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Sacó varios frasquitos de una bolsa que llevaba sujeta a uno de los muslos y comenzó a tomar muestras del agua. También recogió varias estrellas de mar y crustáceos y los metió en la bolsa de red que llevaba sujeta al cinturón de lastre.

Cuando acabó de tapar los frasquitos, los guardó en la bolsa y comprobó de nuevo la reserva de aire. Todavía le quedaban más de veinte minutos de inmersión. Verificó una vez más las lecturas de la brújula y comenzó a nadar en la dirección por la que había venido, y no tardó en encontrarse de nuevo en aguas limpias y cristalinas.

Al observar por casualidad el fondo, que se había convertido en un delgado río de arena, vio la entrada a una pequeña caverna en el coral, que no había advertido antes. A primera vista se parecía a cualquiera de las otras veinte que había pasado en los últimos cuarenta y cinco minutos, pero en esta había algo diferente. La entrada tenía las esquinas cuadradas, como si la hubiesen tallado. En su imaginación vio un par de columnas revestidas de coral.

Una cinta de arena conducía al interior. Dominada por la curiosidad, y con una amplia reserva de aire, nadó hasta la entrada de la caverna y espió en la penumbra.

A un par de metros en el interior de la caverna, el azul de las paredes reverberaba con los rayos del sol. Summer nadó lentamente sobre el fondo arenoso mientras el azul se oscurecía cada vez más y acababa por convertirse en marrón al cabo de unos metros. Una súbita inquietud la hizo mirar por encima del hombro, pero se tranquilizó al ver la luminosidad que le señalaba la entrada. Sin una linterna no podía ver nada, y no hacía falta tener mucha imaginación para pensar que algo peligroso podía estar al acecho en la oscuridad. Dio media vuelta y nadó hacia la entrada.

De pronto, una de las aletas golpeó con algo enterrado a medias en la arena. Ya iba a descartarlo como un vulgar trozo de coral cuando tuvo la impresión de que el objeto, cubierto en gran parte por el coral, tenía un aspecto regular, como si hubiese sido fabricado. Escarbó en la arena hasta que consiguió sacarlo. Summer avanzó hacia la luz con el objeto en alto y lo fue sacudiendo suavemente para quitarle la arena. Tenía el tamaño de una vieja caja de sombreros de mujer pero pesaba mucho más, incluso sumergido en el agua. Dos asas sobresalían en la parte superior mientras que, debajo de las inscrustaciones, el fondo parecía la base de un pedestal. Hasta donde alcanzaba a ver, el interior parecía hueco, otro indicio de que no era un producto natural.

A través de la máscara, los grises ojos de Summer reflejaron un interés un tanto escéptico. Decidió llevarlo al habitáculo, donde podría limpiarlo cuidadosamente y ver qué había debajo del coral acumulado.

El peso añadido del misterioso objeto y de los ejemplares marinos muertos que había recogido del fondo habían afectado su flotación, así que añadió un poco más de aire al compensador de flotación. Con su hallazgo bien sujeto debajo del brazo, nadó lentamente hacia el habitáculo sin preocuparse por la estela de burbujas de aire que dejaba atrás.

El habitáculo donde ella y su hermano vivirían durante los siguientes diez días, apareció a la vista en el agua azul unos pocos metros más allá.

Bautizado Pisces, los técnicos se referían a él como “la estación espacial interior”, pero en realidad era un laboratorio submarino diseñado para la investigación oceánica. Consistía en una cámara rectangular de sesenta y cinco toneladas con los extremos redondeados, que medía doce metros de largo por tres de ancho y dos y medio de alto. El habitáculo se sostenía sobre unos pilares sujetos a una base que le daba una plataforma estable en el fondo marino a una profundidad de quince metros. La esclusa de aire servía de almacén y de cuarto para cambiarse. La esclusa principal, que mantenía la presión diferencial entre los dos compartimientos, albergaba un pequeño laboratorio, una cocina, un comedor minúsculo, cuatro literas, los ordenadores y un centro de comunicaciones conectado a una antena exterior para mantenerse en contacto con el mundo en la superficie.

