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Fue a su camarote de popa, sacó una pequeña caja negra de la maleta y subió de nuevo la escalerilla, pero esta vez salió a cubierta por el lado opuesto al muelle. Se ocultó detrás de la timonera, abrió la caja y sacó lo que parecía una videocámara; al encender el transformador se escuchó un débil y agudo sonido. Después se echó una manta sobre la cabeza y se asomó poco a poco hasta que sus ojos quedaron por encima de un rollo de soga en el techo de la timonera. Miró a través del visor monocular de visión nocturna. El aparato ajustó automáticamente la amplificación, el brillo y el haz de infrarrojos. Luego miró a lo largo del muelle. La imagen que veía tenía un tono verdoso.

La camioneta Chevrolet que había visto cuando se disponía a subir a bordo del Poco Bonito continuaba aparcada en la oscuridad. El equipo aumentaba veinte mil veces la luz de las estrellas y de las dos farolas situadas a casi cien metros en un extremo del muelle, y eso le permitió ver al conductor de la camioneta como si estuviese en una habitación con todas las luces encendidas. Descubrió que se trataba de una mujer. Por la manera en que la observadora movía sus gafas de visión nocturna para ver a través de los ojos de buey del casco, comprendió que no sabía que la habían descubierto. Incluso vio que tenía los cabellos mojados.

Pitt bajó un poco el visor hasta enfocarlo en la puerta de la camioneta. Era obvio que la espía no era una profesional, pensó. Tampoco era precavida. Probablemente era una trabajadora de la construcción que hacía de espía para ganarse un sobresueldo, dado que el nombre de la empresa aparecía pintado en la carrocería con letras doradas: ODYSSEY. El nombre no llevaba ningún acompañamiento. Nada de Ltd., Corp. o Co.

Debajo del nombre había un logo: la estilizada imagen de un caballo a todo galope. A Pitt le resultó conocido, aunque no conseguía recordar dónde lo había visto antes.

¿Por qué se interesaba Odyssey por una expedición científica de la NUMA? ¿Cómo podían considerar una amenaza a un grupo de científicos oceánicos? No le encontró ningún sentido a que una gigantesca organización enviase a alguien a espiarlos cuando aparentemente no tenía nada que ganar.

No pudo contenerse y se levantó para ir hasta la borda que daba al muelle. Agitó una mano en el aire para llamar la atención de la mujer en la camioneta, que de inmediato lo miró a través de las gafas de visión nocturna. Pitt se llevó la suya al ojo y le devolvió la mirada. Quedó fehacientemente demostrado que no era una profesional cuando se llevó tal susto que dejó caer las gafas sobre el asiento, puso en marcha el motor y salió disparada por el muelle con un fuerte chirrido de las ruedas traseras.

Renée levantó la cabeza, sorprendida por el estruendo, y lo mismo hicieron Giordino y Dodge.

– ¿Qué ha sido eso? -preguntó Renée.

– Alguien que tenía prisa -respondió Pitt con tono risueño.

Renée se encargó de soltar las amarras mientras los hombres miraban la maniobra. Gunn se puso al timón. Encendió los motores, y la cubierta vibró con la potencia de los diesel. Luego el Poco Bonito se apartó del muelle y avanzó por el canal del estrecho de los Bluffs, que era la salida al mar. El rumbo, programado en el navegador, orientó la proa hacia el nordeste. Pero Gunn -como la mayoría de los pilotos de las líneas aéreas, que prefieren despegar y aterrizar manualmente en lugar de permitir que lo haga el ordenador- se hizo con el timón y guió la embarcación hacia el mar.

Pitt bajó a su camarote, guardó el visor nocturno en la maleta y cogió su móvil Globalstar. Después regresó a cubierta y se sentó cómodamente en una tumbona un tanto destartalada. Se volvió con una sonrisa cuando Renée sacó una mano con una taza por el ojo de buey de la cocina.

– ¿Quieres un café? -preguntó.

– Eres un ángel -contestó Pitt-. Muchas gracias.

Bebió un sorbo y después marcó un número en el móvil. Sandecker atendió al cuarto timbrazo.

