Mientras se ponía el casco en la cabeza, se preguntó qué lección inducida recibiría esta noche. Se sentía incapaz de sorprenderse. Antes de perder el conocimiento, se le ocurrió que la humanidad era capaz de asimilar muy pocos absolutos. ¿Por qué? Porque la gente podía vivir dentro de —y aparentemente justificar— cualquier variación imaginable de la ética y la moral.
Quizá ese fuera el secreto de la supervivencia de los seres humanos.
Drake se resignó paulatinamente a su situación. No había motivo para apresurarse. Había sobrevivido. Ana estaba a salvo en las criomatrices de Plutón. Antes de que él pudiera hacer nada por cambiar su situación tendría que ganarse su libertad. Decidió dar a Par Leon seis buenos y contundentes años de esfuerzos encaminados a alcanzar el gran proyecto de la vida del otro hombre: el análisis de las tendencias musicales a finales del siglo XX y principios del XXI. En cualquier caso, ¿qué elección tenía como Resucitado?
Transcurridos los primeros meses, la perspicacia demostrada por Leon al revivir a Drake se hizo palpable. Más importante que cualquier hecho que pudiera proporcionar eran los puntos de vista que podía ofrecer acerca de los estilos de vida de finales del siglo XX. No eran solo la ciencia y la ética lo que había cambiado.
A menudo, su información hacía menear la cabeza a Leon.
—Es verdaderamente asombroso. Una locura. ¿De veras desempeñaban un papel tan importante las relaciones hombre-mujer en todos los aspectos de vuestra sociedad?
—Ya sabes que sí. —Drake estaba estudiando por su cuenta con los bancos de datos, sin ayuda de Leon—. Lo dicen vuestros informes, los que examinamos hace tan solo dos días.
—Sí. Lo dicen, pero cuesta creerlo. Los hombres y las mujeres parecían odiarse mutuamente en tu época. Pero al mismo tiempo abundaban los emparejamientos aleatorios, la copulación impulsiva. No me refiero solo a simples actos sexuales, eso lo comprendería. Sino a cópulas al azar que generaban descendencia, sin la ventaja de mapas del genoma o la más rudimentaria información genética acerca de los padres y los abuelos…
Drake empezó a explicarlo y pronto se dio cuenta de que no tenía sentido. Otro abismo de quinientos años imposible de salvar. Para Par Leon, la cópula siempre estaba dictada por la selección de combinaciones genéticas deseables. Como decía, era la única forma de estar seguro de que los niños nacerían sanos. ¿Cómo podía justificarse ningún otro punto de vista? Reaccionaba ante la idea de la reproducción entre relativos desconocidos como lo haría Drake ante la quema de brujas.
En cualquier caso, Drake empezaba a tener sus propios problemas. Lo cierto era que se sentía incapaz de discutir la idoneidad de generar descendencia sin pensar en el futuro o en el bienestar físico y mental de los niños. Era, como decía Par Leon, «el ciego impulso procreador del caldo primigenio, deificado hasta convertirse en principio religioso y dogma fanático».
Drake escuchó esas palabras y decidió que empezaba a ver su antigua época desde una nueva perspectiva. Debía poner freno a esa tendencia, so pena de que Par Leon perdiera el interés por él. Por ese motivo, y alguno que otro más, tenía que seguir siendo un forastero en este siglo.
Después de seis meses, Drake se dio cuenta de que estaba saldando su deuda con creces. Leon podía ser el mayor experto del siglo en la música del período de Drake, pero de determinados sucesos y fuerzas no tenía la menor idea. Lo fascinaban irremediablemente los más ínfimos detalles.
—¿Dices que lo conociste? —Par Leon se inclinó hacia delante, con las cejas enarcadas en su alta frente—. ¿Conociste a Renselm en persona?
—Lo vi una veintena de veces. Estuve presente en su primera representación del Concerto concertante de Morani, escrito especialmente para Renselm, y fui al área de bastidores tras la actuación. Después nos fuimos a cenar, los tres solos. Pensé que ya lo habrías leído todo en uno de mis artículos.
—Ah, sí. —Par Leon hizo un gesto desdeñoso—. Claro que lo leí. Pero esto es distinto. Háblame de su habilidad con los dedos, de su postura frente al teclado, su extraña reacción ante los aplausos. Dime lo que contó acerca de Adele Winterberg…, era su amante por aquel entonces, ya sabes. —Se rió encantado—. Dime, si te acuerdas, qué fue lo que cenasteis aquella noche.
Solo una o dos veces expresó su insatisfacción Par Leon. Y si lo hizo fue porque Drake había sido congelado justo antes de que se produjera algún hecho de especial interés para él.
—Con que hubieras esperado otros tres años… —decía, pero hablaba de forma filosófica y de buen humor.
No era en ningún caso una transferencia de información de un solo sentido. Desde su posición estratégica cinco siglos en el futuro, los conocimientos de Par Leon sobre la vida musical de eras anteriores dejaban a Drake sin aliento. Por vez primera comprendió hacia dónde apuntaban determinadas corrientes musicales contemporáneas en su época. Krubak, con sus vilipendiadas últimas obras, había tanteado en busca de formas que no madurarían hasta treinta años después de la congelación de Drake.
El trabajo continuó, de diez a doce horas diarias. Si Leon se preguntó alguna vez por qué Drake no mostraba curiosidad alguna por ver de primera mano el mundo tal como era en el siglo XXVI, o en hacer amigos, o aun en aprender los entresijos del avance de la humanidad a lo largo de los últimos cinco siglos, nunca hizo mención alguna.
Por su parte, Drake no sentía el menor deseo de ser absorbido o convertirse en parte de la sociedad actual. Aun así debía conocer ciertos temas con todo detalle, mucho mejor de lo que podía enseñarle Par Leon. Por suerte, los bancos de datos generales permitían realizar consultas y verificaciones casi infinitas.
Drake empezó a satisfacer su sed de información personal.
El sistema solar entero había sido explorado y cartografiado al detalle. Venus atravesaba las primeras etapas de terraformación, con el ácido caldo hechicero de su atmósfera reduciéndose en temperatura y presión. Marte había sido colonizado, no en la superficie sino dentro de las inmensas cavernas naturales que había bajo tierra. Había estaciones permanentes activas —muchas de ellas dirigidas por ordenadores autorreplicantes e instrumentos de reparación— en todos los satélites de los planetas más importantes.
Era el progreso; pero para Drake era menos de lo esperado. En su época se preveía que todo el sistema solar se llenaría de seres humanos y máquinas inteligentes. En algún momento de los últimos cinco siglos, las prioridades se habían visto alteradas.
Pero, ¿y Plutón?
Drake prestó especial atención a ese pequeño planeta. Un reducido grupo de científicos tenía un puesto de investigación en Caronte, el enorme satélite que convertía el sistema Plutón-Caronte en un pequeño doblete planetario. Plutón en sí estaba deshabitado, a menos que contara uno las apretadas y dormidas filas de los criocadáveres. Las criomatrices eran demasiado frías como para permitir la presencia cómoda y permanente de humanos animados. Se mantenían en temperaturas de helio líquido —las primeras sospechas de Drake acerca del almacenaje en nitrógeno líquido resultaron estar fundadas—. Las criptas eran atendidas, hasta el punto en que no necesitaban atención alguna, por máquinas especialmente diseñadas para soportar fríos extremos.
Con la idea del dinero reducido a una suerte de incomprensible sistema de crédito electrónico, Drake no tenía claro cuándo podría realizar el largo viaje a Plutón. Se obligaba a tener paciencia, dejando la cuestión de lado hasta que su tiempo de servicio tocara a su fin.