– Así es -asintió Pitt.
– Si quiere, puedo darle el nombre de por lo menos cuatro de nuestros científicos que dejaron sus puestos en los laboratorios donde trabajaban y desaparecieron discretamente -dijo Martin.
El subdirector de la CIA se dirigió a Pitt.
– ¿Está seguro de que los Lowenhardt colaborarán y pondrán a nuestra disposición toda la información técnica que necesitamos para reproducir las celdas de combustible a base de nitrógeno?
– Manifestaron su más sincera voluntad de cooperar después de que les prometí que sus hijos y nietos vendrían a reunirse con ellos y que nuestro gobierno los protegería.
– Bien hecho -aprobó Sandecker, complacido-, aunque no tenías autoridad para ofrecerles protección.
– Me pareció algo honorable por nuestra parte -replicó Pitt, con una sonrisa astuta.
– En cuanto se recuperen de sus sufrimientos y estén descansados -señaló Jack Martin mientras escribía en la libreta que tenía delante-, comenzaremos a interrogarlos. -Miró a Pitt por encima de la mesa-. ¿Qué le dijeron sobre el funcionamiento de la celda?
– Mencionaron que después de comprobar que el hidrógeno no era práctico como combustible, comenzaron a experimentar con el nitrógeno porque forma el setenta y ocho por ciento de la atmósfera del planeta. Al extraerlo del aire junto con el oxígeno, crearon una celda de combustible autosostenible y alimentada por gases naturales, cuyo único residuo es agua pura. Según Claus se trata de una unidad muy sencilla, con menos de ocho partes. Es precisamente la sencillez lo que ha permitido a los chinos producir tantas unidades en poco tiempo.
La expresión en el rostro del general Stack era severa.
– Una producción de tanta magnitud en un plazo tan corto es algo realmente asombroso.
– Fabricar centenares de miles de unidades requiere una enorme cantidad de platino para revestir los ánodos que convierten el gas en protones y electrones -apuntó Martin.
– Durante los últimos diez años -explicó Heckt-, Odyssey se ha apoderado del ochenta por ciento de las minas de platino en todo el mundo. Un fenómeno que le ha costado muy caro a la industria del automóvil, porque necesitan el platino para fabricar varios componentes de los motores.
– Una vez que tengamos los planos de los Lowenhardt -manifestó Seymour-, nos encontraremos con el mismo problema. Necesitaremos el platino para igualar la producción china.
– Mencionaron que todavía les queda pendiente el diseño de una celda de combustible para los automóviles -dijo Giordino.
– Con la información de los Lowenhardt y si dedicamos todos nuestros esfuerzos -declaró Martin-, quizá consigamos adelantarnos a Odyssey y a los chinos en ese campo.
– Desde luego, vale la pena intentarlo ahora que ya se ha hecho todo el trabajo previo y nos han dado la tecnología -opinó el general Stack-. Esto nos lleva al tema de elaborar un plan para resolver el asunto de los túneles de Odyssey. -El militar miró a Seymour.
– Enviar a las fuerzas especiales para destruir unos túneles no es lo mismo que enviar tropas para acabar con un dictador que tiene un arsenal de armas nucleares, químicas y biológicas, como se decía de Saddam en Irak -puntualizó Seymour-. Si he de ser sincero, no puedo aconsejar al presidente el uso de la fuerza.
– Sin embargo, las consecuencias de una terrible ola de frío por encima del paralelo treinta podrían causar la misma mortandad.
– Max tiene razón -afirmó Martin-. Convencer al resto del mundo del peligro será una tarea rayana en lo imposible.
– Con independencia de cómo enfoquen ustedes el problema -intervino Sandecker-, está claro que debemos destruir los túneles. En cuanto los abran y millones de litros de agua comiencen a pasar del Atlántico al Pacífico, serán mucho más difíciles de destruir.
– ¿Qué les parece enviar un pequeño grupo con explosivos para que hagan el trabajo?
