Pasaban las horas y el Sea Sprite continuaba navegando a la máxima velocidad posible que Barnum se atrevía a darle. El capitán, un hombre que se caracterizaba por su buen humor y campechanía, se había vuelto frío y distante mientras reflexionaba en la tarea imposible que tenía por delante. No veía la manera de enganchar un cable de arrastre en el Ocean Wanderer. Había quitado el cabrestante y el cable de arrastre hacía años, cuando el Sea Sprite había dejado de ser un remolcador para convertirse en un barco de exploración oceánica para la NUMA.
Ahora disponían de un torno y un cable que se utilizaban para bajar y subir a los sumergibles. Colocado en la cubierta de popa detrás de la grúa, de poco serviría para arrastrar un hotel flotante con un tonelaje superior al de un crucero. La mirada de Barnum intentaba traspasar la cortina de lluvia.
– Tendríamos que verlo si no fuese por este condenado aguacero -protestó.
– Según marca el radar, está a menos de tres kilómetros y medio -dijo Maverick.
Barnum fue a la sala de comunicaciones para hablar con Mason Jar.
– ¿Tienes alguna noticia del hotel?
– Nada, señor. Permanece en el más absoluto silencio.
– Dios, espero que no hayamos llegado tarde…
– Prefiero no pensarlo, señor.
– Prueba a ver si consigues que te respondan. Inténtalo vía satélite. Casi con toda seguridad, los huéspedes y el personal se comunican con las estaciones de tierra con los móviles más que con la radio.
– Déjeme intentarlo primero con la radio, capitán. A esta distancia no habrá mucha interferencia. El hotel seguramente tiene los mejores equipos para comunicarse con los remolcadores cuando lo arrastran a través del mar como a una barcaza.
– Conecta el micrófono y los altavoces del puente para que pueda hablar con ellos cuando respondan.
– Sí, señor.
Barnum volvió al puente en el momento en que se escuchaba la voz de Jar por los altavoces.
– Aquí el Sea Sprite llamando al Ocean Wanderer. Estamos a tres kilómetros al sudeste de ustedes y acercándonos. Por favor, respondan.
Durante medio minuto solo se escucharon descargas estáticas. Después una voz tronó a través de los altavoces.
– Paul, ¿estás preparado para trabajar?
Debido a las interferencias, Barnum no reconoció la voz a la primera, así que cogió el micrófono y replicó:
– ¿Quién habla?
– Tu viejo camarada, Dirk Pitt. Estoy en el hotel con Al Giordino.
Barnum se quedó boquiabierto al relacionar la voz con el rostro.
– ¿Cómo es posible que precisamente vosotros dos estéis en un hotel flotante en medio de un huracán?
– Nos dijeron que era una juerga, y no nos la quisimos perder.
– Te aviso de que no disponemos del equipo necesario para remolcar al Wanderer.
– Todo lo que necesitamos son vuestros poderosos motores.
Durante los años que llevaba en la NUMA, Barnum había aprendido que Pitt y Giordino no estarían donde estaban sin un plan.
– ¿Qué se le ha ocurrido a tu mente retorcida?
– Ya tenemos formados los equipos para que nos ayuden a utilizar los cables de amarre del hotel como cables para el remolque. Una vez que los tengas a bordo del Sea Sprite, podrás unirlos para tener una brida y luego sujetarlos al cabrestante de popa para remolcarnos.
– Tu plan es una locura -afirmó Barnum, incrédulo-. ¿Cómo piensas arrastrar hasta mi barco, en medio de un mar embravecido, toneladas de cable que se arrastran por el fondo?
Hubo una pausa, y después, cuando llegó la respuesta, Barnum se imaginó la sonrisa diabólica en el rostro de Pitt.
– Tenemos grandes ilusiones.
Disminuyó el aguacero y la visibilidad pasó de los doscientos metros a casi un kilómetro y medio. El Ocean Wanderer apareció de pronto delante mismo de la proa.
