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Durante unos momentos creyeron que estaban perdiendo el juicio, hasta que Pitt comentó muy tranquilo:

– Me preguntaba cuándo aparecería el viejo Leigh Hunt.

21

El ánimo a bordo había cambiado bruscamente. Nadie se movió durante casi un minuto. Nadie dijo palabra mientras miraban la estrafalaria aparición. Fue Gunn quien rompió el silencio.

– ¿El mismo pirata Hunt del que nos advirtió el almirante?

– No, Hunt el bucanero.

– No puede ser real -exclamó Renée, que se negaba a aceptar la información que los ojos le transmitían al cerebro-. ¿De verdad estamos viendo un barco fantasma?

En el rostro de Pitt apareció el esbozo de una sonrisa.

– Solo en el ojo del que lo mira. -Luego parafraseó una estrofa de The Rime of the Ancient Mariner-: Sin un susurro en el mar, a menudo aparece la nave de Odyssey.

– ¿Quién era Hunt? -La voz de Dodge tembló al formular la pregunta.

– Un bucanero que asoló el Caribe desde mil seiscientos sesenta y cinco hasta el ochenta, cuando fue capturado por un navío de la armada inglesa y acabó siendo pasto de los tiburones.

Poco dispuesto a mirar la aparición, Dodge se volvió, con la mente paralizada.

– ¿Cuál es la diferencia entre un pirata y un bucanero? -murmuró.

– No mucha -contestó Pitt-. “Pirata” es un término general que abarca a los aventureros británicos, holandeses y franceses que capturaban naves mercantes por el dinero de la recompensa y el botín. El término bucanero viene de una palabra francesa que significa “ahumador”. Los primeros bucaneros cazaban animales salvajes y ahumaban su carne. A diferencia de los corsarios, que tenían un reconocimiento legal de sus gobiernos, los bucaneros atacaban cualquier navio, sobre todo españoles, sin estar autorizados. También se los conocía con el nombre de filibusteros.

La nave fantasma estaba ahora a menos de un kilómetro y la distancia se acortaba por momentos. El siniestro resplandor amarillo otorgaba a la aparición un aspecto surrealista. A medida que se acercaba y los detalles de la embarcación se definían, comenzaron a escucharse los gritos de la tripulación fantasma.

Se trataba de un bergantín de velas de cruz con tres mástiles y poco calado, el tipo de embarcación favorita de los piratas antes del siglo XVII. Los trinquetes y las gavias se hinchaban con una brisa inexistente. Llevaba diez cañones, cinco por banda, en la cubierta principal. En el alcázar había hombres con pañuelos en la cabeza, agitando las espadas. En lo más alto del palo mayor, una gran bandera negra -con la espantosa calavera sonriente, de la que chorreaba sangre- permanecía tiesa en el aire como si navegara contra el viento de proa.

Las expresiones de la tripulación del Poco Bonito iban desde el horror a la observación especulativa. Giordino la miraba como si fuese una pizza fría, mientras que Pitt observaba el fantasma a través de los prismáticos con la expresión de un espectador que disfrutaba al máximo con una película de ciencia ficción. Bajó los prismáticos y se echó a reír.

– ¿Te has vuelto loco? -le preguntó Renée.

Pitt le pasó los prismáticos.

– Mira al hombre del traje rojo y la faja dorada que está en el alcázar y dime qué ves.

La joven miró a través de los prismáticos.

– Un hombre… tiene un sombrero con una larga pluma…

– ¿Qué otras cosas lo distinguen de los demás?

– Tiene una pata de palo y un garfio en el brazo derecho.

– No te olvides del parche en el ojo.

– Sí. También tiene un parche.

– Sólo le falta el loro en el hombro.

Renée bajó los prismáticos.

– No lo entiendo.

– Un poco estereotipado, ¿no te parece?

Gunn, que era un viejo lobo de mar por haber servido quince años en la marina de guerra, intuyó el cambio de rumbo de la nave fantasma casi antes de que ésta iniciara la maniobra.