– Sandecker -dijo el almirante, con un tono enérgico.

– ¿No se le olvidó decirme alguna cosa, almirante?

– No sé a qué te refieres.

– A Odyssey.

Hubo un silencio.

– ¿Por qué lo preguntas?

– Uno de sus empleados nos estuvo espiando cuando subimos al barco. Me interesaría saber por qué.

– Será mejor que te enteres más tarde -respondió Sandecker crípticamente.

– ¿Tiene algo que ver con los trabajos que está realizando Odyssey en Nicaragua? -replicó Pitt, fingiendo la mayor inocencia.

De nuevo se produjo una larga pausa.

– ¿Por qué lo preguntas?

– Pura curiosidad.

– ¿Dónde obtuviste la información?

Pitt no lo pudo resistir.

– Será mejor que se entere más tarde -dijo, y cortó la comunicación.

19

Gunn llevó al Poco Bonito por el canal entre los acantilados del estrecho. No había ni una sola embarcación a la vista mientras mantenía la proa en el centro mismo del canal. Las luces de las boyas que marcaban la entrada al puerto se balanceaban a lo lejos con el movimiento de las olas. Una era de color verde, y la opuesta de color rojo.

Mientras Pitt disfrutaba de la noche tropical sentado en la tumbona y entretenido en contemplar cómo el resplandor de las luces de Bluefields se perdía a popa, el recuerdo de la espía en el muelle permaneció en su mente y se extendió como las raíces de una planta.

Había un pensamiento indefinido que parecía distante y desenfocado. No le preocupaba que los hubiesen observado mientras soltaban las amarras; aquella parte de la intriga parecía carecer de importancia: la presencia de una camioneta con el logo de Odyssey pintado en la puerta no merecía más de dos puntos en su escala de alerta. Era la prisa de la conductora cuando huyó del muelle lo que le preocupaba. No tenía el menor sentido que hubiese salido pitando. ¿Había sido porque la tripulación de la NUMA la había descubierto? Pero, ¿qué más le daba? No habían hecho el menor intento de acercarse a la camioneta. La respuesta tenía que estar en otra parte.

Entonces, todo encajó cuando recordó los cabellos mojados de la mujer.

Gunn tenía la mano derecha posada sobre la palanca de los aceleradores, dispuesto a moverlos hacia delante y lanzar la embarcación a toda velocidad a través del suave oleaje que llegaba del mar de las Antillas. Con un movimiento súbito, Pitt se sentó en la tumbona y gritó:

– ¡Rudi, apaga los motores!

Gunn se volvió a medias al escuchar el grito.

– ¿Qué has dicho?

– ¡Apaga los motores! ¡Deten la embarcación ahora mismo!

La voz de Pitt era tan afilada como un sable de esgrima, y Gunn se apresuró a obedecer la orden, poniendo los aceleradores en punto muerto. Luego Pitt le gritó a Giordino, que se encontraba en la cocina con Ford y Dodge, tomando café y un trozo de tarta:

– ¡Al, trae mi equipo de buceo!

– ¿Se puede saber qué pasa? -preguntó Gunn, al tiempo que salía de la timonera.

Renée y Dodge también aparecieron en la cubierta, desconcertados por los gritos de Pitt.

– No estoy muy seguro, pero sospecho que podemos tener una bomba a bordo.

– ¿Cómo has llegado a semejante conclusión? -lo interrogó Dodge con una expresión escéptica.

– El conductor de la camioneta no veía la hora de largarse. ¿A qué venía tanta prisa? Tiene que haber una razón.

– Si estás en lo cierto -dijo Dodge-, será mejor que comencemos a buscarla.

– Soy de la misma opinión -afirmó Pitt, sin vacilar-. Rudi: tú, Renée y Patrick buscad hasta en el último rincón de los camarotes. Al, encárgate de la sala de máquinas. Yo me sumergiré, porque quizá esté colocada debajo del casco.

– Manos a la obra -exclamó Al-. Los explosivos pueden estar conectados a un temporizador para que detonen en cuanto salgamos del puerto y entremos en aguas profundas.