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– Hablas como el padre de una hija quinceañera que no ha vuelto a casa pasada la medianoche -comentó Giordino, en un intento por aliviar los temores de Pitt.

– Estoy de acuerdo -dijo Barnum-. El arrecife de coral tuvo que protegerlos de lo peor de la tormenta.

Pitt no acababa de convencerse. Comenzó a pasearse por el camarote.

– Espero que estéis en lo cierto -opinó en voz baja-, pero las próximas horas serán las más largas de mi vida.

Summer se tendió en la colchoneta de la litera que había colocado en la pared del habitáculo ahora convertida en suelo. Respiraba lentamente, procurando no hacer ningún esfuerzo para ahorrar el máximo de aire. Miraba a través de la ventana los brillantes peces de colores que habían reaparecido después de la tormenta y que ahora nadaban alrededor del habitáculo y observaban con curiosidad a las criaturas que se encontraban en el interior. Por mucho que lo intentara, no podía evitar preguntarse si aquella sería su última visión antes de morir por asfixia.

Dirk se estrujaba el cerebro intentando encontrar una vía de escape. No la había. Utilizar la botella de aire que les quedaba para llegar a la superficie no era una idea práctica. Aun cuando encontrara la manera de abrir la salida principal, algo dudoso aunque hubiese tenido un martillo neumático, la presión del agua a una profundidad de cuarenta metros era de cuatro kilos por centímetro cuadrado. Entraría en el habitáculo con la fuerza de un cañonazo y los aplastaría contra la pared.

– ¿Cuánto aire nos queda? -preguntó Summer en voz baja.

Dirk echó una ojeada a los indicadores.

– Dos horas, quizá algunos minutos más.

– ¿Qué ha pasado con el Sea Sprite? ¿Por qué Paul no ha venido a buscarnos?

– Es probable que el barco ya esté aquí -respondió Dirk, sin mucha convicción-. Nos estarán buscando, solo que todavía no saben que estamos metidos en el fondo de un cañón.

– ¿Crees que el huracán lo envió a pique?

– No hay huracán capaz de hundir al Sea Sprite -afirmó Dirk.

Permanecieron en silencio mientras Dirk intentaba de nuevo reparar el equipo de radio averiado, en un inútil intento de conseguir que funcionara. No había nada que reflejara su inquietud mientras reparaba las conexiones. Lo hacía con una concentración absoluta. Los hermanos no hablaban porque así economizaban el aire.

Las dos horas siguientes les parecieron eternas. En la superficie, el sol iluminaba de nuevo el banco de la Natividad. A pesar de su obstinación, Dirk no conseguía reparar el equipo de radio y acabó por renunciar a sus intentos.

Notó que cada vez le costaba más respirar. Por enésima vez rniró los indicadores que señalaban la cantidad de aire que quedaba en los tanques. Todas las agujas estaban a cero. Dirk se acercó para sacudir suavemente a Summer, que se había quedado dormida debido a la escasez de oxígeno en el interior del Pisces.

– Despierta, hermanita.

Summer abrió sus ojos grises y lo miró con una serenidad que despertó en Dirk el amor fraternal que es típico entre los hermanos mellizos.

– Despierta, dormilona. Tenemos que respirar de la botella. -Colocó la botella entre los dos y le pasó la boquilla del regulador-. Las damas primero.

Summer comprendió con todo el dolor del alma que se enfrentaban a una situación que no podía modificar. La sensación de impotencia era algo desconocido para ella. Siempre había tenido el control de su vida. En esos momentos, en cambio, no había nada que pudiera hacer, y eso la desmoralizaba.

Dirk, por su parte, se sentía más frustrado que impotente. Lo dominaba la sensación de que los hados desbarataban todos sus intentos por escapar del habitáculo, que se había convertido en una cámara de ejecución. No dejaba de pensar en que encontraría una salida antes de dar la última bocanada, pero todos los planes que se le ocurrían lo llevaban a una vía muerta.