– Se dispone a cruzarnos por la proa.

– Espero que no esté dispuesta a descargarnos una andanada -dijo Giordino, con un tono entre serio y risueño.

– Acelera al máximo y embístela por el medio -le ordenó Pitt a Gunn.

– ¡No! -gritó Renée, convencida de que Pitt había perdido el juicio-. ¡Es un suicidio!

– Yo estoy con Dirk -manifestó Giordino, leal a su amigo-. Partamos en dos la nave de esos tipejos.

Una sonrisa asomó lentamente en el rostro de Gunn cuando comprendió lo que Pitt implicaba en silencio. Empuñó el timón y movió la palanca de los aceleradores hasta el tope. La respuesta de los motores fue inmediata, y la proa se levantó casi un metro por encima del agua. El Poco Bonito salió disparado como un caballo de carreras al que hubiesen pinchado en la grupa con una pica. No había recorrido ni cien metros cuando ya volaba sobre las olas a una velocidad de cincuenta nudos, yendo en línea recta hacia la banda de babor de la nave pirata. Los cañones que asomaban por las troneras abrieron fuego. Los fogonazos de la salva fueron acompañados por un estruendo ensordecedor.

Pitt echó una rápida ojeada a la pantalla del radar y luego corrió a su camarote para coger su visor nocturno. Reapareció en cubierta en menos de un minuto y le hizo una seña a Giordino para que subiera con él al techo de la timonera. Su compañero lo siguió sin vacilar. Se tendieron en el techo, con los codos bien apoyados para que no se moviera el visor nocturno cuando miraban a uno y otro lado. Aunque no parecía lógico, ninguno de los dos miraba directamente al navio fantasma, sino que miraban hacia la oscuridad, a popa y a proa.

Casi convencidos de que los hombres de la NUMA habían perdido el juicio, Dodge y Renée se acurrucaron detrás de la timonera. Por encima de ellos, Pitt y Giordino se mostraban indiferentes ante lo que podía acabar siendo una catástrofe.

– Tengo al mío -anunció Giordino-. Tiene todo el aspecto de ser una barcaza. Está a unos trescientos metros al oeste.

– Yo también tengo mi objetivo -dijo Pitt-. Un yate de los grandes, con más de treinta metros de eslora, que está a la misma distancia por el este.

Cien metros, cincuenta, en un rumbo de colisión contra lo desconocido. Luego el Poco Bonito embistió y atravesó al bergantín fantasma. Durante unos segundos el resplandor amarillo estalló como una batería de rayos láser color naranja en un concierto de rock y envolvió a la pequeña embarcación. Renée y Dodge vieron a los piratas que se movían en la cubierta principal, disparando sus armas a diestro y siniestro. Curiosamente, ninguno de ellos pareció advertir que una embarcación acababa de atravesar su nave como si fuese mantequilla.

El Poco Bonito continuó su carrera por el mar, que era como un terciopelo negro. En su estela, el resplandor amarillo se apagó sin más y desapareció, y el sonido de los cañonazos se perdió en la noche. Fue como si la fantasmagórica visión nunca hubiese existido.

– No disminuyas la velocidad -le advirtió Pitt a Gunn-. No es bueno para la salud quedarse por aquí.

– ¿Ha sido una alucinación, o es verdad que acabamos de atravesar una nave fantasma? -murmuró Renée, con el rostro blanco como el papel.

Pitt apoyó un brazo sobre los hombros de la mujer.

– Lo que has visto, cariño, ha sido una imagen cuatridimensionaclass="underline" altura, profundidad, ancho y movimiento, todo grabado y proyectado en un holograma.

Renée mantuvo la expresión de desconcierto mientras miraba a la distancia.

– Me pareció absolutamente real, muy convincente.

– Tan convincente como su falso capitán con la pata de palo, como Long John Silver de La isla del Tesoro, el garfio de Peter Pan y el parche de Horatio Nelson, por no hablar de la bandera con la sangre que chorreaba en todos los lugares equivocados.