Выбрать главу

Un huracán no tiene otro nombre en el océano Atlántico. No ocurre lo mismo en el Pacífico, donde se le llama tifón, ni en el Índico, donde se conoce como ciclón. Un huracán es la fuerza más horrenda de la naturaleza, que a menudo supera los desastres provocados por las erupciones volcánicas y los terremotos, ya que destruye zonas mucho más amplias.

Como en el nacimiento de un ser humano o animal, un huracán necesita de muchas circunstancias relacionadas. En primer lugar, se calientan las aguas de la costa occidental del África, con temperaturas que superan los veintisiete grados. Después, el vapor producido por efecto del calor del sol asciende en la atmósfera hasta encontrarse con el aire frío, y se condensa formando las masas de cúmulos que dan origen a las lluvias y tormentas eléctricas. Esta combinación suministra el calor que alimenta la formación de la tempestad y la hace pasar de la infancia a la pubertad.

En este punto se añaden la espiral de aire, que gira a velocidades de hasta sesenta kilómetros por hora. Estos vientos hacen que descienda la presión atmosférica en la superficie. Cuanto más baja, mayor es la circulación del viento, que gira cada vez más rápido hasta formar un vórtice. Alimentado con estos ingredientes, el sistema, como lo llaman los meteorólogos, ha creado una fuerza centrífuga explosiva que hace girar una pared de viento y lluvia alrededor del ojo, donde reina la calma. En el interior del ojo brilla el sol, el mar está relativamente sereno y la única señal de la tremenda energía son las paredes blancas, que alcanzan una altura de quince mil metros.

Hasta ese momento el sistema recibe el nombre de depresión tropical, pero cuando los vientos alcanzan una velocidad de ciento veinte kilómetros por hora se convierte en un huracán en toda regla. Entonces, de acuerdo con la velocidad del viento que produce, se le asigna un número de la escala. Los vientos entre 118 y 152 kilómetros por hora corresponden a la categoría 1, que se considera mínima. La categoría 2 es moderada, con vientos de hasta 176 kilómetros. La categoría 3, con vientos entre 177 y 208 kilómetros, se denomina extensiva. Los vientos hasta 248 kilómetros de la categoría 4 son extremos, como el huracán Hugo que en 1989 barrió la mayoría de las casas en las playas de Charleston, Carolina del Sur.

Por último, tenemos el monstruo, la categoría 5, con vientos de más de 248 kilómetros. Ésta recibe el nombre de catastrófica, como el huracán Camille, que azotó Louisiana y Misisipí en 1969. El Camille dejó 256 muertos en su estela, una gota de agua comparados con los 8.000 que perecieron en el gran huracán de 1900 que destrozó Galveston, en Texas. En número de víctimas, el récord lo tiene el ciclón tropical que en 1970 se abatió sobre Bangladesh y dejó casi medio millón de muertos.

En cuanto a daños, los destrozos del gran huracán de 1926 que devastó el sudeste de Florida y Alabama se valoraron en 83 mil millones de dólares. Aunque resulte increíble, sólo murieron 243 personas.

Pero lo que nadie imaginaba, ni siquiera Heidi Lisherness, era que el huracán Lizzie tuviese una mente diabólica propia y que su fuerza dejaría atrás a todos los huracanes atlánticos anteriores. En un plazo muy corto, no bien acabara de juntar fuerzas, comenzaría su viaje asesino hacia el mar Caribe para sembrar el caos a su paso.

2

Rápido y poderoso, un gran tiburón martillo de cinco metros de longitud se movía a través del agua cristalina como una nube gris sobre un prado. Los ojos protuberantes miraban desde los extremos del estabilizador plano que le cruzaba el morro. Captaron un movimiento, y el escualo giró para enfocar a una criatura que nadaba entre el bosque de coral. La cosa no se parecía a ningún pez que el tiburón hubiese visto antes. Tenía dos aletas paralelas que sobresalían por la parte de atrás y era de color negro con rayas rojas en los costados. El enorme tiburón no vio nada sabroso y continuó su incesante búsqueda de presas más apetecibles, sin darse cuenta de que la extraña criatura era un excelente bocado.

