»Pero si no consiguen eliminar, o por lo menos neutralizar los efectos del légamo marrón, hay mucha gente que morirá de hambre. Las cosas ya estaban bastante mal antes de la tormenta; la tasa de desempleo rondaba el sesenta por ciento. Ahora está casi en el noventa. Después de Haití, la costa oriental de Nicaragua es la región más pobre del hemisferio occidental. Antes de que me olvide, ¿habéis cenado?
– Estamos bien -respondió Giordino-. Tomamos una comida ligera en el aeropuerto de Managua.
– Te olvidas de las dos copas de tequila -apuntó Pitt con una sonrisa.
– No las olvido.
El Escort circuló por las calles de la primitiva ciudad, llenas de baches tan profundos que casi afloraba el agua. La arquitectura de los edificios, que eran poco más que ruinas, era una mezcla de estilos inglés y francés. En otros tiempos habían estado pintados con colores brillantes, pero ninguno había recibido una mano de pintura por décadas.
– No bromeabas cuando dijiste que la economía era un desastre -afirmó Pitt.
– Gran parte de la pobreza se debe a la absoluta carencia de infraestructura, y los gobernantes locales no están por la labor -manifestó Gunn-. Las adolescentes se prostituyen cuando sólo tienen catorce años y los chicos venden cocaína. Nadie puede permitirse pagar la electricidad, así que conectan cables a las farolas para disponer de luz en sus chabolas. No hay cloacas, y sin embargo la gobernadora se ha gastado todo el presupuesto de un año en la construcción de un palacio porque considera que es importante recibir con todos los honores a los dignatarios visitantes. Aquí el comercio de la droga es la actividad principal, pero ninguno de los lugareños se beneficia del contrabando que se realiza en alta mar o en sitios aislados.
Gunn entró en la zona comercial portuaria de El Bluff, situada en la entrada de la laguna y al otro lado de Bluefields. El hedor en la bahía era tremendo. El aceite de los barcos y toda clase de residuos se mezclaban con el agua infecta. Pasaron por delante de barcos en tal estado que parecía que en cualquier momento se hundirían a trozos. La mayoría de los tinglados donde almacenaban las cargas carecía de techo.
Pitt se fijó en un barco portacontenedores del que estaban descargando grandes cajas, con un rótulo que decía MAQUINARIA AGRÍCOLA. Los grandes camiones en impecable estado que recibían la carga parecían fuera de lugar en un entorno absolutamente mísero. El nombre del barco, que apenas se veía por el resplandor de los focos, era Dong He. En el centro del casco aparecía la palabra COSCO. Eran las siglas correspondientes a China Ocean Shipping Company. Se preguntó cuál sería el contenido de las cajas.
– ¿Éstas son las instalaciones portuarias? -preguntó Giordino, incrédulo.
– Es todo lo que queda, tras el paso de Lizzie -respondió Gunn.
Cuatrocientos metros más adelante, el Escort entró en un viejo muelle de madera donde estaban amarrados varios barcos pesqueros, aparentemente abandonados. Gunn aparcó el coche delante del único que tenía encendidas las luces de cubierta. Alumbrada de amarillo, la pintura negra se veía desteñida. Había chorretes de óxido por todas partes, y las redes y enseres de pesca estaban desparramados por la cubierta. Ofrecía a la mirada de cualquier curioso un aspecto exclusivamente utilitario, otro pesquero con las mismas características de todos los demás que estaban amarrados a uno y otro lado. Mientras Pitt miraba el barco de proa a popa, donde la bandera nicaragüense azul y blanca colgaba como un trapo, metió la mano debajo de la camisa y se aseguró de que el pequeño paquete de seda plegada seguía allí.
Se volvió ligeramente y miró de reojo durante unos segundos hacia una camioneta aparcada en las sombras de un depósito cercano. No estaba vacía. Vio una silueta oscura sentada al volante y el resplandor rojo de un cigarrillo detrás del parabrisas batido por la lluvia. Después miró de nuevo la embarcación.
