»Mis hombres se vieron lanzados al agua, y los lestrigones los ensartaron con sus lanzas como si fuesen peces, y se los llevaron para devorarlos. En cuestión de minutos mi nave llegó a mar abierto y nos encontramos fuera de peligro, aunque nos dominaba una profunda tristeza. No solo habían muerto nuestros amigos y camaradas, sino que también habíamos perdido todos los tesoros que nos habíamos llevado de Ilión. Todo el oro troyano que había sido parte del botín yacía ahora en el fondo de la bahía de los lestrigones.
»Con el corazón triste, continuamos nuestro viaje hasta que llegamos a la isla de Eea, morada de la famosa y encantadora reina reverenciada como una diosa. Seducido por los encantos de la bella Circe de bonitas trenzas, me hice amigo de ella y disfruté de su compañía durante un año entero. Me descubrí a mí mismo deseando prolongar mi estada pero mis hombres insistieron en que reanudáramos todos el viaje de regreso a nuestros hogares en Ítaca o se marcharían ellos sin mí.
»Circe accedió a mi partida con lágrimas en los ojos, pero me suplicó que hiciera un viaje más.
»-Debéis navegar a la morada de Hades y hablar con aquellos que están muertos. Ellos te guiarán en la comprensión de la muerte. Después continuarás con tu travesía, pero no hagas caso del canto de las sirenas porque intentarán atraerte a ti y a tus hombres para que os estrelléis contra las rocas de sus islas. Tapa tus oídos y los de tus compañeros con cera blanda para no escuchar sus seductoras canciones. Una vez libre de la tentación de las sirenas, navegarás por delante de unas peñas prominentes que los dioses llaman Rocas Errantes. Nada, ni siquiera un pájaro, puede pasar por encima de ellas. Ninguna nave excepto una ha conseguido doblarlas, porque las tempestades se llevan las embarcaciones y los cuerpos de los hombres.
»-¿Cuál es la nave que consiguió pasar? -pregunté.
»-La nave del famoso Jasón y los argonautas.
»-¿Encontraron después la mar calma?
»Circe sacudió la cabeza.
»-Al lado opuesto hay dos escollos que se elevan hasta el cielo y que ningún hombre mortal podría subir, pues la roca es tan lisa que parece pulimentada. En medio de los escollos hay una caverna, donde mora Escila, un monstruo perverso a quien nadie se alegrará de ver. Tiene doce pies, todos deformes, y seis cuellos larguísimos, cada cual con una horrible cabeza en cuya boca hay tres hileras de abundantes y apretados dientes, que pueden matar a un humano en un instante. Vigila porque Escila bien puede arrebatar con sus cabezas a tus tripulantes. Remad muy rápido, o todos vosotros moriréis. Después deberéis pasar por las aguas donde acecha Caribdis, un enorme remolino que arrastrará tu nave a las profundidades. Pasa por allí cuando esté dormido.
»Nos despedimos de Circe con lágrimas en los ojos, ocupamos nuestros lugares en la nave y comenzamos a remar rápidamente con todas nuestras fuerzas.
– ¿Es cierto que navegasteis al mundo de los muertos? -preguntó la bella esposa del rey Alcínoo, con el rostro pálido.
– Sí, seguí las indicaciones de Circe y navegamos hacia el Hades y el horrible mundo de los muertos. Al cabo de cinco días nos encontramos envueltos en una densa niebla cuando entramos en las aguas del río Océano que fluye junto al fin del mundo. El cielo había desaparecido y entramos en una perpetua oscuridad donde nunca penetran los rayos del sol. Atracamos la nave. Desembarqué solo y caminé envuelto en una luz siniestra hasta que llegué a una enorme caverna en la ladera de una montaña. Luego me senté a esperar.
»Muy pronto comenzaron a reunirse los espíritus, que proferían terribles gemidos quejumbrosos. Casi había perdido los sentidos cuando apareció mi madre. Yo no sabía que había muerto, porque la dejé con vida cuando partí para Ilión.
»-Hijo mío -murmuró-, ¿por qué has venido al mundo de las tinieblas cuando todavía estás vivo? Aún tienes que llegar a tu hogar en Ítaca.
»Le relaté con lágrimas en los ojos la pesadilla de mis viajes y la terrible pérdida de mis guerreros en la travesía de regreso desde Ilión.
»-Morí de tristeza al creer en que no volvería a ver a mi hijo nunca más.