La muchacha se quitó las botellas de aire y las conectó a la bomba de carga instalada junto al habitáculo. Contuvo la respiración mientras subía hasta la esclusa de entrada, donde dejó cuidadosamente las bolsas con las muestras en un pequeño recipiente. Depositó el misterioso objeto sobre una toalla doblada.

Summer no estaba dispuesta a correr el riesgo de contaminarse. Soportar durante unos pocos minutos más el calor tropical que la hacía sudar por todos los poros era un sacrificio menor si así podía evitar una enfermedad potencialmente letal. Después de nadar a través del légamo marrón, una sola gota en su piel podía resultar fatal. Todavía no era el momento de quitarse el traje Viking con la capucha y las botas Turbo, los guantes con cierres estancos en las muñecas y la máscara. Se quitó el cinturón de lastre y el compensador de flotabilidad antes de abrir las válvulas de los potentes rociadores para lavar el traje y el equipo con un preparado descontaminante y eliminar cualquier residuo del légamo marrón. Segura de que estaba absolutamente limpia, cerró las válvulas y llamó a la puerta de la esclusa principal.

Si bien el rostro que apareció al otro lado del ojo de buey era el de su hermano mellizo, se parecían muy poco. Habían nacido con una diferencia de minutos, pero así y todo ella y su hermano Dirk eran todo lo diferentes que pueden llegar a ser los mellizos. Dirk medía un metro noventa de estatura, y era delgado y musculoso, con la piel muy bronceada. Mientras que Summer tenía los cabellos rojos y lacios y los ojos grises, él tenía los cabellos negros y ondulados, y los ojos de un color verde opalino que resplandecían con la luz.

Cuando entró, su hermano le quitó el yugo y la junta estanca que unía el cuello del traje a la capucha. Al ver su expresión severa y su mirada, más penetrante de lo habitual, Summer comprendió que se había ganado una buena reprimenda. Antes de que él pudiera abrir la boca, levantó las manos y dijo:

– Lo sé, lo sé, no tendría que haber salido a bucear sin compañero.

– Ahora es tarde para disculparte -replicó su hermano, furioso-. Si no te hubieses escabullido con el alba antes de que me despertara, habría ido a buscarte y te habría traído de regreso al laboratorio de una oreja.

– De acuerdo, te pido disculpas -dijo Summer, con un arrepentimiento fingido-, pero puedo hacer muchas más cosas si no tengo que preocuparme por mi acompañante.

Dirk le echó una mano con las cremalleras a prueba de agua del traje Viking. Después de quitarle los guantes y la capucha interior por detrás de la cabeza, comenzó a quitarle el traje del torso, los brazos y luego las piernas y los pies. La larga cabellera cayó como una cascada de cobre rojo. Debajo, Summer vestía una malla de nailon muy ajustada que resaltaba las curvas de su cuerpo perfecto.

– ¿Has entrado en el légamo? -le preguntó Dirk, con un tono que reflejaba a las claras su preocupación.

– He recogido unas cuantas muestras.

– ¿Estás segura de que no se filtró nada en el interior del traje?

Summer levantó los brazos por encima de la cabeza y giró como una bailarina.

– Compruébalo tú mismo. Ni una gota del légamo tóxico.

Dirk apoyó una mano en el hombro de la muchacha.

– No se te ocurra bucear de nuevo sola, y mucho menos sin mí si me tienes cerca.

– Sí, hermano -respondió Summer con una sonrisa arrogante.

– Meteremos tus muestras en una caja sellada. El capitán Barnum se las llevará para que las analicen en el laboratorio del barco.

– ¿El capitán bajará al habitáculo? -preguntó Summer un tanto sorprendida.

– Se ha invitado solo a comer -contestó Dirk-. Insistió en traernos nuestras provisiones en persona. Dijo que así se tomará un descanso de jugar a capitán.