todos los huracanes conocidos han zigzagueado.

– ¿La tormenta perfecta?

– Lizzie dista mucho de ser perfecta -replicó Heidi-. Pero la tengo clasificada como un cataclismo letal de la máxima magnitud. Ha desaparecido toda una flota pesquera. Otros ocho barcos, superpetroleros, mercantes y yates, han dejado de transmitir. Ya no recibimos sus llamadas de socorro. Tememos lo peor.

– ¿Cuál es la última noticia del hotel flotante? -preguntó Harley.

– Según el último informe, rompió las amarras y el viento y las olas lo empujan hacia la costa dominicana. El almirante Sandecker ha enviado a uno de los barcos de exploración científica de la NUMA a su posición, para intentar remolcarlo hasta un lugar seguro.

– Suena como una causa perdida.

– Mucho me temo que nos encontramos ante una catástrofe sin precedentes -afirmó Heidi con tono grave.

– Me voy a casa. ¿Por qué no te tomas un respiro y vienes? Prepararé una buena cena.

– No puedo, Harley. Todavía no. Tengo que calcular la evolución de Lizzie.

– A la vista de su potencia, podrían pasar días, incluso semanas…

– Lo sé -admitió Heidi-. Eso es lo que más me asusta. Si su energía no disminuye después de pasar por Dominicana y Haití, llegará a tierra firme con toda la furia.

Summer sentía una fascinación por el mar. Se había iniciado cuando sólo tenía seis años y su madre había insistido en que aprendiera a bucear. Le fabricaron una botella de aire y un respirador a medida y había tomado lecciones con los mejores profesores, junto con su hermano. Se había convertido en una criatura marina, que estudiaba a los habitantes del mar para conocer sus caprichos y ánimos. Fue consciente de ello después de nadar en las aguas serenas y azules. También había experimentado lo que era un tifón en el Pacífico. Ahora, como la esposa que lleva veinte años de casada y de pronto descubre en su marido una vena sádica, era testigo de primera mano de lo cruel y malicioso que puede ser el mar.

Sentados en la parte delantera del Pisces, los hermanos miraban a través de la gran burbuja transparente el infernal torbellino en que se había convertido el mar. Cuando la primera línea del huracán avanzó a través del banco de la Natividad, su furia parecía distante, pero a medida que aumentaba su fuerza no tardó en quedar claro que su cómodo habitáculo se enfrentaba a un grave peligro y que estaba mal preparado para protegerlos.

Las crestas de las olas pasaban sin problemas por encima de ellos, que se encontraban a quince metros de profundidad; pero muy pronto las olas alcanzaron unas dimensiones gigantescas, y, cuando los senos bajaron hasta el fondo del mar, Dirk y Summer vieron asombrados que la lluvia azotaba al Pisces hasta que la siguiente ola los tapaba de nuevo.