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Abajo hasta el fondo, a dos grados absolutos; más frío que el infierno más frío jamás concebido por Dante.

5

El despertar

La arriesgada apuesta había dado sus frutos, con más éxito de lo que se hubiera atrevido a esperar. Ana estaba viva, la habían reanimado, gozaba de buena salud. Pero la tecnología del futuro trascendía la salud. Había hecho de ella, siempre hermosa, una mujer mucho más vigorosa y deseable de lo que había sido jamás.

Estaba bailando, y cantaba mientras bailaba; no una obra seria de alguno de sus favoritos, Mahler, Hugo Wolf o Brahms; sino una composición superficial y animada de Gilbert y Sullivan.

—Mi objetivo tan sublime, lo alcanzaré con el tiempo —cantaba.

Y luego se desvaneció. Su cuerpo se tornó transparente como el cristal, y en un tenue hilo de sonido su sonoro contralto.

—Que el castigo esté a la altura del delito, el castigo a la altura del deli-i-i-to…

Desapareció.

Después, Drake nunca estuvo seguro. ¿Habría tenido una especie de sueño superconductor, tendido en la criomatriz doce grados más frío que un bloque de hidrógeno sólido? ¿O habría soñado tan solo que soñaba, al atravesar lentamente las etapas del largo deshielo?

Poco importaba. Tras la visión de Ana, la paz y la certidumbre se esfumaron. Las suplantó una eternidad de imágenes deformadas, una procesión de luces pálidas y aterradoras que se movían contra un fondo negro como el carbón. Precedían a la consciencia y se prolongaban eternamente. Se abrió paso entre ellas, a través del tormento que continuaba y continuaba sin dar señales de ir a terminar algún día.

Más adelante, se sobrecogería al descubrir que había sido uno de los afortunados. En su caso, el proceso de congelación había ido como la seda. Algunos revivibles despertaban sin brazos ni piernas, algunos mudaban toda su epidermis y había que mantenerlos encapsulados e inmóviles hasta que se regenerara. Él no había perdido nada durante el deshielo, salvo unos cuantos e insignificantes centímetros cuadrados de piel.

Pero el dolor del despertar… eso era otra cosa. Las fases finales, de los tres grados Celsius a la temperatura corporal normal, no podían hacerse deprisa y corriendo. Ocupaban treinta y seis horas completas. Durante todo ese tiempo, Drake padeció una agonía de tejidos que despertaban y circulación que regresaba, incapaz de moverse o gritar. En los últimos pasos, previos a la consciencia absoluta, el oído se recuperaba antes que la vista. Podía oír voces a su alrededor. No reconocía el idioma.

¿Cuánto tiempo? ¿Cuán lejos había viajado en el tiempo? Incluso antes de que se disipara el dolor, esa pregunta llenaba su mente.

La respuesta no vino enseguida. Mientras estaba semiconsciente sintió las punzadas de un spray de inyección. Volvió a desmayarse de inmediato. Tras otro hiato infinito se recuperó por completo y abrió los ojos a una habitación en silencio e iluminada por el sol, no muy distinta de las instalaciones de Segunda Oportunidad donde había iniciado el descenso.

Lo observaban una mujer y un hombre vestidos con uniformes amarillos que conversaban en voz baja. En cuanto vieron que había despertado, el hombre presionó un punto en un panel de pared segmentado. Los dos continuaron con su trabajo, alineando dos equipos complejos e incomprensibles. Un vistazo le bastó a Drake para saber que había tenido éxito al menos en un aspecto. Nada de lo que veía le resultaba familiar. Estaba en el futuro; pero ¿cuán lejos en el futuro?

La persona que cruzó en esos momentos la blanca puerta corredera tenía el cabello oscuro y resultaba extrañamente andrógina, con un rostro pulcramente rasurado y, al mismo tiempo, terso y femenino. Su atuendo era igual de irrelevante, un traje holgado gris claro que camuflaba las formas del cuerpo. El recién llegado se situó al lado de la cama y se quedó mirando a Drake con aire complacido y digno.

—¿Cómo se encuentra?