– Así que éste es el Poco Bonito.
– No parece gran cosa, ¿verdad? -dijo Gunn, mientras abría el maletero y ayudaba a sacar el equipaje-. Sin embargo, está equipado con dos motores diesel de mil caballos y lleva un instrumental científico por tener el cual la mayoría de los laboratorios estarían dispuestos a matar.
– Aquí hay algo que no encaja -señaló Pitt.
– ¿A qué te refieres? -preguntó Gunn.
– Éste debe ser el único barco de la flota de la NUMA que no está pintado color turquesa.
– Conozco la clase Neptuno. Son los barcos de exploración científica más pequeños de la NUMA -manifestó Giordino-. Están construidos como un furgón blindado y tienen una estabilidad notable cuando hay mala mar. -Hizo una pausa para mirar a los otros pesqueros amarrados al muelle-. Buen trabajo de camuflaje. Excepto por la timonera, que es más grande de lo habitual y es algo que no se puede disimular, encaja perfectamente con todos los demás.
– ¿Cuándo lo construyeron? -preguntó Pitt.
– Hace seis meses -le informó Gunn.
– ¿Cómo se las han apañado nuestros ingenieros para conseguir que parezca tan usado?
– Efectos especiales. -Gunn se echó a reír-. La pintura desconchada y el óxido son unos productos con una fórmula especial que da ese aspecto.
Pitt saltó ágilmente a la nave y cogió las maletas y el macuto que le alcanzó Giordino. El ruido de las pisadas y las voces en cubierta alertaron a un hombre y una mujer, que salieron por la escotilla trasera de la cabina. El hombre, de cincuenta y tantos años, con una barba gris muy cuidada y las cejas muy gruesas, entró en el círculo de luz. Llevaba la cabeza afeitada y el sudor le brillaba en la calva. No era mucho más alto que Giordino y se encorvaba un poco.
La mujer medía casi un metro ochenta y tenía la figura anoréxica de las modelos. Su resplandeciente cabellera rubia le rozaba los hombros. Tenía la tez bronceada y los pómulos altos, y cuando sonrió al saludarlos dejó a la vista unos dientes perfectos. Como la mayoría de las mujeres que trabajan al aire libre, llevaba el pelo recogido en una cola de caballo y poco maquillaje, dos cosas que no disminuían su atractivo, al menos en la opinión de Pitt. Observó que sí seguía fiel a algunas características del arreglo femenino: llevaba pintadas las uñas de los pies.
Ambos vestían las típicas camisas de algodón a rayas de los nativos y pantalones cortos de loneta. El hombre calzaba unas zapatillas rotas, mientras que la mujer usaba unas sandalias de tiras anchas.
Gunn se encargó de las presentaciones.
– La doctora Renée Ford, nuestra experta ictícola residente, y el doctor Patrick Dodge, geoquímico marino. Creo que ya conocen a Dirk Pitt, director de proyectos especiales, y Al Giordino, ingeniero naval.
– Nunca hemos trabajado juntos en un mismo proyecto -manifestó Renée con una voz ronca que estaba pocos decibeles por encima del susurro-. Pero hemos estado sentados juntos en conferencias en varias ocasiones.
– Yo también -dijo Dodge, mientras le estrechaba la mano.
Pitt se sintió tentado de preguntar si Ford y Dodge compartían el mismo garaje, pero prefirió ahorrarse el mal chiste.
– Es un placer volver a verlos.
– Espero que podamos disfrutar de una feliz travesía -comentó Giordino con su mejor sonrisa.
– ¿Qué nos lo podría impedir? -replicó Renée dulcemente.
Giordino no le respondió. Fue una de aquellas contadas ocasiones en que no supo qué decir.
Pitt permaneció en cubierta durante unos minutos. Sólo se escuchaba el chapoteo del agua contra los pilares del muelle. No se veía un alma. El muelle parecía desierto. Casi lo estaba, pero no del todo.