– No conseguiría esquivar la vigilancia de Odyssey -respondió Giordino.
– Tú y Dirk lo lograsteis -dijo el almirante.
– No íbamos cargados con cien toneladas de explosivos, que es la cantidad necesaria para volarlos.
Pitt se había levantado para ir a mirar los monitores, los mapas y las fotografías que aparecían en las pantallas. Centró su atención en la ampliación de una foto de las instalaciones de Odyssey en la isla de Ometepe, tomada por un satélite espía. Se acercó para mirar las laderas del volcán Concepción. Un plan comenzó a formarse en su mente mientras volvía a sentarse.
– Podríamos enviar un B52 para que bombardeara el lugar con bombas de demolición de mil kilos -sugirió Stack.
– No podemos bombardear un país amigo, por muy grave que sea la amenaza -replicó Seymour.
– Entonces admite usted que la posibilidad de un invierno gélido es una amenaza para la seguridad nacional. -Stack lo había pillado.
– Eso es algo redundante -se defendió Seymour, con tono fatigado-. Lo que digo es que debe haber una solución lógica que no haga aparecer al presidente y al gobierno de Estados Unidos como unos monstruos inhumanos ante el resto de las naciones.
– Tampoco podemos olvidar -señaló Heckt con una sonrisa astuta- las implicaciones políticas y las consecuencias que podría tener en las próximas elecciones presidenciales, si tomamos las decisiones equivocadas.
– Quizá haya otra manera de abordar todo este asunto -dijo Pitt, con voz pausada y la mirada puesta en la foto del volcán-. Una manera que satisfaría a todas las partes implicadas.
– Muy bien, señor Pitt -dijo el general Stack, sin disimular su escepticismo-. ¿Cómo hacemos para destruir los túneles sin enviar a las fuerzas especiales o a una escuadrilla de bombarderos?
Pitt se convirtió en el blanco de todas las miradas.
– Propongo que le encarguemos el trabajo a la Madre Naturaleza.
Todos esperaron, mientras comenzaban a creer que había perdido la chaveta. Martin, el asesor científico, rompió el silencio.
– ¿Podría darnos una explicación?
– Según los geólogos, puede producirse un deslizamiento en una de las laderas del volcán Concepción, en Ometepe. Sin duda es una consecuencia de la excavación del túnel que pasa por las estribaciones del volcán. Cuando Al y yo estuvimos en el túnel más próximo al núcleo, notamos un considerable aumento de la temperatura.
– Estábamos a cuarenta grados -precisó Giordino.
– Los Lowenhardt mencionaron que uno de los científicos que tenían prisionero, un tal doctor Honoma de la Universidad de Hawai…
– Es uno de los de nuestra lista de desaparecidos -lo interrumpió Martin.
– El doctor Honoma les habló de la posibilidad de que se produjera un deslizamiento en cualquier momento, que provocaría el hundimiento de la ladera del volcán, con resultados catastróficos.
– Cuando habla de resultados catastróficos, ¿a qué magnitud se refiere? -insistió el general, poco convencido por el argumento.
– Todo el complejo de Odyssey y las personas que trabajan allí quedarían sepultadas bajo millones de toneladas de roca, y la ola que provocaría en el lago barrería todas las ciudades y pueblos de la costa.
– Desde luego, no contábamos con eso -dijo Heckt.
Seymour miró a Pitt con expresión pensativa.
– Si lo que dice es cierto, la montaña haría el trabajo por nosotros y destruiría los túneles…
– Es una de las alternativas posibles.
– Entonces sólo tenemos que sentarnos y esperar.
– Los geólogos no han sido testigos de tantos deslizamientos volcánicos como para establecer una cronología. La espera podría ser de unos pocos días a unos cuantos años. Entonces sería demasiado tarde para evitar el frío extremo.
– No podemos quedarnos de brazos cruzados -protestó Stack con aspereza-, y ver sin hacer nada cómo los túneles entran en funcionamiento.