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– ¿Por qué? -preguntó Renée, sin dirigirse a nadie en particular-. ¿A qué ha venido semejante montaje en medio del mar?

La mirada de Pitt estaba fija en la pantalla del radar, que se veía a través de la escotilla abierta de la timonera.

– Es lo que yo llamaría un acto de piratería contemporánea.

– ¿Tienes idea de quiénes proyectaron la imagen holográfica?

– Buena pregunta -señaló Dodge-. No vi ningún otro barco en la zona.

– Porque no tenías ojos más que para la aparición -manifestó Giordino-. Dirk y yo vimos un yate a babor y una barcaza a estribor, a una distancia de trescientos metros de la nave fantasma. Ninguna llevaba encendidas las luces de navegación.

Renée comprendió finalmente lo sucedido.

– ¿Fueron ellos los que proyectaron el holograma?

– Así es -declaró Pitt-. Crearon la ilusión de un bergantín fantasma y una tripulación de espectros condenados a surcar los mares por toda la eternidad. Pero el holograma era de lo más remanido. Seguramente crearon la nave y la tripulación de Hunt después de ver demasiadas películas de Errol Flynn.

– El radar indica que el yate nos persigue -avisó Giordino.

Gunn, que pilotaba la nave, miró los dos puntos luminosos en la pantalla.

– El estacionario ha de ser la barcaza. El yate que sigue nuestra estela está a menos de un kilómetro, pero pierde terreno. Seguramente estarán cabreados como una mona al ver que un viejo barco pesquero les hace morder el polvo.

Giordino hizo un comentario que acabó con la alegría de los demás.

– Más nos valdrá rezar para que no lleven morteros o misiles.

– A estas alturas ya habría comenzado a dispararnos -opinó Gunn… en el preciso momento en que un misil pasó como una exhalación junto a la cúpula de la antena del radar y estalló en el agua a unos cincuenta metros por delante de la proa.

– Ahí tienes las consecuencias de darles ideas -le reprochó Pitt a Giordino.

Gunn no hizo el menor comentario. Giró el timón hasta el tope, y el Poco Bonito viró bruscamente a babor y luego a estribor en una trayectoria errática para evitar los misiles, que aparecían cada treinta segundos.

– ¡Apaga las luces de navegación! -gritó Pitt.

Gunn obedeció en el acto. La embarcación quedó sumida en la oscuridad en cuanto el director adjunto de la NUMA apretó el interruptor principal. Las olas ya tenían una altura de un metro y el ancho casco del Poco Bonito golpeaba contra las crestas a una velocidad de casi cuarenta y cinco nudos.

– ¿Qué tal estamos de armas? -le preguntó Giordino a Gunn con toda calma.

– Hay dos carabinas M4, con lanzagranadas de cuarenta milímetros.

– ¿Nada más pesado?

– Armas livianas fáciles de ocultar fue todo lo que el almirante autorizó que lleváramos a bordo, por si se daba el caso de que nos diera el alto algún guardacostas nicaragüense.

– ¿Tenemos pinta de ser narcotraficantes? -preguntó Renée.

Dodge miró a su compañera con una sonrisa irónica.

– ¿Qué aspecto tienen los narcotraficantes?

– Tengo mi vieja Colt.45 -dijo Pitt-. ¿Tú qué tienes, Al?

– Una automática Desert Eagle de calibre.50.

– Quizá no podamos hundirlos -opinó Pitt-, pero al menos evitaremos que nos aborden.

– Si antes no nos hacen volar por los aires -replicó Giordino, cuando otro misil estalló en la estela del Poco Bonito, a escasos quince metros de la popa.

– Mientras nos disparen con misiles carentes de aparatos de dirección, no acertarán con lo que no ven.

Los fogonazos de los disparos de las armas automáticas aparecieron como puntos a popa, mientras los piratas modernos se valían del radar para apuntarles. Las balas trazadoras dibujaron un arco sobre la superficie del mar unos cincuenta metros a estribor. Gunn viró a babor durante unos segundos y luego viró bruscamente a estribor. Las trazadoras, que parecían moverse lentamente en la oscuridad en busca de su presa, impactaron en el punto donde supuestamente debía estar el Poco Bonito pero ya no estaba.