– Dios, mira qué belleza -dijo Maverick-. Parece un castillo de cristal de un cuento de hadas.
El hotel presentaba un aspecto magnífico e imponente en medio del oleaje. La tripulación y los científicos se amontonaron en las bordas y el puente para contemplar el espectáculo de un edificio en un lugar donde no podía haber ninguno. La noticia de que iban a intentar remolcarlo había encendido el entusiasmo de todos.
– Es tan hermoso… -murmuró una rubia muy menuda, que era química marina-. Nunca habría imaginado una arquitectura creativa hasta ese extremo.
– Yo tampoco -afirmó el químico que estaba a su lado-. Cubierto con tanta espuma salada, podría pasar por un iceberg.
Barnum miró a través de los prismáticos el hotel, que se balanceaba con el embate de las olas.
– Por lo que se ve, no ha quedado nada en la terraza.
– Es un milagro que esté a flote -opinó Maverick, asombrado-. Desde luego, supera todas las expectativas.
El capitán bajó los prismáticos y se dirigió a su segundo.
– Ordena la maniobra para que nuestra popa quede a barvolento del hotel.
– Cuando acabemos de soportar otra paliza para ponernos en posición de remolcarlos, capitán, ¿qué haremos?
Barnum observó al Ocean Wanderer con expresión pensativa.
– Esperaremos -respondió-. Esperaremos a ver qué saca Pitt de la manga después de usar su varita mágica.
Pitt estudió los detallados planos de los cables de amarre que le había facilitado Morton. Ambos, con Giordino y Emlyn Brown, el jefe de mantenimiento del hotel, estaban de pie alrededor de una mesa en el despacho de Morton.
– Tendremos que recoger los cables para saber qué longitud tienen después de romperse.
Brown, que tenía el físico de un corredor, se pasó la mano por los cabellos negro azabache.
– Hemos recogido lo que quedaba de ellos inmediatamente después de que se partieran. Me preocupaba que si los cabos se enganchaban en las rocas, el hotel se girara con el impacto de las endemoniadas olas.
– ¿A qué distancia se cortaron de sus amarres los cables tres y cuatro?
– Diría, aunque no sea muy fiable, que a unos doscientos o quizá doscientos veinte metros.
Pitt y Giordino intercambiaron una mirada.
– Eso no le deja a Barnum mucho espacio para maniobras. Además, si el Ocean Wanderer se hunde, la tripulación de Barnum no tendrá tiempo para cortar el cable. El Sea Sprite acabaría en el fondo junto con el hotel.
– Si conozco bien a Paul -manifestó Giordino-, no vacilará en correr el riesgo con tantas vidas en juego.
– ¿Debo entender que pretende utilizar los cables de amarre para remolcar el hotel? -preguntó Morton, desde el lado opuesto de la mesa-. Me han dicho que su barco es un remolcador oceánico.
– Lo era -replicó Pitt-. Pero fue reconvertido de un remolcador rompehielos a nave de investigación oceánica. Quitaron el cabrestante y el cable de remolque como parte de la reforma. Ahora solo tiene una grúa para bajar y subir los sumergibles. Tendremos que improvisar y arreglarnos con lo que tenemos.
– En ese caso, ¿de qué nos sirve? -preguntó Morton, airado.
– Confíe en mí. -Pitt lo miró a los ojos-. Si conseguimos engancharlo, los motores del Sea Sprite tienen toda la potencia necesaria para remolcar a este hotel.
– ¿Cómo hará para llevar los extremos de los cables hasta el buque? -preguntó Brown-. En cuanto los soltemos, se hundirán hasta el fondo.
– Los llevaremos flotando -respondió Pitt.
– ¿Flotando?
– Tendrá bidones de doscientos litros a bordo, ¿no es así?
– Muy astuto, señor Pitt. Ya veo lo que pretende. -Brown hizo una pausa-. Tenemos en el almacén bidones de aceite lubricante, aceite de cocina y detergentes.