Drake supo entonces que se trataba de un hombre. El idioma era inglés, con una pronunciación extraña. Eso resultaba tranquilizador. Le habían acuciado otras dos preocupaciones en su caída. ¿Y si lo recibían al cabo de pocos años, cuando no se pudiera hacer absolutamente nada por curar a Ana? ¿O si revivía después de cincuenta mil años, un fósil ambulante, incapaz de transmitir sus anhelos a los hombres y mujeres del futuro?

—Me encuentro bien. —Le costaba hablar. Sentía la lengua hinchada, y su mente tardaba en producir las palabras que necesitaba—. Pero me siento muy débil y confuso. —Drake pensó en intentar sentarse y supo de inmediato que no podría—. Casi no me puedo mover.

—Es natural. Pero, ¿es usted Drake Merlin?

—Sí.

El hombre tenía un semblante franco e impaciente, de cejas pobladas y frente alta. Soltó una risa de entusiasmo y se frotó las manos.

—¡Excelente! Me llamo Par Leon. ¿Me entiende usted bien?

—Perfectamente. —La segunda preocupación de Drake lo asaltó de nuevo—. ¿Puedo hacerle una pregunta? ¿Cuándo estoy?

—Se lo pregunto porque los idiomas antiguos no son nada fáciles, ni siquiera con muchas horas de estudio. En cuanto a su segunda pregunta, según su sistema de medición estamos en el año 2512 de Jesucristo el profeta.

¡Cinco siglos! Era más tiempo del que Drake había esperado y deseado. Pero más valía pasarse que quedarse corto. Antes de la congelación había sufrido horrorosas visiones en las que se hundía hasta el fondo del pozo y gateaba agónicamente de vuelta a la vida descongelada, no una vez sino una y otra.

—Llevo esperando aquí durante toda la fase de calentamiento y el tratamiento primero —continuó Par Leon—. Pronto le dejaré tranquilo para que pueda descansar, recibir más tratamiento y educación primera. Pero quería hablar con usted nada más recuperara el conocimiento. No es racional, pero temía que se hubiera producido un error de identidad… que no fuera Drake Merlin, el Drake Merlin de mi curiosidad, el que había despertado. —Par Leon miró de soslayo las máquinas que había junto a la cama y meneó la cabeza—. Es usted un hombre fuerte, Drake Merlin. Extraordinariamente fuerte. Los informes indican que no ha gritado ni protestado usted ni una sola vez durante el deshielo.

Drake había tenido cosas más importantes en la cabeza. ¿Se podría curar Ana? ¿Dónde estaría ella ahora? ¿La habrían mantenido a salvo, durante todo el tiempo transcurrido? ¿Sería posible que la hubieran despertado antes que a él, mucho antes que a él? Eso sería desastroso.

Miró de reojo a los otros dos operarios, que seguían conversando en una lengua extraña.

—El idioma debe de haber cambiado por completo. A usted le entiendo con facilidad, pero a ellos no.

—¿Se refiere usted a entender a los médicos? —El desconocido Leon respondió con una expresión de sorpresa en su enjuto semblante—. Es lógico que no los entienda. Yo tampoco puedo. Son médicos. Es natural que hablen medicina entre ellos.

Drake arqueó las cejas. El significado de la expresión debía de haber sobrevivido intacto a lo largo de los siglos, porque Par Leon continuó:

—Exacto, medicina. No puedo ayudarle. Yo hablo con fluidez música e historia…, y universal, desde luego. Y aprendí anglo antiguo para poder estudiar sus épocas y hablar con ustedes. Pero mi medicina es elemental y casi inexistente.

—¿La medicina es un idioma? —Drake se sentía como si el largo sueño y el tratamiento de descongelación hubieran ralentizado su mente.

—Desde luego. Igual que la música o la química o la informática. Aunque seguro que esto ya era así en su época. ¿No tenían idiomas específicos para cada… cómo se dice… disciplina?

—Supongo que sí; pero no nos dábamos cuenta. —La pregunta de Par Leon explicaba muchas cosas. No era de extrañar que a Drake los psicólogos, los profesionales de la educación, los sociólogos y los físicos, por nombrar sólo unos pocos, le hubieran parecido incompresibles. Aun en su época original, la jerga especializada y los extraños acrónimos presagiaban ya la aparición de nuevos protolenguajes, formas emergentes tan extrañas como el sánscrito o el griego antiguo—. ¿Cómo se comunica usted con los médicos?