»Lloré al escuchar sus palabras e intenté abrazarla, pero era como una nube y mis brazos se cerraron en torno al vacío.
»Los muertos llegaron en gran número, hombres y mujeres a quienes había conocido y respetado. Llegaron, me reconocieron y me saludaron con un gesto antes de volver a la caverna. Me sorprendí al ver a mi viejo camarada, el rey Agamenón, nuestro comandante en Troya.
»-¿Te sorprendió la muerte en el mar? -le pregunté.
»-No. Me atacaron mi esposa y su amante, con una banda de traidores. Luché con bravura, pero sucumbí ante la superioridad numérica. También asesinaron a Casandra, la hija de Príamo.
»Entonces se presentó Aquiles con Patroclo y Áyax, quienes preguntaron por sus familias, pero no pude decirles nada. Hablamos de los viejos tiempos, hasta que ellos también regresaron al mundo subterráneo. Los fantasmas de otros amigos y guerreros estaban a mi lado, y cada uno contaba su melancólico relato.
»Había visto a tantos muertos que mi corazón rebosaba de tristeza. Cuando ya no pude aguantar más, abandoné aquel lúgubre lugar y volví a mi nave. Sin mirar atrás navegamos entre la niebla y pusimos rumbo hacia la isla de las sirenas.
– ¿Pudiste pasar por la islas de las sirenas sin angustias? -preguntó el rey.
– Lo hicimos. Pero, antes de intentar el desafío, cogí un gran trozo de cera blanda y lo corté en trozos muy pequeños con mi espada. Después amasé los trozos hasta que se ablandaron y los utilicé para tapar los oídos de mi tripulación. Les ordené que me ataran al mástil y que no hicieran caso de mis súplicas para cambiar de rumbo porque si lo hacían acabaríamos estrellados contra las rocas.
»Las sirenas comenzaron a entonar su canto seductor en cuanto vieron que nuestra embarcación pasaba por delante de su isla.
»-Acércate y escucha nuestra dulce canción, famoso Ulises. Escucha nuestra melodía y ven a nuestros brazos, para disfrutar y convertirte en más sabio.
»La música y el sonido de sus voces era tan arrobador que supliqué a mis hombres que cambiaran de rumbo, pero ellos me sujetaron todavía con más fuerza al mástil y remaron con gran vigor hasta que ya no se oía el canto de las sirenas. Sólo entonces se quitaron los tapones de cera de los oídos y me desataron del mástil.
»Una vez pasada la isla rocosa nos encontramos con grandes olas y el tremendo rugido del mar. Exhorté a mis hombres que se esforzaran en los remos mientras guiaba la nave entre la turbulencia. No les hablé del terrible monstruo Escila, o habrían dejado de remar para ir a acurrucarse en la bodega. Llegamos al estrecho entre las rocas y entramos en las turbulentas aguas de Caribdis y comenzamos a dar vueltas. Era como si estuviéramos soportando un ciclón en el interior de un caldero. Mientras esperábamos que el siguiente momento fuera el último, Escila nos atacó desde lo alto, y sus cabezas viperinas se llevaron a seis de mis mejores guerreros. Escuché sus terribles gritos mientras se elevaban por los aires, aplastados por las mandíbulas dotadas de afilados dientes, con los brazos extendidos hacia mí en un gesto de espantosa agonía mientras gritaban aterrorizados. Fue la más espantosa de las visiones que presencié durante aquel horrible viaje.
»Cuando conseguimos escapar, los relámpagos comenzaron a iluminar el cielo. Un rayo cayó sobre la nave, y la llenó con el olor del azufre. La tremenda descarga convirtió la nave en astillas y la tripulación cayó en las enfurecidas aguas, donde se ahogaron rápidamente.
»Conseguí encontrar un trozo de mástil con un largo cordón de cuero enrollado en la madera, que utilicé para atar mi cintura a un resto del casco. Montado en la improvisada balsa, me vi arrastrado al mar y vagué sin rumbo allí donde el viento y la corriente quisieron llevarme. Nueve días más tarde, ya más muerto que vivo, mi balsa embarrancó en la isla de Ogigia, donde vive Calipso, una mujer de extraordinaria belleza e inteligencia. Cuatro de sus súbditos me encontraron en la playa y me llevaron a su palacio, donde me acogió y cuidó hasta que recuperé del todo mi salud.