La posibilidad de que murieran allí adentro se estaba convirtiendo rápidamente en una realidad indiscutible.

14

El sol se ocultaba detrás del horizonte y solo faltaban unos minutos para el crepúsculo. La velocidad del viento había amainado hasta convertirse en una brisa fuerte del este que ondulaba y oscurecía el mar. La tensión había ido en aumento entre los tripulantes cuando corrió la noticia de que se había perdido toda comunicación con el Pisces, y ahora se cernía sobre el Sea Sprite como una nube negra.

El temor de que Dirk y Summer hubiesen sido víctimas del huracán crecía por momentos. Solo una de las lanchas neumáticas con fondo rígido había resistido la furia del huracán, aunque con averías. Las otras tres lanchas que completaban la flotilla que llevaba el Sea Sprite habían sido engullidas por las olas. Mientras navegaban a toda velocidad al fondeadero anterior en el banco de la Natividad, habían reparado la lancha para que pudiera transportar a tres buceadores. Pitt, Giordino y Cristiano Lelasi, un buceador e ingeniero italiano que se encontraba a bordo del barco de la NUMA para dirigir las pruebas de un nuevo sumergible automático, se encargarían de la operación de búsqueda y rescate.

Los tres hombres estaban reunidos con la mayor parte de la tripulación y los científicos en la sala de conferencias de la nave. Escuchaban con atención mientras Barnum les explicaba las características del fondo marino a Pitt y Giordino. Hizo una pausa para mirar al gran reloj instalado en uno de los mamparos.

– Tardaremos otra hora en llegar a la posición anterior.

– Dado que no hemos tenido contacto radiofónico -comentó Giordino-, partiremos del supuesto de que el Pisces resultó averiado por el huracán. Si la teoría de Dirk es correcta, todo apunta a que las olas pudieron apartar el habitáculo de su última posición conocida.

– Si cuando lleguemos a la posición anterior el habitáculo no está allí -manifestó Pitt-, comenzaremos la búsqueda siguiendo la cuadrícula hecha por el ordenador GPS. Nos desplegaremos. Yo iré en el centro, con Al a mi derecha y Cristiano a la izquierda. Recorreremos el banco en dirección este.

– ¿Por qué hacia el este? -preguntó Lelasi.

– Era la dirección que seguía la tormenta cuando pasó por el banco de la Natividad -respondió Pitt.

– Acercaré el Sea Sprite al arrecife el máximo posible -manifestó Barnum-. No echaré el ancla, de forma que podamos movernos sin demora si es necesario. El primero que vea el habitáculo, que informe de la posición y el estado.

– ¿Alguna cosa más? -le preguntó Pitt a Lelasi.

El fornido italiano sacudió la cabeza.

Todos miraron a Pitt con una expresión de profunda solidaridad. No buscaban a unos desconocidos. Dirk y Summer habían sido sus compañeros durante los últimos dos meses y eran mucho más que unos simples conocidos. Eran aliados en el estudio y la protección del mar. Nadie estaba dispuesto a aceptar que los hermanos se habían perdido para siempre.

– Pues entonces, adelante -dijo Pitt-. Dios os bendiga por vuestra ayuda.

Pitt solo deseaba una cosa: encontrar a sus hijos sanos y salvos. Aunque no había sabido de su existencia durante los primeros veintidós años de sus vidas, los quería con locura desde el momento en que habían aparecido en la puerta de su casa. La única pena que lo atormentaba era no haber estado con ellos durante su infancia. También lo apenaba profundamente no haber sabido que la madre había estado viva durante todos aquellos años.

La otra persona en el mundo que había llegado a querer a Dirk y Summer tanto como Pitt era Giordino. Se había convertido en su tío adoptivo, y era para los muchachos un refugio al que acudir cuando el padre se mostraba empecinado o sobreprotector.

Los tres buceadores salieron de la sala y se dirigieron a la rampa sujeta a la borda que llegaba hasta el agua. Un tripulante se había encargado de bajar la maltrecha lancha y había puesto en marcha los motores fuera de borda.