Summer Pitt había advertido la presencia del tiburón, pero no le había hecho caso y había continuado con su estudio de los arrecifes coralinos en el banco de la Natividad, a ciento doce kilómetros al nordeste de la República Dominicana. El banco abarcaba una extensión de dos mil quinientos kilómetros cuadrados de peligrosos arrecifes y una profundidad que iba de uno a treinta metros. A lo largo de cuatrocientos años, no menos de doscientos barcos se habían ido a pique, víctimas del despiadado coral que coronaba una montaña submarina que surgía desde las abisales profundidades del océano Atlántico.

El coral de esta sección del banco era prístino y hermoso, y en algunas partes se elevaba hasta quince metros por encima del fondo arenoso. Había delicadas madréporas y enormes políperos de colores brillantes y formas esculturales que se extendían en la profundidad azul como un majestuoso jardín con miles de arcadas y grutas. Summer tenía la sensación de estar nadando en un laberinto de callejuelas y túneles, donde algunos no tenían salida y otros daban paso a cañones y grietas lo bastante anchas para permitir el paso de un camión de gran tonelaje.

Aunque la temperatura del agua superaba los veintisiete grados, Summer Pitt iba vestida con un traje profesional Viking Pro Turbo 1000 hecho de caucho vulcanizado. Llevaba el traje rojo y negro en lugar del suyo habitual más ligero porque le sellaba todo el cuerpo, no tanto para protegerse de la temperatura del agua, que era cálida, sino como defensa contra la contaminación química y biológica que esperaba encontrar mientras hacía su trabajo de evaluación del estado del coral.

Miró la brújula y se desvió ligeramente a la izquierda, con un suave movimiento de las aletas y las manos cruzadas a la espalda por debajo de las dos botellas de aire, para reducir la resistencia del agua. Vestida con el abultado traje y la máscara AGA Mark II, se podía pensar que resultaría más sencillo caminar por el fondo que nadar por encima; pero la superficie desigual y a menudo afilada del coral volvía tal cosa prácticamente imposible.

Su contorno físico y sus facciones quedaban ocultos por el abultado traje y la máscara completa. La única pista de su belleza la daban sus hermosos ojos grises, que miraban a través del cristal de la máscara, y un mechón pelirrojo que asomaba en la frente.

Summer adoraba el mar y bucear en sus profundidades. Cada inmersión era una nueva aventura en un mundo desconocido. A menudo se imaginaba a sí misma como una sirena con agua salada en las venas. Alentada por su madre, había estudiado ciencias oceánicas. Había descollado en los estudios y se había licenciado en el Instituto Scripps de Oceanografía como bióloga marina. Su hermano mellizo, Dirk, se había licenciado en ingeniería marina en la universidad Atlantic de Florida.

Poco después de volver a su casa en Hawai, los hermanos se enteraron por boca de su madre moribunda de que el padre -al que nunca habían conocido- era el director de proyectos especiales de la National Underwater and Marine Agency en Washington. La madre no les había hablado de él hasta que se encontró en su lecho de muerte. Sólo entonces les relató su amor y la razón por la que le había dejado creer que había muerto en un terremoto submarino, ocurrido veintitrés años atrás. Gravemente herida y desfigurada, había considerado que lo mejor para su marido era que viviera su propia vida, sin tener que cargar con ella. Varios meses más tarde había dado a luz a los mellizos. En recuerdo de su amor había llamado a su hija Summer, que era su nombre, y al hijo Dirk, como el padre.

Después del funeral, Dirk y Summer volaron a Washington para conocer a su padre. Su súbita aparición fue toda una sorpresa. Atónito al verse frente a un hijo y una hija de cuya existencia no tenía ni la más mínima idea, Dirk Pitt se sintió abrumado de felicidad, porque durante más de veinte años había creído que el gran amor de su vida estaba muerta. Pero luego lo invadió una profunda tristeza al saber que ella había vivido todos aquellos años como una inválida sin decirle ni una palabra y que había muerto sólo un mes antes.