Otros dos misiles trazaron un arco en el cielo. Los piratas habían optado por el método de disparar casi en paralelo al punto que veían en la pantalla del radar. La idea era buena, pero disparaban cuando Gunn mantenía un rumbo recto durante un par de minutos antes de hacer una maniobra en zigzag. Los proyectiles cayeron a ambas bandas de la embarcación a una distancia de quince metros, y las olas provocadas por las explosiones barrieron la cubierta.

Entonces cesaron los disparos y fue como si un manto de quietud se hubiera extendido sobre el barco. Solo se escuchaba el rumor de los poderosos motores -que trabajaban a máxima potencia-, el ruido de los tubos de escape y el chapoteo del agua cuando la proa hendía las olas.

– ¿Han dejado de atacarnos? -murmuró Renée anhelante.

Gunn anunció con un tono alegre desde el interior de la timonera después de mirar la pantalla del radar:

– Ahora mismo están dando media vuelta.

– ¿Quiénes son?

– Los piratas locales no utilizan hologramas ni disparan misiles desde un yate -respondió Giordino.

Pitt miró con expresión pensativa hacia popa.

– Nuestros amigos de Odyssey son los principales sospechosos. Sin embargo, no podían saber que nuestros cuerpos no reposaban en el fondo del mar. Sencillamente hemos caído en una emboscada preparada para cualquier barco o embarcación menor que penetre en esta zona.

– No les hará ninguna gracia -comentó Dodge- cuando se enteren de que somos nosotros los que escapamos, no una vez sino dos.

– ¿Por qué nosotros? -preguntó Renée, que no entendía nada-. ¿Qué hemos hecho para que quieran asesinarnos?

– Sospecho que somos intrusos en su coto de caza -manifestó Pitt, con una lógica impecable-. Tiene que haber algo en esta parte del Caribe que no quieren que nosotros ni nadie más vea.

– ¿Una operación de contrabando de drogas? -propuso Dodge-. ¿Es posible que Specter este metido en el narcotráfico?

– Quizá -admitió Pitt-. Aunque, por lo poco que sé, su empresa obtiene grandes beneficios con la construcción. El contrabando de drogas no les compensaría el tiempo ni los esfuerzos, ni siquiera como una actividad secundaria. No, lo que tenemos aquí es algo que va mucho más allá del contrabando de drogas o la piratería.

Gunn conectó el piloto automático, salió de la timonera y se dejó caer en la tumbona con un gesto de cansancio.

– ¿Qué rumbo introducimos en el ordenador?

Un largo silencio siguió a la pregunta. A Pitt no le agradaba la idea de arriesgar las vidas de los demás, pero estaban allí y tenían una misión.

– Sandecker nos envió para que descubriéramos la verdad detrás del légamo marrón. Continuaremos buscando donde la concentración sea mayor, a ver si así damos con el origen.

– ¿Qué pasará si vuelven a perseguirnos? -preguntó Dodge.

Esta vez Pitt le dedicó la más grande de sus sonrisas.

– Daremos media vuelta y saldremos pitando. Está visto que se nos da muy bien.

22

El mar estaba desierto cuando amaneció. El radar indicaba que no había ningún otro barco en cincuenta kilómetros a la redonda, y excepto por las luces de navegación de un helicóptero que habían visto una hora antes, nada ni nadie los perturbó en su búsqueda del origen del légamo marrón. Como una medida de sana prudencia, habían navegado el resto de la noche con las luces apagadas.

Habían virado al sur poco después del encuentro con el falso bergantín fantasma y ahora navegaban en la bahía de Punta Gorda, adonde los había llevado el rastro de una concentración cada vez más tóxica. Hasta el momento habían disfrutado de buen tiempo, con el mar en calma y apenas un asomo de brisa.

La costa nicaragüense estaba a sólo tres kilómetros. Las marismas eran como un fino trazo a través del horizonte, como si una mano gigante lo hubiese dibujado utilizando una regla y un tiralíneas cargado con tinta china. La bruma cubría la costa y avanzaba muy lentamente sobre las estribaciones de las montañas bajas en el oeste.